El Uruguay "natural" y la venta de hot dogs en plena vía pública
Mi Uruguay "natural" está "escandalizado" porque en una esquina de la ciudad de Montevideo se descubrió que un trabajador se ganaba el jornal vendiendo chorizos de perro al pan a precios llamativamente baratos.
Lamentablemente carezco de los conocimientos técnicos para subir el audio a Internet, pero me tomo el trabajo de transcribirlo, pues luego haré unas precisiones:
"Bueno, les paso el último dato. Alguien alguna vez me lo dijeron, pero yo no lo creí. ¿Vieron el gordo que vende los chorizos a cuarenta pesos en la Av. Instrucciones esquina Silva? Bueno, está detenido. Encontraron más de veinte perros colgados en la casa con ganchos similares a los de una carnicería, todos blanquitos porque dicen que los afeitaban. Y así, vendían chorizos de perro, les aviso por las dudas. (Palabras irreproducibles) ¡Me quiero matar! ¡Yo no sé si vuelvo a comer chorizos en la calle, ojo con comer cosas en la calle! Después no digan que no les avise".
Mi reflexión es siempre la misma. La idea no es dejar de comer chorizos en la calle, sino erradicarlos definitivamente de la dieta. ¿Tan difícil de entender es?
¡Tampoco es cuestión de que el autor del audio se rasgue las vestiduras diciendo que “se quiere morir”! En definitiva, ¿cuál es la diferencia entre comer perro, vaca, cedo o gallinas? ¿Acaso no se trata del país que “hermana” a todos los animales? La poesía gauchesca “atesora” un refrán que ejemplifica la idiosincrasia de un país respecto del trato dispensado a sus animales: “todo bicho que camina va a parar al asador”. Lo que voy a decir es una verdadera aberración, pero es importante mencionarlo para situar el momento crucial que vive el Uruguay con la pésima salud de sus ciudadanos. No tengo dudas que sería hasta menos dañino para el cuerpo humano comer perros que los mencionados anteriormente, pues estos tienen vacunas, hormonas y un montón de venenos que pasan directamente al torrente sanguíneo de sus consumidores, mientras que el perro no tiene nada antinatural en su cuerpo. Suena a locura, pero desde ese punto de vista es real.
Además, ya estamos demasiado adultos como para creer en espejitos de colores -como en la época de la conquista-. Hay que ser muy necio para creer que los chorizos de perro los venden solamente en la vía pública. La gente no tiene la menor idea de los perros y las ratas que se habrá comido a lo largo de sus vidas, comprados en envases al vacío en la sección morgue del supermercado. En un mundo salpicado por la corrupción en donde lo único que cuenta es acumular fortuna a cualquier medio, no me sorprendería en absoluto que el relleno de los ravioles de la fábrica de pastas tenga como materia prima decenas de roedores. El refrán “me vendieron gato por liebre” no lo inventé yo. Hace algún tiempo, apareció la estremecedora noticia que Brasil (principal exportador de carne vacuna del mundo) se vio sacudido al ser descubierto un sórdido negocio: venta de carne podrida. ¡Solo un iluso puede llegar a elucubrar la alocada idea de que ese “alimento” iba a ser descartado! Hay que entender que las empresas de productos lácteos y cárnicos no son la Madre Teresa de Calcuta, necesitan vender a cualquier precio para generar divisas y no van a dudar un ápice para hacer de esa carne en mal estado un manjar a los ojos de los consumidores.
La concepto es absolutamente demoledor, pues dos rubros poderosos se dan la mano luego de hacer grandes negocios: por un lado está la industria que te envenena con sus alimentos y luego viene la otra para tratar de revertir los daños ocasionados en tu salud. El resultado es que permanecerás rehén de estos dos gigantes y todo intento de insurreción será sofocado con el peso de la historia y la tradición. No hay otra razón para que se sienta tanto odio, tanta tirria por la fresca aparición de los veganos.
Cada vez que llego a Uruguay -después de varios años de ausencias- me estremezco y me indigno con la fastuosa publicidad en los medios de comunicación de todo lo inherente al sistema médico: emergencias móviles, servicio de acompañantes en hospitales, mutualistas médicas que “se sacan los ojos” para ofrecer más bondades a sus clientes, medicamentos por doquier. Los pobres ancianos de bolsillos vacíos se levantan en aquel país con una macabra disyuntiva: ¿comer o comprar medicinas?
Esta manera de alimentarse durante generaciones, llevó a la gente de este país a las afecciones cardíacas, de colesterol, diabetes y cáncer con los niveles más altos del mundo.
Los uruguayos hacen alarde de sus monumentales barbacoas, a las que bautizaron con el nombre de “parrillero”. Finca uruguaya que carezca de ese santuario para cocinar los cadáveres comprados en carnicerías y supermercados, disminuye sensiblemente el valor de su propiedad. No se concibe un patio trasero sin su presencia soberana y, si el espacio lo permite, va acompañado de una larga mesa con bancos a cada lado, una mesada para hacer los cortes de la carne y una tina con grifo, todo coronado con un hermoso techo. Allí se reúne la familia a departir, constituyéndose en el lugar más importante y preferido de la casa.
Vistas estas coyunturas, es imposible que el uruguayo cambie de actitud. Por ahora no quiere cambiar, no le interesa y si quisiera, su intelecto no se lo permitiría. Seguirá sumido en la tristeza de enterrar a sus ciudadanos -buscando explicaciones no sé dónde- con la frase tradicional: "se nos fue tan joven". No está de más recordar que el noventa y cinco por ciento de las enfermedades de nuestra especie tiene origen en lo que consumimos y en nuestros equivocados hábitos de vida.
No tengo que decirte una vez más qué es lo que tienes que hacer para revertir todo esta insanía, ¿verdad?