La obesidad también es una elección personal
Una práctica que con el correr del tiempo transformé en rutina fue la de, en primera instancia, contemplar carretillas de supermercados rebosantes de comida e imaginar, de inmediato, el aspecto de su titular. No es casualidad que el acierto sea siempre del 100%. El ejercicio va a pies juntillas con una enorme máxima de la paremiología española: "dime con quién andas y te diré quién eres".
No descubro el sol al afirmar que estamos en una guerra que no respeta códigos y que el fuego cruzado nos azota desde todos los puntos cardinales. Las grandes corporaciones -en aras de aumentar sus ventas y, de paso, tratar de levantar la moral de la gente con mensajes que mucho emociona a Juan Pueblo- probaron la fórmula de declarar al Coronavirus como el gran enemigo a combatir y la lucha con la cual tratamos de salir a flote, como la verdadera batalla. Como era de esperar, la gente se montó con efusividad a esa campaña y no hubo quien la detuviera: "contra este enemigo vamos todos juntos tomados de la mano".
La receta más fácil que tiene un dictador para distraer a la efervescente ciudadanía de un país con problemas de todo tipo es inventar un conflicto con otro país. El ejemplo paradigmático es el de la dictadura argentina cuando planeó la disparatada idea de invadir las islas Malvinas. De esa misma forma, muchos países aprovecharon la aparición del Covid 19 para distraer la mente de su población. Pero, de ahí a llamar enemigo a un virus creado por nuestra propia impericia, por la ceguera de los gobernantes de turno de no querer ver lo que la naturaleza nos está mostrando todos los días, hay un largo trecho. Con respecto a la guerra, afortunadamente nunca padecí ninguna, pero imagino que muchos de los que sobrevivieron a grandes conflictos bélicos no deben estar muy de acuerdo con esa comparación poco feliz. No veo la guerra por ningún lado. Quizás un poco de encierro, puede ser, pero todo se matiza con Netflix. La guerra y el fuego cruzado mencionados en el párrafo anterior no son otra cosa que el bombardeo constante y sistemático de los medios de comunicación para hacer de nosotros lo que por esencia no somos.
Otro ejercicio con 100% de éxito que se podría poner en práctica -complementando el anterior- es mirar a los padres para adivinar la contextura del hijo. Si hablamos de padres que abrazaron la delincuencia como "profesión" es muy probable que el hijo pertenezca al hampa cuando sea adulto. ¿Qué decir de los hijos de los obesos? ¿Verdad que tienen el destino casi marcado? La única verdad es que sí, que lo tienen marcado, pero ese "casi" es el que les da la posibilidad a zafar de esa prisión perpetua; ese "casi" abre una luz a la esperanza.
Es muy difícil que un hijo de padres obesos resulte delgado, sería "antinatural" -si se me permite el término-. Por otro lado, el vulgo va a denostar a ese hijo porque: "solo mira cómo está, se la pasa comiendo como una vaca” -sin tener en cuenta que las vacas solo comen pasto y que no son gordas; su naturaleza es así, al igual que la de los elefantes-.
La obesidad es una elección personal como tantas otras. Lo que sucede es que el marco nos condiciona y la experiencia humana todo lo relaciona con la comida, ya sea en los nacimientos como en las muertes, los matrimonios como en los divorcios. A tal punto es la locura que padecemos que cuando vemos un hermoso bebé en lugar de decir que es hermoso, decimos "¡está para comérselo!"
Lo trágico es constatar que la gente, en lugar de usar su cerebro para resolver situaciones a largo plazo o para toda la vida, implementa constantemente atajos de todo tipo -que la saca del apuro-. La ruta más corta está a la orden del día y a manera de ejemplo, lo más fácil para obtener una buena musculatura es abusar de los esteroides. Si no se tiene el dinero para la droga, Rocky Balboa nos enseñó y echó a rodar el mito que la ingesta de huevos crudos es la mejor solución (para obtener una buena salmonella). Para los gordos hay un mercado extraordinario y variopinto de atajos. En comunidades adineradas es frecuente ver a jovencitas que salen de la adolescencia con una obesidad llamativa y como la vida y mamá ya le introducen el chip de que tiene que empezar a pensar en casarse, el sistema le ofrece la revolucionaria cirugía bariátrica para salir rápido del problema. Si la paciente no desea ser tan drástica con su cuerpo, también se inventaron las liposucciones para modelar la silueta para después seguir comiendo como un león.
Pero si se quiere hacer con "conciencia", ahí también estará un médico para aconsejarte, hacer un seguimiento de tu caso y sacarte el dinero por un tiempo bastante prolongado con un régimen alimenticio en donde el "paciente" perderá algunos quilos y mucho dinero. Cuando el cliente acceda al peso deseado dará por concluido su régimen y la clínica habrá cumplido con su parte del contrato. Es allí cuando la persona dada de alta baja la guardia y celebrará por lo alto su nueva silueta. ¿De qué manera celebrará? ¡Qué pregunta! ¡Con comida, por supuesto! Cuando se quiera acordar estará veinte kilos por encima de lo que marcaba el fiel de la balanza cuando empezó la dieta.
Para escribir este artículo tuve que pedir a mi gran amigo Fernando que me diera permiso para contar su caso y publicar las fotos del antes y el después. Hace muchos años me crucé con él en una esquina de la ciudad de Montevideo y quedé sorprendido con su sobrepeso: cada paso que daba era como una bomba atómica que chocaba estruendosamente contra el suelo. La vida no solo nos volvió a juntar en la ciudad de Panamá, tiempo después, sino que nos convirtió en vecinos del mismo edificio. Después de cerradas negativas a que dejara la televisión y las montañas de papas fritas y comprara una bicicleta para acompañarme a pedalear por las calles de la ciudad, por fin accedió. Transcurrida una década, el hombre que pesaba 125kg hoy pesa 60kg. Con sus pantalones de otrora podría fabricar una carpa para ir a veranear. ¿Milagro? ¡Ese tipo de milagros no existe! Lo que existe es la determinación, poner la mente a funcionar para cambiar ciertos hábitos que matan de forma lenta y sigilosa. ¿Quién dijo que es fácil? Pero que se puede, se puede. Después vienen los beneficios por añadidura como el dejar de consumir los medicamentos que formaban parte de la dieta y los análisis clínicos casi perfectos. La ecuación es simple: alimentación adecuada y moderada + actividad deportiva diaria = excelente salud.
Para concluir, esta pandemia delineada por el marketing y las políticas socioeconómicas llamada obesidad -que provoca el congestionamiento en hospitales y clínicas-, no es una enfermedad; nuestro cerebro es el que está enfermo, pues recurre religiosa y desesperadamente a "dietas milagrosas" y a médicos para contrarrestar los efectos nocivos que nos ocasiona alimentarnos de productos no apropiados para nuestra especie. Cuesta creerlo, pero los adultos tenemos la solución al alcance de la mano y lo más extraordinario es que esa panacea es milagrosamente rápida y sumamente barata. Subir las escaleras en lugar de utilizar el ascensor y erradicar definitivamente la ingesta de productos de origen animal son el comienzo y el final de una nueva y promisoria vida. Los resultados altamente atractivos: ahorro de dinero en visitas al médico, en medicamentos y en evitables intervenciones quirúrgicas, además de pérdida notoria de grasa corporal.
Muy sabia la reflexión de Hipócrates al respecto: "cuando alguien desea la salud, es preciso preguntarle si está dispuesto a suprimir las causas de su enfermedad. Solo entonces será posible ayudarlo".
Alejandro Goldstein
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