La publicidad que nos complica la vida de pequeños
A medida que Nochebuena se aproxima, los niños cruzan los dedos y cierran sus ojos, tratando de potenciar aquella ilusión de recibir los mejores regalos de navidad. Por supuesto que esa esperanza es compartida y el inevitable diálogo se desata inmediatamente:
-¿Que le vas a pedir a Santa? -pregunta el primero. Mirando al cielo, clamando por un milagro y con la casi certeza de que su petición no va a ser contemplada, balbuceó: "una patineta".
-¿Y tú?
-Yo le voy a pedir un "KOTEX" -respondió el segundo con autosuficiencia-.
-¿"Kotex"? ¿Y eso qué es? -respondió el primero -presa de una curiosidad casi irresistible-.
- La verdad es que mucha idea no tengo, pero en la televisión se la pasan machacando que con él puedes andar en bicicleta, puedes bañarte en la playa, jugar al fútbol y hacer todo lo que se te ocurra, ¡sin que nadie se dé cuenta! ¡Pero ahí no termina el cuento -añadió- ...hay algunos que son tan especiales, pues te permiten ¡Volar! ¡porque hasta alas tienen...!
Lo que en primera instancia podría interpretarse como jocosa ocurrencia -propia de infantes-, reviste una gravedad de tal magnitud, que hasta la misma salud del planeta se encuentra en terapia intensiva.
El vertiginoso avance de la tecnología y la insaciable sociedad de consumo aceleraron la transformación del Homo Sapiens de ayer en el perfecto idiota de hoy.
La consigna es vender y en ese sesgo ruin, se empobrecen nuestros bolsillos y embrutecen nuestras mentes. En la frenética búsqueda de cosas absolutamente superficiales, perdemos el balance y la perspectiva, para caer al abismo de la depresión profunda. Es durante ese estado de abatimiento -abrumados por no poder acceder a tantas cosas “lindas” que se nos ofrece-, en el que hace su ingreso triunfal la televisión, para darnos el golpe de gracia con variopintas ofertas de ropa, fórmulas mágicas para adelgazar diez kilos en una semana y obtener músculos extraordinarios en tan solo una rutina diaria de cinco minutos. Nos hemos acostumbrado a ver como las iglesias pentecostales crecen en progresión geométrica, mientras las librerías van cerrando inexorablemente sus puertas por la escasez de clientes y a que los transeúntes filmen con sus teléfonos móviles las escenas de un accidente de tránsito en lugar de socorrer a las víctimas.
Anda dando vueltas un pensamiento en el espacio cibernético, que -lejos de ser maleducado o grosero- nos sitúa en el intríngulis demencial en el que vivimos: “en el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la disfunción sexual masculina e implantes mamarios para las mujeres, que en la cura del Alzheimer. Dentro de algunos años, tendremos ancianas de senos turgentes y sugestivos y viejos con órganos viriles duros como el acero, pero ninguno de ellos recordará para qué sirven”.
Le hemos regalado el poder a las empresas de publicidad y a la sociedad de consumo para que ellas gobiernen nuestra psiquis y ¡vaya si lo han logrado! ¡Alea jacta est! -decían los romanos-. En ese sentido, la victoria de estos dos monstruos es más que evidente y son ellos los que guían nuestros pasos desde la cálida cuna hasta el frío féretro.
Somos marionetas manipuladas por los directores de orquesta mencionados en el párrafo anterior, los cuales nos dicen lo que está bien, lo que está mal y de qué manera seremos castigados por la sociedad cuando intentamos escapar de un sistema que te asfixia, en el que no hay lugar para improvisaciones.
Dichos monstruos lograron lo que nadie se hubiese permitido imaginar: cambiar nuestra apacible naturaleza vegana por una agresivamente carnívora.
Este extenso introito es simplemente para poner de manifiesto que así como nuestra mente está siendo brutalmente avasallada y puesta fuera de foco, también nos han robado el alma y la conciencia. El haber bajado la guardia nos hizo perder la capacidad de reacción y de esa forma se nos ha ahogado definitivamente la esencia vegana -aunque algunos pocos hagamos el esfuerzo de tratar de reflotarla-. El mundo levanta el dedo acusador contra los veganos por considerar que estos buscan de manera vehemente lavar el cerebro de la gente y la única verdad es que los veganos no lavamos cerebros; lo único que tratamos de hacer es enjuagarlos de tanta basura acumulada a lo largo de miles de generaciones.
¿Serán estas navidades el punto de partida para que puedas modificar lo que te enseñaron de pequeño y comiences a elucubrar la loca idea de practicar la compasión?¡Sería fantástico que dieras el ejemplo! ¡No mires para el costado, no contribuyas para que el mal se perpetúe! ¡Come paz, no llenes tu estómago de agonía! No te sirve a ti (malestares, reflujos, diarreas, colesterol, cáncer y diabetes), tampoco le sirve al planeta y menos que menos, a los animales.