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Una de las cualidades humanas más altas es la compasión


"Si los mataderos tuvieran paredes de vidrio todos seríamos vegetarianos"

(Paul Mc Cartney)


El vídeo inspirador de este artículo tiene una extensión de poco más de noventa segundos. Mientras las lágrimas ruedan por las mejillas de una pequeña y hermosa niña al frente del televisor, mirando una película animada de dinosaurios, su madre la aborda con recurrentes preguntas, acerca de su estado de ánimo apesadumbrado. Las reflexiones de la niña hablan de la separación entre una madre y su hijo: "Él está triste, él quiere a su mamá".


https://www.facebook.com/AmericaDailyLife/videos/245196906063380/


Una realidad que va de la mano conmigo y no me abandona un solo instante es que cada situación que ocurre en la vida, mi intelecto la vuelca hacia la perspectiva vegana. De esa manera, artistas que fueron referentes para mí en épocas pretéritas, dejaron de serlo, simplemente porque fui redescubriendo maltrato animal en sus canciones. Por ejemplo ver la fotografía de Joan Manuel Serrat sonriendo en una plaza de toros es condición “sine qua non” para no escuchar más sus canciones que llenaron mi adolescencia. Me niego a escuchar a un artista que en sus versos reivindica que “prefiere la carne al metal”; estaría traicionando mis nuevos principios más inalienables. ¿Cómo reaccionaría un buen amigo si rechazo el suéter de la afamada marca U.S. Polo que me regala con tanto cariño para mi cumpleaños? El logotipo de un hombre montado sobre un caballo mi mente lo interpreta como maltrato animal y esa es razón suficiente para devolver el regalo. Definitivamente mi amigo va a decir que estoy loco, que soy un extremista, que necesito terapia y de a poco irá encontrando cierta toxicidad en nuestra relación y buscará la forma de distanciarse.

La cosmovisión del veganismo lleva a no concurrir a restaurantes en los cuales se comercializan restos mortales de animales y alimentos producto de su explotación. No puedo pretender que mis amigos siempre que quieran reunirse conmigo tenga que ser en una casa de comidas vegana, porque el que cambió fui yo; para ellos la vida sigue igual de apacible y feliz, mientras que para mi pasó a ser una búsqueda infatigable para cambiar el curso de la humanidad.


Pues bien, lo primero que se me ocurrió pensar cuando vi a la niña con ese grado de compasión es la última frase que volqué en mi libro “Fueron felices y comieron perdices”: “aún estamos a tiempo, porque si no se ha perdido todo, no se ha perdido nada”. Esa sensata y lógica compasión en estado puro, de a poco va a ser usurpada, adulterada y tergiversada por sus padres y sus maestros.


Manejado hasta el hartazgo el concepto que nuestro cerebro no concibe cadáveres, sino comida, me resulta apropiado compartir la siguiente anécdota. El papá conducía el automóvil en compañía de su pequeña hija, cuando la luz roja del semáforo los hizo detenerse. Delante de ellos, había un enorme camión que transportaba vacas. Ante la pregunta de hacia dónde transportaban a esos animales, el padre tuvo un escalofriante arrebato de sinceridad y le espeto a su hija: "van al matadero". El lógico estupor con que la niña recibió la proba honestidad de su progenitor hizo que le formulara una infinidad de preguntas, a las cuales su padre respondió sin bajarse del pedestal de esa descarnada franqueza: "¿de dónde piensas que proviene la carne que comes todos los días?" La réplica de la niña, lógica y tajante, respondió a nuestra verdadera naturaleza: "¡entonces no quiero comer más carne!" ¿Cuánto tiempo puede durar la postura de una niña que "descubre" de manera fortuita la procedencia de su comida? ¿Cómo puede negarse a comer, si sus padres y hermanos mayores -que dan el ejemplo- lo hacen sin vislumbrar arrepentimiento y pesar? Inevitablemente esos conflictos internos al poco tiempo quedarán sumidos en el olvido y aquel ser sensible que recibió la noticia con profundo dolor y tristeza, "tendrá que hacerse fuerte y sobreponerse". Para retornar a la "naturaleza" anterior contará con la ayuda de una milenaria tradición.

Si los adultos estamos sumergidos en una vorágine que no nos permite detenernos cinco minutos para reflexionar hacia dónde nos dirigimos con tanta prisa, los niños no tienen otra alternativa que encadenarse a nuestro brazo y hacer las mismas cosas que nosotros. No hay posibilidad para innovaciones y cualquier intento de insurrección será sofocado con el peso de la tradición.


Los únicos capaces de rebelarse con llantos y compasión ante la ingesta de sufrimiento y muerte son los niños, y eso sucede porque sus cerebros puros todavía están a tiempo de reaccionar y rechazar aquellos "axiomas" tóxicos que a muy temprana edad convierten sus ingenuas cabecitas en un vertedero industrial de ideas perversas. La razón de los adultos entretanto, está tan tapada de basura que esta se desparrama en forma constante hacia el exterior, contaminando y enfermando a infantes y medio ambiente en igual proporción.


La simple repetición del "alegre" hábito de comer animales muertos y la ausencia de "amotinamiento" por parte de los comensales adultos, lleva a que esa reacción lógica y compasiva quede sumida en el silencio. En otras palabras, lo aceptado por la sociedad no tiene porqué estar ligado a la ética y en eso siempre tienen la última palabra los padres. Esa niña tendrá que esperar a ser adulta para cambiar de vida, siempre y cuando cumpla con ciertas condicionantes: abrirse al conocimiento, mirar más allá del muro y un elemental grado de empatía hacia el dolor ajeno.

Lo que más preocupa -siempre dentro de la perspectiva vegana- es que la cadena perpetua a la que nos tiene sentenciada nuestra sangrienta historia, nos hace ver como algo absolutamente normal, hábitos realmente espeluznantes. Asusta ver los niveles de destreza que poseen los niños que participan en los concursos televisivos de cocina, cuando utilizan cuchillas apropiadas para un curtido carnicero y cómo no se inmutan a la hora de llevar a cabo el rutinario acto de descuartizar cadáveres.


La niña del vídeo se criará con libros para colorear con la imagen ideal de una mamá vaca con su bebé y con las “tiernas y humanas” canciones de la granja. Nunca asociarán los pegadizos ritmos de la “Señora Vaca” como una grosera distorsión de la realidad y que la Gallina Turuleca no está loca de verdad porque no puede poner su décimo huevo, sino porque es prisionera y esclava desde que nace hasta que muere.


https://www.youtube.com/watch?v=XQaKFU3Fh_M

(La gallina Turuleca - canciones de la granja)

https://www.youtube.com/watch?v=D0pMNiobZPM

(Señora vaca - canciones de la granja)


¿Qué pasaría si a la pequeña su mamá le dijera –en otro arrebato de decencia y sinceridad- que por la leche achocolatada que ella está bebiendo –en el preciso momento que está padeciendo la película- un bebé fue separado al nacer de su madre, entre gritos desgarradores de ambos animales?


La pregunta quedará exclusivamente en la psiquis vegana, debido a que las industrias multinacionales y la publicidad –con el patrocinio invalorable de las religiones monoteístas- invirtieron enormes capitales para que la verdadera esencia humana fuera totalmente distorsionada y su compasión reducida en un noventa y cinco por ciento. Ese cinco por cinco nos hace ver como buenas personas a gente que come carne y lácteos –entre otros tipos de aberraciones-.








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