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¡No te comportes como un niño!


En este mundo frenético donde la consigna pasa por vender el alma al diablo sin caer en la bajeza de contar las cabezas que tuvimos que pisotear para llegar a la cúspide, frases huecas y carentes de sentido –como la del título-, se repiten millones de veces, pasan a formar parte del acervo cultural y terminan convirtiéndose en una verdad suprema. Para ridiculizar esa frase, lo único que hay para decir es que si alguien tiene las cosas claras, esos son los niños.

A manera de introducción, me resulta apropiado compartir la siguiente anécdota. El papá conducía el automóvil en compañía de su pequeña hija, cuando la luz roja del semáforo los hizo detenerse. Delante de ellos, había un enorme camión que transportaba vacas. Ante la pregunta de hacia dónde transportaban a esos animales, el padre tuvo un escalofriante arrebato de sinceridad y le espeto a su hija: "van al matadero". El lógico estupor con que la niña recibió la proba honestidad de su progenitor hizo que le formulara una infinidad de preguntas, a las cuales su padre respondió sin bajarse del pedestal de esa descarnada franqueza: "¿de dónde piensas que proviene la carne que comes todos los días?" La réplica de la niña, lógica y tajante, respondió a nuestra verdadera naturaleza: "¡entonces no quiero comer más carne!" ¿Cuánto tiempo puede durar la postura de una niña que "descubre" de manera fortuita la procedencia de su comida? ¿Cómo puede negarse a comer, si sus padres y hermanos mayores -que dan el ejemplo- lo hacen sin vislumbrar aflicción? Inevitablemente esos conflictos internos al poco tiempo quedarán sumidos en el olvido y aquel ser sensible que había recibido la noticia con profundo dolor y tristeza, "tendrá que hacerse fuerte y sobreponerse". Para retornar a la "naturaleza" anterior, la carnívora, contará con la ayuda de una milenaria tradición.


En mis primeros años universitarios y con un criterio que yo creía formado, me sucedió algo muy similar a lo vivido por esta pequeña. Varios amigos nos reunimos para celebrar con un menú más que "sugestivo": pavo a la parrilla. Lo que yo desconocía es que nuestro menú habría de recibirnos correteando por los rincones del patio trasero de la casa. El más audaz de los amigos tomó la iniciativa y con gran pericia le cortó la cabeza con una especie de hacha. Para mi gran estupor, el pavo decapitado corrió despavorido unos veinte metros, mientras su inerte cabeza yacía en la grama.


La fiesta terminó con gran alegría y todos degustaron las delicias del pavo a las brasas. Todos menos yo. No pude probar bocado y toda la reunión me la pasé pensando en los veinte metros de carrera y los torrentes de sangre que despidió el animal en sus últimos segundos de vida. Debí transformarme en vegano esa misma noche. La verdad absoluta es que demoré casi treinta años en hacerlo. La pesadilla de aquella noche no pasó de eso. Evidentemente la cultura hizo un excelente trabajo y mi "solidaridad" para con el reino animal fue nada más que una visita fugaz. El bombardeo y fuego cruzado que viene de médicos, padres, maestros, dioses, publicidad y televisión hacen que una decisión brillante e inapelable vaya sucumbiendo de a poco hasta fenecer. ¿Si yo con aquella anécdota traumática no pude cortar las cadenas de la historia, puedo pretender que una niña de diez años lo logre?


https://www.facebook.com/shableena.tehaa/videos/10219589317513356/

(vídeo apto para la sensibilidad carnívora)


El vídeo adjunto, presenta a una madre ofreciéndole a su pequeñita hija un montón de basura industrializada para que coma. La niña rechaza de plano toda esa inmundicia, pero come con fruición los vegetales. Seguramente el espíritu de esta mujer -al subir las imágenes de una mocosa dotada de mucha determinación y carácter-, es compartir un momento gracioso, hasta diría “lindo”, para una humanidad cuyo excremento hace rato que le desborda el cerebro.


Debe haber pasado un tiempo desde que se filmó la escena, pero no me cabe duda que a estas alturas -por lo explicado en el ejemplo de la niña contemplando el camión que trasportaba las vacas- esta niña hace rato que debe estar comiendo cadáveres. La sociedad empuja hacia eso y es difícil zafarse de esa maldita realidad.


El veganismo no es una opción intelectual para los más chicos, pues sus argumentos serán destrozados por sus mayores y objeto de burla de sus congéneres. ¿Llegará el día en que ese niño –ya adulto- pueda volver a las fuentes? La humanidad rinde pleitesías solamente a los que tienen dinero y hacia ese objetivo apunta la educación de los más vulnerables. Solo hay que contemplar a los niños para saber que son ellos los que tienen el secreto, la pureza, y la rebeldía de rechazar las órdenes de sus psicópatas madres -que lo único que aprendieron es a matar y a vivir a costilla del dolor ajeno, sin atisbos de remordimiento-.


Pero la justicia se hace no con aquellos que están por encima de nosotros, sino con los que están por debajo. Es a ellos a los que hay que ayudar para cambiar el trágico rumbo que va tomando nuestro planeta, y ese concepto forma parte del ADN de los niños.


La gente suele preguntarme acerca de cómo me hice vegano –como si esto se tratara de algo reñido con la naturaleza humana- y mi respuesta es siempre la misma: “nací vegano, pero mi madre primero y la humanidad después, transformaron mi naturaleza en carnívora”. La historia de la humanidad avala esa insensatez y encuentra una razón tan ridícula como carente de sentido: nuestra dentadura posee “caninos”. Con comparar los dientes del astuto y cariñoso burro con los nuestros, nos daremos cuenta que los que carecemos de inteligencia somos nosotros al escoger comida no apropiada para nuestra especie.



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