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Un vegano en Uruguay, tierra de depredadores


Es insoslayable mencionar en este breve artículo algunos de los crímenes en nombre de la tradición: los holocaustos que se cometen minuto a minuto en todo el planeta para satisfacer las necesidades "proteínicas" de la especie humana. Como es necesario elegir un lugar emblemático en donde se le hace culto a esos "manjares", elijo la región del Río de la Plata, y más especialmente el país que me vio nacer: la República Oriental del Uruguay.


En el cono sur de América, la Argentina y Uruguay se disputan permanentemente el raro galardón de cuál de estas dos naciones mata más. La poesía gauchesca del Martín Fierro (José Hernández, 1872) contribuye con un refrán que habla a las claras acerca del tratamiento otorgado en las pampas y llanuras a los desafortunados animales: "Todo bicho que camina va a parar al asador". Mundialmente conocido con la deformación del vocablo inglés "barbacue", o simplemente por las iniciales "bbq", los rioplatenses rebautizaron sus monumentales barbacoas con el nombre de "parrillero". Finca uruguaya que carezca de ese santuario para cocinar los cadáveres comprados en carnicerías y supermercados, disminuye sensiblemente el valor de su propiedad. No se concibe un patio trasero sin su presencia soberana y, si el espacio lo permite, va acompañado de una larga mesa con bancos a cada lado, una mesada para hacer los cortes de la carne y una tina con grifo, todo coronado con un hermoso techo. Para aquellos que optan por vivir en las alturas, estos singulares hornos ya fueron contemplados por arquitectos e ingenieros, para que el vecino del duodécimo piso no se sienta menospreciado y pueda hacer alarde también de su parrilla dentro de su apartamento, lo que jerarquiza enormemente la sala, dándole un aire más "acogedor".


Esa altivez de cada hogar uruguayo "hizo carne" a nivel estatal, cuando el país obtuvo el Récord Guinness (2008) por haber preparado el asado más grande del mundo. Aquellos que contribuyeron para posicionar a poco más de tres millones de habitantes en lo "más encumbrado", lograron un cúmulo de felicidad y orgullo para todo un país, habida cuenta que sus logros anteriores habían sido a nivel de simples ciudadanos, por cosas de escaso valor, como el hombre con más tatuajes en el cuerpo o el mayor coleccionista de lápices. La cifra de doce toneladas de carne asada en un perímetro de mil quinientos metros para veinte mil comensales, habla a las claras del porqué del mencionado récord. Así como Uruguay le arrebató ese galardón a México (ocho toneladas en 2006), Argentina se lo apropió en 2011, cuando trece toneladas de carne fueron asadas en la localidad de General Pico, en La Pampa, para remarcar que la rivalidad entre ambas márgenes del Plata no solamente se da al momento de discutir sobre fútbol.


En este último ejemplo de "Festival de la Matanza", prácticamente no hay voces opositoras, lisa y llanamente porque su puesta en práctica otorga prestigio a los países patrocinadores del evento -que promocionan uno de sus rubros de mayor exportación- y también porque en esta "fiesta" no se ve sangre, no hay maltrato aparente, pues la carne llega cortada y limpia al perímetro de cocción. La sutil diferencia que la matanza no es contemplada por el gran público, garantiza que nadie salga "herido" en su "sensibilidad". El trabajo sucio se hace en recintos cerrados y todo el espectáculo está montado para que la gente forje la idea de que se trata de mercancía, de "producción", y no de animales que tuvieron una triste y miserable existencia, además de una muerte violenta y dolorosa.


La mejor manera de explicar el párrafo anterior es mediante una circular que la embajada del Uruguay en Panamá cursó a sus compatriotas. El texto no tiene desperdicios y explica de manera elocuente las exacerbadas ínfulas que tenemos la mayoría de los uruguayos con respecto a "nuestra" carne. Transcribo la carta en su totalidad, pero me tomo el atrevimiento de resaltar las frases más "jugosas" -a mi criterio- con comillas inglesas:


Embajada de Uruguay en Panamá CIRCULAR N°04/2016


Panamá, 11 de febrero de 2016.

Estimados compatriotas:


La Embajada de la República Oriental del Uruguay tiene el agrado de dirigirse a todos ustedes para informarles "con mucho placer" que finalmente ha llegado carne uruguaya al mercado panameño.


Este primer embarque de nuestras carnes que llega a Panamá, es el resultado del esfuerzo de la gestión pública y privada. En la gestión pública o institucional desde el lugar que nos tocó para liberar las trabas existentes y lograr -el año pasado- la habilitación del mercado. Desde el punto de vista de la gestión privada, también representa el esfuerzo y trabajo realizado por los empresarios del sector para acercarnos "nuestro preciado y siempre añorado producto emblema de nuestras exportaciones".


Es por ello que "resulta importante" comprar nuestra carne como así también "difundir sus excelentes cualidades" entre nuestros conocidos y su existencia en el mercado panameño.


Para ello, les adjuntamos información sobre los tipos de carne que han llegado y los lugares en los que se encuentra a la venta, información que nos ha hecho llegar el importador de este primer embarque.


En la actualidad, el mercado panameño está testeando la aceptación y la demanda de la carne uruguaya para realizar mayores pedidos, los que seguramente incluirán otros cortes y también seguramente llegarán a más lugares de distribución.


Los invitamos entonces a visitar los lugares de venta para adquirir y "disfrutar" de la carne uruguaya.


Atentos saludos,


Embajada del Uruguay en Panamá


A tal punto es verdad el cambio que experimenté en la manera de ver la realidad desde que me volqué al veganismo, que me resulta imposible dejar de compartir la siguiente experiencia. Después de cuatro años de ausencia, volví a la siempre entrañable ciudad de Montevideo para decir presente en la celebración de un evento familiar. Todo me resultaba extraño, pues a pesar de haber visto las mismas cosas de otrora, ahora me llamaban poderosamente la atención. Mis comentarios se restringían al círculo más íntimo, porque entendía como una falta de cortesía la posibilidad de herir la susceptibilidad del marco de amigos que seguían transitando por el mismo camino de toda una vida. El que había cambiado era yo, y lo más prudente era ver, contemplar y callar... hasta que entré a un afamado supermercado. Hasta ese momento mis pensamientos estaban ocupados en buscar una solución a mi alimentación durante los diez días que habría de permanecer en la capital uruguaya. Además de que no encontraba nada para comer que no estuviera emparentado con el reino animal, hurgaba con celo entre los escaparates de diferentes comercios con la esperanza de descubrir algún artículo. Pero aquella sociedad no concibe sentarse a la mesa sin algo de carne o un pedazo de queso; definitivamente, no forma parte de su idiosincrasia. Si la salsa de tomate no tiene carne, como que le falta algo o está desabrida.


En ese afán de encontrar alguna comida con el balsámico rótulo de "vegan", fue que la vi ahí, bien muerta, colgada de un gancho. Quedé estupefacto, di marcha atrás y corriendo fui a buscar a mi hija para que viera ella con sus propios ojos -abusando del pleonasmo- lo que yo no podía dar crédito. Me interesaba sobremanera su opinión, la de una adolescente que hacía nueve años que no vivía en el Uruguay de la carne. Su rostro atónito fue acompañado de la lacónica expresión: "¡qué asco!" Esa revolución interna que se produjo en mi manera de ver el mundo, hizo que me asombrara de algo que durante toda mi vida fue lo más común y que jamás se me hubiese ocurrido calificar como una aberración. Ver una descomunal vaca colgada de un gancho en vivo, en directo y sin vidrios de por medio, me sobrecogió. No podía entender cómo las clientas pedían ciertos cortes y el carnicero lo hacía ahí mismo, a la vista de todo el mundo. Si se lo hubiese comentado a un amigo de la niñez me hubiese respondido sin cortapisas: "no te hagas la estrella ahora, que ese espectáculo lo viviste toda la vida y bien que te hartabas con la carne..."


En poco más de tres metros cuadrados se entremezclaban el hedor de la vaca muerta, el aroma del pan recién horneado y la fragancia del perfume de mujer que una promotora ofrecía a las clientas que deambulaban por los pasillos del supermercado. Siempre digo que mi capacidad de asombro no tiene límites, pero esta vivencia superó abiertamente mis expectativas.


Años después, tuve que pasar la prueba de fuego del antagonismo cultural que significa la presencia de un vegano en tierra de depredadores. Con motivo de la boda de mi cuñada menor, viajé junto a mi familia otra vez a Montevideo para asistir al magno evento. El banquete estaba organizado con varios meses de anticipación y hasta el más mínimo detalle había sido cuidado. Me sorprendió gratamente y emocionó sobremanera que tuvieron la delicadeza de contemplar mi condición.


Todos conversaban alegremente mientras degustaban las exquisiteces que había preparado el chef para la ocasión, hasta que hizo irrupción la vedette de la velada (que no era la novia). Repentinamente se hizo un silencio sepulcral cargado de misteriosa expectativa, cuando el mesero se dirigió hacia mí con la alegría con la que se lleva un pastel de cumpleaños con las velas encendidas. ¡Era la comida para el vegano! Los invitados siguieron la trayectoria del plato con curiosidad superlativa porque todavía no les quedaba claro si ser vegano significaba ser portador de una rara enfermedad o algo por el estilo. Me sentí King Kong en el parque de diversiones de Nueva York. ¡Toda la gente me escrutaba con mirada inquisidora sin sacarme los ojos de encima! Parece que necesitaban saber cuál iba a ser mi reacción. La verdad es que me sentí incómodo y abochornado.


Al ver la comida que me "prepararon" el sonrojo se transformó en indignación. El plato "elaborado" consistía en una montaña de hojas de lechugas en su estado natural, sin aderezos, pero eso sí, adornada con cuatro o cinco tomates pequeños. Por ello siempre digo que la relación entre la dimensión vegana y los carnívoros "naturales" es como la de Pocahontas y John Smith: "Encuentro de dos mundos".

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