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Reflexiones en tiempos en que el mundo salvaje invade la civilización...



Cuando le comento a la gente de mi entorno que todos los días voy y regreso del trabajo en el subterráneo, lo que recibo son miradas en las que se entremezclan la repugnancia y el asombro. La repugnancia se resume en que viajo con gente de los estratos socioeconómicos más bajos y el asombro -que me catapulta a héroes del nivel de Superman- es que me atrevo a ese "desafío".


Vivimos tiempos difíciles y el Coronavirus evidenció lo que vengo constatando hace años: los humanos hemos convulsionado, colapsado como especie y todavía seguimos buscando el enemigo externo -en lugar de hacer la debida introspección-. De la boca para afuera, como siempre, los gobernantes apelan a los símbolos patrios, al discurso barato y populista, los artistas y los periodistas hacen lo propio y hasta los futbolistas tienen el tupé de abrir sus bocazas -cuando lo único que saben hacer bien es correr detrás de un balón-.


Vivimos en el mundo de la segregación y el racismo. Mientras las religiones cada día apartan más, el bolsillo crea abismos entre las personas. Ahora que uno está confinado en la casa tiene tiempo para hacer las cosas que las actividades rutinarias impiden. Una de ellas es la de ver vídeos de cómo los animales silvestres van invadiendo y conquistando al capitalismo salvaje, sin tirar un solo tiro, sin violencia. En definitiva son ellos los que van a ganar la guerra, son ellos los que se van a emancipar de la esclavitud a la que los sometimos desde los albores de la civilización, por nuestra impericia y nuestra falta de perspectiva.


La competencia nunca ha sido tan despiadada, el ritmo del cambio nunca ha sido tan fuerte. La ética va cayendo en picada, mientras la gente lucha desesperadamente para encontrar un terreno seguro donde sentirse firme. Ya no nos produce asombro, escozor ni urticaria, palpitar a diario el menoscabo de los principios éticos que a diario van hundiéndose más y más en el fango. El virtuoso cuarteto argentino Les Luthiers, amplio conocedor de la cultura de su país, en alguna de sus obras pregonó que “tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria” y que “los honestos son inadaptados sociales”.


El mundo "ilustrado y valiente" junto a sus ideales humanistas, se va descomponiendo progresivamente en un sendero donde gana terreno la hierba mala, la irreverencia y el desdén. Utilizando el engaño artero, la mentira y la “mala leche” como herramientas básicas, el constructor vende un inmueble con malas terminaciones, el funcionario se apropia de recursos públicos, el ciudadano común ejerce una profesión con diplomas adulterados, el conductor atropella a un peatón y se da a la fuga, mientras los criminales —ya sean de arma o cuello blanco— se mofan ante el endurecimiento de las penas legales.


¿Se puede considerar una ilusión que “el cuento del tío” deje de ser una figura ineluctable? ¿Será posible que la erradicación del refrán “si pestañaste, perdiste” o la frase “serruchar el piso” sea la quintaesencia de nuestras mayores aspiraciones como seres humanos? ¿Será que podremos cambiar la educación de nuestros hijos y en lugar de que sean adinerados sean buena gente?


Sería fantástico que ahora que ves -y grabas con fascinación- detrás de la ventana de tu casa cómo los animales salvajes "usurparon" tu jardín y lo utilizan como sala de juegos, les des cabida en tu vida una vez que vuelvas a salir a la civilización. Recuerda siempre que es mejor verlos en vivo y en directo y no a través de la señal de National Geographic Channel.


Sería un detalle, todo un gesto de tu parte que dejaras el automóvil lujoso en el garaje y viajaras a tu trabajo en subterráneo. Las ganancias serían colosales: llegarías más rápido al trabajo, ahorrarías tiempo –que es oro- y tendrías la posibilidad de conocer gente diferente con otras realidades y necesidades.


Por último, sería una maravilla que dejaras de explotar a los animales y los incorporaras como vecino valiosos. En definitiva está demostrado que solos no podemos salir de este brete en el que nos hemos metido; necesitamos que alguien nos enseñe cómo son las cosas. ¿Te animas al desafío? Yo ya lo vengo implementando hace años y ha sido la mejor decisión de mi vida. El cambio es lo permanente, asúmelo con responsabilidad y alegría.


Alejandro Goldstein


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