Una foto desde el Museo del Holocausto que llama a la reflexión
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. La foto que acompaña estas reflexiones fue sacada el 16 de agosto de 2021, hace tan solo dos días. Simplemente duele en el alma y rompe el corazón. No es nada fácil digerir una imagen tan perturbadora, la mismísima antesala del apocalipsis desde el Museo del Holocausto Yad Vashem. Los humanos tenemos la capacidad de fabricar arte de las cosas más macabras. Pues bien, el autor se las ingenió para combinar en la instantánea dos escenarios dantescos para los judíos. En primer plano, uno de los trenes que transportó mercadería humana para alimentar las chimeneas de los hornos crematorios diseminados por la Europa del Este, y cubriéndolo todo, detrás, un cielo encendido por los incendios forestales. Hace ochenta años era usual en aquel continente quemar humanos; hoy se está quemando la Tierra.
Por supuesto que la foto tuvo un éxito rutilante en redes sociales que se vio coronado con cientos de comentarios que redundan sobre el mismo concepto: terrible y espeluznante. La pregunta que se me ocurre es: ¿Qué hacemos los humanos -además de compadecernos con palabras huecas que no llegan a nadie- para revertir estas catástrofes naturales? En este caso no se trata de ataques terroristas. Bueno, a decir verdad, sí, pues estamos en presencia del atentado terrorista más grande de la historia provocado por nuestra pereza mental de no cambiar de forma drástica nuestros hábitos caducos, pasados de moda. Mientras nos estamos quemando vivos y no logramos despertar del letargo, me viene a la mente la reflexión oportuna, visionaria y peligrosa de Grace Murray Hopper: “la frase más peligrosa es: siempre lo hemos hecho así". El poder de la sentencia de “toda la vida fue así” es inconmensurable; posee un efecto anestésico en todos las comunidades del orbe y no hace otra cosa que socavar todo intento de insurrección intelectual. Habla, además, de un gregarismo aberrante, desquiciado e inapelable.
Hace algún tiempo que se habla sobre el vínculo estrecho entre el calentamiento global y los incendios globales, así como el concepto de que la deforestación está provocando un aumento de los incendios. ¿Pero por qué? ¿Cuál es la causa? A diferencia de un bosque que absorbe el exceso de calor, un área quemada no absorbe los gases de efecto invernadero emitidos por la quema de combustibles, lo que aumenta su peligrosidad y nos sitúa en el umbral de climas más rigurosos, más extremos y devastadores.
Probablemente te preguntarás, entonces, ¿por qué el humano se ve en la necesidad de quemar bosques? El primer dedo acusador a tan “injusto” ecocidio te apunta a ti –aunque te niegues a reconocer que eres el gran protagonista, el gran ocasionador de este problema-. Te entiendo perfectamente, ¡es que tú quieres ver a los orangutanes de Borneo y a los Koalas australianos en su hábitat natural y lloras por su espantosa desgracia! ¡Quieres ver a los osos polares llenos de vida y no macilentos como se los retrata en la actualidad! Esa ira, ese lamento quedó reflejado en unos versos del poeta catalán Joan Manuel Serrat que no tienen desperdicio, por lo ridículo, lo inverosímil de borrar con el codo lo que se escribe con la mano:
“Padre, dígame qué le han hecho al río que ya no canta. Que Resbala como esos peces, que murieron bajo un palmo de espuma blanca. Padre, el río ya no es el río. Padre, antes de que llegue el verano esconda usted todo lo que encuentre vivo. Padre, dígame qué le han hecho al bosque que no hay un árbol. ¿Con que leña encenderemos y en qué sombra nos cobijaremos si el bosque ya no es el bosque? Antes de que oscurezca guarde usted un poco de vida en la despensa porque sin leña y sin peces tendremos que quemar la barca, tendremos que arar sobre las ruinas y cerrar la puerta de casa con muchas llaves. Y usted nos dice, Padre, que si hay pinos, hay piñones; que si hay flores hay abejas, y cera y miel. Pero el campo ya no es ese campo. Alguien anda pintando el cielo de rojo y anunciando lluvia de sangre. Alguien que ronda por ahí, padre, son monstruos de carne con gusanos de hierro. Padre, asómese y dígale que usted nos tiene a nosotros, y dígale que nosotros no tenemos miedo, Padre, pero asómese porque son ellos, quienes están matando la tierra. Padre, deje usted de llorar, que nos han declarado la guerra”.
El propio Serrat antes de cantar esta canción solía reflexionar con mucho dolor (y sobrada ignorancia) con el siguiente comentario: “Esta es una canción que con mucha amargura y un tanto de vergüenza la quiero dedicar a esos canallas que queman nuestros bosques, ensucian nuestras aguas, envenenan nuestros alimentos y se enriquecen con las miserias ajenas”.
https://www.youtube.com/watch?v=j8-wTtgwOvU
Es hora de que Serrat y toda la humanidad entiendan que la mayoría de las selvas tropicales se está talando para dar paso a la industria que necesita extensiones demenciales de tierra, y es aquella que abastece de comida a la comida de la abrumadora mayoría de los humanos. Hace ya demasiados años aprendí una frase que quedó grabada a fuego en mi interior: “todo tiene que ver con todo”. La gran forma de empezar y de terminar de resolver esta calamidad que nos golpea con fiereza a todos es desterrando de una vez y para siempre a los animales de nuestros platos y tazas.
Permanentemente recojo de Internet material que pueda brindar un aporte a esta noble misión de despertar conciencias avasalladas por el cruel sistema gobernado por la publicidad, el marketing y la sociedad de consumo y que derrama vanamente millones de litros cúbicos de sangre por hora. La foto de portada, a mi juicio reúne todos los atributos para despertar esas mentes que hibernan desde la cálida cuna hasta el frío sepulcro.
El mensaje apocalíptico de cómo estamos llevando las cosas lo sintetizó de manera lacerante y sublime el Rey del Pop Michael Jackson, en su "Canción de la Tierra" (Earth Song), en donde se formula una cascada interminable de preguntas retóricas, que se podría fundir en una sola: ¿Qué hemos hecho?
"¿Qué hay del ayer? ¿Qué hay de los mares? Los cielos están cayendo. Ni siquiera puedo respirar. ¿Qué hay de la Tierra sangrante? ¿No podemos sentir sus heridas? ¿Qué hay de los valores de la naturaleza? Es el seno de nuestro planeta. ¿Qué hay de los animales? Hemos convertido reinos en polvo. ¿Qué hay de los elefantes? Hemos perdido su confianza ¿Qué hay de las ballenas que lloran? Estamos destrozando los mares. ¿Qué hay de los senderos del bosque? Quemados a pesar de nuestras súplicas. ¿Qué hay de la Tierra Santa? Apartada por creencias. ¿Qué hay del hombre común? ¿Podemos liberarlo? ¿Qué hay de los niños que mueren? ¿Puedes oírlos llorar? ¿Dónde nos equivocamos? ¡Que alguien me diga por qué! ¿Qué hay de los bebés? ¿Qué hay de toda su alegría? ¿Qué hay del hombre? ¿Qué hay del hombre que llora? ¿Qué hay de Abraham? ¿Qué hay de la muerte, otra vez? ¿Nos tiene sin cuidado?
https://www.youtube.com/watch?v=XAi3VTSdTxU
Este mundo que nos fue entregado para cuidarlo y amarlo, lo convertimos en un verdadero vertedero en donde las especies van desapareciendo en progresión geométrica, mientras los humanos seguimos rindiendo pleitesías a los descubrimientos premiados por la Fundación Nobel, meros y tristes paliativos a la devastación que estamos obsequiándole.
Todos estos argumentos me conducen a considerar sin vacilaciones que la alimentación vegetariana es la única beneficiosa para la salud del planeta. Sería el punto de partida sólido y capaz de restablecer el orden natural, pues nos permitiría alcanzar dos preciadas panaceas: no morirían inocentes (tanto animales como humanos) y habría comida para todos.
Alejandro Goldstein
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