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La época más peligrosa en la historia de la humanidad: el marketing y la publicidad


A cada paso que avanza (o retrocede, dependiendo del cristal con que se vean y analicen las cosas) el mandamás del planeta va dejando su impronta. A través de los tiempos hemos desarrollado innumerables logros en las artes, la literatura, la filosofía y la ciencia, pero también fuimos los artífices de nuestras peores tragedias.

Del estudio de los sucesos pasados, de alguna manera podemos vaticinar qué será de nuestra especie dentro de algunas décadas. Aprendimos a estudiar la historia de la humanidad a través de civilizaciones e imperios que nacieron, prosperaron y sucumbieron. Pero hay hechos puntuales que marcaron un hito, un profundo cambio que los analistas se pusieron de acuerdo en llamarle “épocas”.


Así encontramos la prehistoria, la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna y la Época Contemporánea. Esta última etapa comienza con la Revolución Francesa y con los albores de la Revolución Industrial.


Hasta aquí llega el análisis de los historiadores, pero el ritmo vertiginoso del cambio (que es lo permanente) hizo que en cuestión de algunas décadas hayamos sobrevivido a dos nuevas épocas.


El siglo xx permanecerá en los anales de la historia como el más trascendental y el de los mayores contrastes: fastuoso y abundante en materia de descubrimientos, mísero y dramático en hecatombes y pobreza. Resplandeciente y lúgubre, creativo y destructivo, civilizado y bárbaro, problemático y febril.


Por un lado, los que supimos transitarlo, tuvimos que aprender a convivir con creaciones que llegaron para hacernos la vida más fácil: la masificación de la electricidad y el teléfono, el automóvil, el avión, la radio, la televisión, los ordenadores, las naves espaciales, Internet y los electrodomésticos. Por otro, no nos produjo asombro ni escozor palpitar a diario el menoscabo de los principios éticos que nos fue hundiendo en el más nauseabundo de los fangos, pues aprendimos a manejar con indiferencia y apatía la aparición de nuevas expresiones, como: limpieza étnica, segregacionismo, armas de destrucción masiva, apartheid, espacio vital, Solución Final y Holocausto. Las páginas de los libros de historia que mencionan a Hiroshima, Guernica, Lídice, Srebrenica, Núremberg y Treblinka van quedando cubiertas de polvo, a tal punto que la mayoría de nuestros jóvenes no recuerda haber escuchado alguna vez dichos nombres.


En ese siglo paradojal, las dos guerras mundiales nos situaron al borde del precipicio, pero también fuimos testigos de la felicidad superlativa que provoca en ciertas comunidades las grandes ofertas de los poderosos centros comerciales. Se vuelve imprescindible entender que la felicidad va mutando con el tiempo. Hoy pasa por la acumulación de riqueza y de productos; hace ochenta años en Europa, por encontrar de casualidad una cáscara de papa o una rebanada de pan enmohecido.

Este siglo XX que me tocó transitar fue sin duda el más difícil de todos, pero lo que se vislumbra en el horizonte es absolutamente tétrico, cuasi apocalíptico. Hiroshima y Nagasaki le pusieron nombre a la Edad Atómica en 1945 y no muchos años después, la aparición de la TV dio inicio a la época más peligrosa en la historia de la humanidad: el marketing y la publicidad.


La convulsionada época actual se caracteriza por el afán de comprar belleza y de ser aceptados. Lo único que miramos en este tiempo impúdico es la cobertura, la fachada; el interior y la esencia no cuentan en absoluto. Para llegar a dicho fin no importan los medios, sino pasarlo de la mejor manera posible, pese a quien pese y caiga quien caiga.


Hoy se llega al paroxismo comprando; comprando cosas, comprando mentes, comprando gente. La idea pasa por marcar la diferencia, destacarse por sobre los demás, y en ello juega un rol preponderante la publicidad. Así un Rolex Daytona 116500LN NEW, un iPhone XS Max, un Rolls Royce Sweptail o un perro sharpey nos hará tocar el cielo con las manos. La meta no pasa por trasmitir valores, dejar un legado, sino comprar la casa, el auto y oler "rico".


Los procesos son lógicos y como “todo tiene que ver con todo” no es raro que este mundo que nos fue entregado para cuidarlo y amarlo, lo hayamos convertido en un verdadero vertedero, una pestilente cloaca en donde mientras las especies van desapareciendo en progresión geométrica, recibimos el Covid-19 con “sorpresa”. ¿A alguien le queda alguna duda que los próximos ganadores del premio Nobel de medicina serán aquellos que están descubriendo la vacuna contra esta peste? Mi lectura es que estos antídotos son tristes paliativos a la devastación que estamos obsequiándole al planeta. Se inventa la enfermedad, luego el antídoto y la economía del mundo se “mueve” al son de los grandes consorcios farmacéuticos.


En lugar de cambiar de verdad y adoptar un nuevo estilo de vida que contemplen la vida y la salud del planeta, ¿Qué queremos?, ¡volver a la normalidad! Yo pregunto: ¿esa normalidad que nosotros anhelamos no fue la que nos condujo a toda esta locura?


Dice el cantautor catalán Joan Manuel Serrat: “no hay nada más bello que lo nunca he tenido; nada más amado que lo perdí”. Hemos perdido mucho en este último año, es vedad, pero podemos perder todo si no aplicamos los correctivos con premura. Lo argumentado anteriormente me conduce a considerar sin vacilaciones que una vida minimalista y una alimentación que prescinda de las “exquisiteces” del reino animal serán la clave para dar un paso atrás, reflexionar y volver a las fuentes para retomar el camino de la cordura. La salud del planeta, el punto de partida sólido y capaz de restablecer el orden natural nos permitirá alcanzar las dos preciadas panaceas: que no mueran inocentes (animales y humanos por igual) y que haya comida para todos.

Alejandro Goldstein








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