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¡Escapad gente tierna que esta tierra esta enferma...!


NOTA: el presente artículo no es para gente que le gusta la comida masticada y que exige la idea en un gráfico o dos renglones porque nada la puede distraer de mirar su serie americana favorita en Netflix. Cuando se trata de la salud del planeta -y la de todos sus habitantes- el tema es un poco más complejo y requiere de algunos minutos para leerlo y reflexionar acerca de su contenido.


A medida que una persona se va adentrando en el "prohibido" mundo del veganismo, advierte que todo su entorno comienza tímidamente a hacerse a un lado.


Al principio familiares y amigos van a tratar de persuadir al "descarriado" que retome el camino de la "sensatez" y deje esas revoluciones absurdas -propias de un imberbe-, que conducen solamente a la pérdida de un tiempo valiosísimo y a un riesgo de salud inminente e innecesario.


Mahatma Gandhi definió de manera fantástica y elocuente, la reacción de la masa, cuando uno va contra la corriente y está convencido de lo que hace: "mucha gente, especialmente la ignorante, desea castigarte por decir la verdad, por ser correcto, por ser tú. Nunca te disculpes por ser correcto, o por estar años por delante de tu tiempo. Si estás en lo cierto y lo sabes, que hable tu razón. Incluso si eres una minoría de uno solo, la verdad sigue siendo la verdad". Las minorías suelen pasar por esos avatares y rechazos convencionales, y el ejemplo paradigmático lo vive la comunidad gay. A pesar de que se cuentan por millones los que nacen con esa condición, los grandes líderes de las religiones monoteístas lograron el cometido de calificarla como enfermedad. Mientras los ignorantes sugieren que sus integrantes deben someterse a un tratamiento psiquiátrico urgente que les erradique ese trauma lo más rápido posible, la caterva sale a manifestarse, y si pudiera le prendería fuego a toda esa comunidad "poseída" por el demonio.

A la disciplina que explora las razones por las cuales una persona se contagia de una comunidad y repite los actos de esta, se la conoce como "psicología de masas". Esa influencia colectiva eclipsa la personalidad individual, le quita autonomía y la subordina a una decisión grupal. El comportamiento social de dejarse afectar por un determinado grupo humano provoca que la persona ceda ante la fuerza dominante del colectivo. Ejerce el mismo poder de succión de una tromba cuando se lleva por delante y atrae como un imán todos los elementos que aparecen en su camino. A tal punto llega el grado de sumisión que el individuo no se plantea si el nuevo hábito está reñido con la ética y la decencia: lo hace y punto. Esa especie de hipnosis que padecemos por iniciativas grupales ajenas se ve en todas las manifestaciones humanas, pero muy especialmente en la política, la religión y la sociedad de consumo.


En ese aspecto estamos prácticamente igual que en la Edad Media, circunstancia que nos deja el sabor amargo de que hemos avanzado poco y no hemos aprendido nada, a pesar de la llegada a la luna, la Internet y el Empire State. A medio siglo del asesinato de Martin Luther King, viene de maravillas una de sus profundas reflexiones: "Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces, pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos". No por casualidad la comunidad homosexual sigue escondiéndose -a pesar de cada día son más los que reivindican con orgullo esa condición-. Miedo a perder el trabajo y a ser radiado del circuito, lleva a que la gente viva ocultando sus inalienables principios y no se anime a "salir del closet". Las mujeres abusadas están dando ese paso y dejando de lado el temor -lo que no deja de ser altamente auspicioso-.

Si algo es notorio, es que los veganos no se esconden; todo lo contrario. Estos luchan con todas sus fuerzas y de conformidad con sus medios y sus talentos para salvaguardar la vida animal -incluida la humana, aunque cueste creerlo- y por la salud del planeta. Gente común, artistas, escritores, hacen denodados esfuerzos y utilizan su raciocinio para tratar de quitarle al mundo esas anteojeras, que permiten ver la realidad desde un punto de vista lineal y brindarle la oportunidad de que lo vean desde un plano periférico. ¡No es lo mismo tener diez grados de visión que ciento ochenta!


Con la misma pasión que el vegano se sumerge en ese mundo de violencia, vejación, tortura y muerte, el mundo lego le responde con fiereza y vehemencia. Mientras uno trata de abrir las mentes cerradas herméticamente con los cuatro candados blindados instalados por la cultura, la industria, el comercio y las religiones, estos cuatro colosos ni siquiera tienen que moverse del sofá porque el trabajo está hecho hace demasiado tiempo como para que una "moda" vaya a desestabilizar el preciado statu quo. Por tanto, la multitud, sin la anuencia de nadie, reaccionará espontáneamente y de forma inmediata, para ponerle coto a esos "movimientos insurgentes" carentes de sentido y de toda lógica.

Pero en este mundo las minorías son acosadas e irrespetadas de manera persistente. Los negros, los judíos, los indios, tienen mucho para contar al respecto. El problema que enfrentan los veganos es diferente porque no son tomados en cuenta elementos como religión o etnia, pues su único factor aglutinante es el respeto a los animales. Los niños educados dentro del veganismo indefectiblemente tienen que estar preparados para vivir en el infierno del desprecio y el ostracismo. ¿Cómo va a reaccionar una madre común al ver que el compañero de su hijo no come las "deliciosas" salchichas de puro cerdo ni los irresistibles postres, elaborados a base de leche de vaca? Separando inmediatamente a su hijo de esa nefasta influencia -como si se tratara de un leproso-. Por esa razón, los veganos ya cuentan dentro de sus huestes (¡como si esto se tratara de una guerra!) con muertos a causa de ese hostigamiento.


Una tragedia enluta al mundo vegano, y por añadidura a toda la especie humana. Después de un sistemático acoso por parte de sus compañeros "omnívoros", un escolar británico optó por recurrir al suicidio. La plausible decisión de no alimentarse de cadáveres fue duramente castigada por sus "amigos" y el mejor escarmiento que encontraron para el joven, fue que le arrojaran carne cruda de animales. Salirse de la senda recorrida durante milenios tiene su costo; el niño lo pago con su vida.


Comprendo perfectamente que la única salida que tuvo el niño para escapar de ese terrible acoso haya sido el suicidio, y lo entiendo pues amigos y conocidos míos hacen exactamente lo mismo conmigo, cuando me mandan fotos de cadáveres asados o chistes de muy mal gusto. La gran diferencia entre ese niño y yo es que el veganismo se introdujo en mi vida frisando los cincuenta años de edad, y a una edad madura importa poco y nada la opinión de la gente. Desde que abracé esta causa con la díscola pasión de un adolescente, vivo sometido al escarnio público y a las faltas de respeto constantes ya en el plano personal, ya en las redes sociales , pero, al peinar canas, es casi imposible que alguien me compre la mente o que me haga llorar por el tan mentado "bullying".


Pero ¿qué sucede con los hijos pequeños de unos padres veganos? Como toda pareja, van a educar a su descendencia de acuerdo a esa cosmovisión. Por esas cotidianas contingencias, los veganos tuvimos que aprender a los golpes a vivir de otro modo, a reinventarnos para conservar aquel equilibrio -que siempre pende de un hilo-. A manera de ejemplo, la familia y los amigos empiezan a comprender a regañadientes que cuando no nos queda otra alternativa que estar presentes en una celebración, ya vamos cenados de antemano.

Cuando veo chiquillos celebrando la muerte de un animal, cuando percibo que -a pesar de todo- la tauromaquia goza de buena salud en pleno siglo XXI, cuando soy testigo ocular que en cada esquina de nuestras ciudades se están torturando animales para consumo humano y en lugar de rebelarnos se lo agredecemos a Dios, me vienen a la mente los versos del cantautator catalán, Joan Manuel Serrat: "escapad gente tierna que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer, que no hay nada qué hacer...". Si bien los versos del afamado artista -que "prefiere la carne al metal"- denotan un porvenir poco auspicioso, los veganos tenemos el quimérico anhelo y la colosal labor de ayudar a cambiar está realidad. La única manera de que este vertedero pase a ser un vergel es educando a un mundo carente de empatía y amor, cuyo único principio valido -y que toma la fuerza de Ley- es que "toda la vida lo hemos hecho así".



La gran tarea consiste en que el mundo entienda que el amor a la pesca que un padre trasmite a su hijo, es el mismo que el del cazador cuando se exhibe orgullosamente junto a sus hijos en la selfie después de haberle quitado la vida a un animal exótico.

Lograr que este simple símil sea puesto en consideración por parte de la gente podría ser el punto de partida para cambiar esta oprobiosa realidad que nos hace creer que somos felices y exitosos.


Uno -que abrazó el veganismo con mucho ímpetu-, lo único que pretende es despertar a la humanidad de esa siesta eterna, del efecto anestésico que nos provoca el consumo de producto derivados de animales. Un solo ejemplo ilustra de manera sublime que el mundo no quiere saber de nada con ese "fanatismo". Un gran amigo me pidió que no le mandara más literatura alusiva al tema, pues a su edad madura "quiere gozar de los 'placeres' de la vida, sin que nadie le esté lavando el cerebro". Por supuesto que deje las cosas por allí, pero fue una oportunidad única e irrepetible para haberle respondido: "los veganos no lavamos cerebros, solo tratamos de enjuagarlos de tanta excremento acumulado a lo largo de la historia".


Sin olvidarme que el mal llamado pesimista, es el optimista mejor informado, me permito seguir soñando con el día en que la frase "quien salva una vida salva al universo entero" se haga extensiva a todo el reino animal.


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