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“Abuelo, ¿de verdad tu generación trataba así a los animales?”


La célebre e inaplicable máxima que aparece en la Biblia: "amarás a tu prójimo como a ti mismo", nos hizo perder la perspectiva de lo que realmente somos como especie. Ese pensamiento cargado de "humanismo" y solidaridad, se pisotea y vilipendia a diario de manera más que evidente. Aplicada la palabra humanismo como sinónimo de bondad y altruismo, la escribí entre comillas, pues si existe algún ser sobre la faz de la Tierra que no es bueno, ni solidario y menos que menos, altruista, ese es el humano. Jamás respetó a su prójimo y si nos posicionamos que sobre este planeta los terrícolas somos todos los seres vivos que lo habitamos, estamos en presencia de una especie que utiliza su raciocinio y su inteligencia aguda para aniquilar toda la biodiversidad.


Partiendo de la premisa que los animales son mis prójimos y hermanos de planeta, no puedo hacerme el distraído cuando los vejámenes a los que son sometidos se suceden a lo largo y ancho del globo. Al ser consciente de los padecimientos de las especies que elegimos para que engalanen nuestra cultura, cada vez que veo un pedazo de carne introduciéndose en una boca humana, indefectiblemente veo las imágenes de seres humanos maltratados en campos de trabajos forzados a lo largo de la historia. Por supuesto que esta profunda reflexión ofenderá a casi todos, los cuales rasgarán sus vestiduras y justificarán con vehemencia a través de pueriles argumentos religiosos o de simple tradición cultural, el acto milenario de aprovechar las "bondades" que nos ofrece el reino animal.


Pero la gente no lo ve desde mi perspectiva, o mejor dicho, trata de no mirarlo. ¿Cómo se hace para concientizar a los hombres del mañana que lo que se presenta en las góndolas de un supermercado con la foto de un pollito o una vaca sonriente, no son “productos”, sino cadáveres ultrajados de seres que no pidieron nacer, que no quieren morir y que en un momento de la historia tuvimos la “genial” idea de “fabricarlos” para que nos alimenten?


Somos holgazanes por naturaleza y no tenemos voluntad ninguna para trasponer los límites de nuestra zona de confort. Preguntas del tenor de ¿Cómo voy a hacer para comer un buen plato de pasta sin el abundante e “imprescindible” queso parmesano?, ¿podré vivir sin tomarme el consuetudinario café con leche a la mañana?, ¿no va a estar inconclusa una opípara cena sin una generosa porción de torta de chocolate? Son mil y una interrogantes -ridículas a mi juicio, lo confieso- que me hice antes de dar este gran salto como ser vivo consciente del sufrimiento de las demás especies subordinadas a nuestra voluntad. Una vez que sentí que vivir sin carne, sin huevos y sin leche no era una quimera, sino que se trataba de algo tangible y compatible para nuestra especie, comprendí que mi pequeña contribución a esta causa podría aportar algo para que en este planeta la convivencia sea mucho mejor.


Al principio de mi evolución hacia el veganismo, cuando veía a mis prójimos comer carne los identificaba como criminales, luego fui “aterrizando” y aquellos homicidas pasaron a ser los grandes ignorantes y los mejores socios para que la industria pecuaria goce de excelente salud. Hoy atribuyo este proceder a la pusilanimidad de preferir la perimida zona de confort que asumir con responsabilidad el cambio. La información está a disposición de todos y es solo cuestión de que cada uno se quite las anteojeras para ver lo que no quieren ver. Dicha “ceguera” se presenta cuando imágenes de delfines salvajemente masacrados en las costas de Islas Feroe o la de toros de lidia de quinientos quilos, cayendo exhaustos en la plaza de toros y botando sangre a borbotones por decenas de orificios producto de innumerables puyazos, "ofenden" nuestra sensibilidad. Cada vez que nosotros comemos un omelette, degustamos un yogur o compramos una pechuga de pollo en la carnicería, estamos cometiendo el mismo acto cruel -tan ignominioso como los descritos anteriormente- y lo hacemos con gusto y tratando de olvidarnos que para que llegaran a nuestras mesas, los animales tuvieron que padecer un infierno a lo largo de su pobre existencia. Sir Paul Mc Cartney a esa evidencia la define de manera magistral: "si los mataderos tuvieran paredes de cristal, todos seríamos vegetarianos". Los humanos siguen respondiendo obstinadamente con un refrán que sabe a lavado de manos: "ojos que no ven, corazón que no siente".


Somos un conglomerado de contrasentidos, y para ejemplificarlo de la mejor manera tengo que remitirme al título de un libro ampliamente galardonado de los escritores estadounidenses Canfield y Hansen que nos habla del amor, la sabiduría, la esperanza y el poder para animarnos en los momentos más difíciles, a través de ejemplos que iluminan el camino de la felicidad. No tuvieron "mejor" idea que llamarlo "Sopa de pollo para el alma". Por un lado un animalito salvajemente ultrajado, y por otro, el amor. Francamente no entiendo esa relación. Una sociedad que se considera justa no debería enseñar a los pequeños en el jardín de infantes que "La Señora Vaca sabe trabajar", cuando la realidad sin discusión marca que es brutalmente vejada desde que nace hasta que muere. Cicerón lo explicó de manera descarnada: "como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad".


Nunca antes en la historia nuestra mente se ha visto tan brutalmente avasallada. Estamos distraídos, nos han robado la conciencia y definitivamente hemos bajado la guardia. Le regalamos el poder a las empresas de publicidad y a la sociedad de consumo para que gobiernen nuestra psiquis, y ¡vaya si lo han logrado!


Un vegano “de ley” debe ser un consumidor voraz de vídeos orientados hacia el maltrato animal. Los años de “experiencia” en la materia hicieron que mi capacidad a que ciertas imágenes hieran mi sensibilidad estuviera blindada. Como hace varios años que practico dicha rutina, pensé que ya nada podía conmoverme; que lo había visto todo. Me equivoqué de cabo a rabo.


Ver “Dominion” hizo que me proyectara al futuro. No tengo dudas que llegará el día en que los hijos de mi hija –pertenecientes a otro mundo, otra cultura y otros valores- me interpelen en el banquillo de los acusados con la crucial pregunta: “Abuelo, ¿de verdad tu generación trataba así a los animales?” Llegado ese momento crucial, no me quedará otra alternativa que agachar la cabeza –en clara señal de vergüenza ajena- y asentir sin articular palabra.


Yo sé que esta temática te importa poco y nada. Sé también que todo lo que yo escribo lo pasas por alto y que me consideras un enajenado mental al que hay que aislar. A su vez, tengo la certeza absoluta que te seguirás emocionando cuando en las redes sociales un amigo comparta las fotos de sus asados monumentales, pero por esta vez te pido que hagas el esfuerzo, que destines dos horas de tu vida, para que veas adónde nos está llevando la maldita frase que gobierna la vida de la humanidad, “toda la vida lo hemos hecho así”.


Solo cambiando diametralmente tus hábitos vas a evitar las pandemias, el cambio climático y que mueran millones de animales inocentes por minuto (incluidos tus humanos más preciados). Espero que una vez que analices (hasta el final) el documental, tomes conciencia que con tus hábitos heredados estás fomentando de manera directa, cada minuto de tu vida, que esta oprobiosa realidad se perpetúe por los siglos de los siglos.


¡No te evadas; ha llegado la hora de que te involucres! Te lo pide encarecidamente el planeta que se cae a pedazos mientras tú te haces el desentendido.


https://www.youtube.com/watch?v=UeETbEil_7k



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