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“¿Qué cuento me vas a hacer, si yo llegué a los ochenta y cinco años comiendo carne y bebiendo leche


Causas para estigmatizar el veganismo surgen por generación espontánea y en cantidades industriales y están respaldadas por el ejército más numeroso y mejor blindado del mundo: el de los carnívoros “por naturaleza”.


Las redes sociales –que llegaron para quedarse por un buen tiempo- sumadas a los viejos medios masivos de comunicación, hacen que la defensa a ese statu quo sea implacable. A esos milicianos, a muy temprana edad se les incorpora en el cerebro un chip que dictamina que aquellos enajenados mentales que defienden el "desquiciado" postulado de que los animales tienen el derecho a vivir con dignidad, son unos peligrosos revolucionarios, una especie de secta maldita que lo único que busca es alterar la paz mundial. No solo eso, además pretenden instalar algo que está sumamente prohibido en la sociedad moderna: el cambio. Por ello, el ejército que defiende agresivamente el consumo de carnes y lácteos maneja ciertos principios -tan antiguos como la mentira-, a saber: las plantas también sienten, las proteínas insustituibles de la carne, el calcio de la leche de vaca, nuestros “poderosos” dientes caninos, no se puede vivir comiendo "lechuguita", y una lista que nunca se acaba.


Un argumento aparentemente más elaborado es que la expectativa de vida en la actualidad supera ampliamente a guarismos de hace treinta y cincuenta años: “¿qué me vas a venir a hablar a mí, si yo llegué a los ochenta y cinco años comiendo carne y bebiendo leche?” A primera vista el argumento sería contundente e inapelable, pues el ser humano está llegando promedialmente a los ochenta años, edad que jamás soñó con alcanzar el siglo pasado.


Ante tal coyuntura la pregunta que me surge es: ¿lo importante es llegar a los ochenta años por el simple hecho de llegar o entra en juego la calidad de vida con la que se llega a esa avanzada edad?


Si partimos de la premisa que a los cincuenta años ya empezamos con dolores en las “bisagras” y levantarnos por las mañanas cuesta un suplicio, ¿qué podemos esperar para cuando lleguemos a la verdadera vejez? Nada que no sea una tortura, una mochila pesada imposible de cargar. Pero, ¿cómo se llega a esa edad de manera saludable saludable? La vida no está garantizada para nadie, pero solamente se puede llegar a la cima de ese “Everest” mediante hábitos saludables. Está más que claro que los verdaderos ricos son los que llevan una vida ordenada y sin excesos y no aquellos que cuentan con cuentas bancarias “envidiables”.


Si una persona que no llega a los cincuenta años ya no concibe su vida sin ansiolíticos, vitaminas, pastillas para dormir, medicinas para el azúcar, para el colesterol, para el reuma, para la gota, para el estreñimiento, para…para …, ¿podemos calificar a eso que nos mantiene en pie como nuestro verdadero bastón? Eso implica que a cierta edad -muy temprana, a mi juicio- ya no dependemos de nosotros mismos; en otras palabras, hipotecamos nuestra libertad. Por eso llegar a esa edad sonriente y saludable es sinónimo de libertad absoluta.

Por ello le confiamos a Pfizer, Roche y Novartis nuestro bienestar y estas multinacionales farmacéuticas -orgullosas por esa confianza depositada por los integrantes de la especie pensante del planeta-, se esmeran de manera más que "altruista" para que nuestro transitar hacia la última morada sea lo más alegre, digno y placentero posible.


La lectura inequívoca de la gente es la siguiente: “necesitamos los medicamentos para vivir”, y solo el hecho de insinuarles la pregunta prohibida los perturba sobremanera: “¿y qué pasa si dejas de tomarlas por un tiempo?” La respuesta será tajante e inapelable: “¿estás loco?, ¿qué quieres, que me muera?”


Un constante bombardeo nos da a entender que las medicinas son nuestras amigas, nuestras aliadas para llevar una vida mejor. Pero, por otro lado, lo peor que se le puede desear a una persona que tiene mucho dinero y nos hizo una jugarreta es “¡que te sirva para remedios!” ¡De las peores maldiciones que conoce la humanidad!


Los matrimonios retirados de la actividad laboral no tienen la suerte de vivir un proceso de transición para adaptarse a su nueva realidad. Una vez que acceden a la jubilación y se disponen a disfrutar de su tiempo libre, empiezan a descubrir achaques, dolores y enfermedades que desestabilizan tanto su calidad de vida como la de su bolsillo. La mente desocupada hace bajar la guardia de todo el cuerpo y de esa manera comienzan los síntomas. La primera señal negativa es que esa mente desocupada habrá de poblarse inmediatamente por la angustia de que el dinero no alcanzará para comprar los paliativos a los vicios generados en la "eterna" juventud. Así como las sociedades organizan el retiro de sus mayores mediante las pensiones, cada uno de nosotros debería poner en una alcancía "moneditas" de salud. Cuando llegamos a la tercera edad, nos damos cuenta si hemos acumulado fortuna o si estamos en bancarrota. La fortuna implica poder llevar una vejez de forma decorosa, comiendo alimentos apropiados para nuestra especie y haciendo deporte, mientras que la bancarrota es sinónimo de monumentales gastos en medicinas y constantes visitas al médico.


Resulta increíble constatar que en la simple modificación de ciertos estilos de vida está la solución a casi todos los males. A propósito, Gandhi escribió en forma magistral: "…vale la pena analizar por qué escogemos la profesión médica. No cabe duda de que no se escoge para servir a la humanidad. Nos convertimos en médicos para obtener honores y riqueza. Me he empeñado en demostrar que en esta profesión no hay un verdadero servicio a la humanidad y que es nociva para todos los seres humanos. Los médicos hacen gala de sus conocimientos y cobran sumas exorbitantes. Sus preparados, que tienen un coste intrínseco de unos pocos peniques, cuestan chelines. El pueblo, con su credulidad y su deseo de librarse de algunas enfermedades, permite que lo estafen. ¿No son entonces mejores los curanderos, a quienes conocemos, que los médicos que se las dan de humanitarios?


"Hemos adquirido el hábito de llamar al médico por la más trivial de las enfermedades y, donde no hay médicos, se busca el consejo de simples curanderos. Vivimos con la fatal ilusión de que ninguna enfermedad puede curarse sin medicamentos. Esta creencia ha hecho más daño a la humanidad que cualquier otro mal. No cabe duda de que tenemos que curarnos las enfermedades, pero no son los medicamentos los que las curan. Y no solo son estos sencillamente inútiles, sino que a veces son decididamente nocivos. El hecho de que un hombre enfermo tome pócimas y medicamentos es tan tonto como intentar cubrir la mugre que se ha acumulado en el interior de una casa. Cuanto más se la cubre, más rápido será el proceso de putrefacción. Y lo mismo sucede con el cuerpo humano. La enfermedad o el malestar es solo la advertencia que nos hace la naturaleza acerca de que hemos acumulado inmundicias en alguna parte del cuerpo: sin duda, sería sabio dejar que la naturaleza la removiera, en lugar de cubrirla con la ayuda de medicamentos".


Los conceptos manejados por Gandhi van de la mano con un viejo proverbio egipcio: "una cuarta parte de lo que comes te mantiene vivo, las otras tres mantienen vivo a tu médico" y con la temática que manejó Archibald J. Cronin en el libro "La ciudadela".


El concepto de la no violencia y la abstinencia de consumir medicamentos para “comprar” salud se fusionan en una vía unidireccional llamada veganismo, que reviste visos de panacea al alcance de la mano desde el punto de vista económico, pero de difícil supuesta aplicación debido al intenso y férreo lavado de cerebro que ejecutan con maestría la sociedad de consumo, los grandes capitales y la publicidad.


Explorar y experimentar este fascinante estilo de vida está en tus manos, solo tienes que cambiar la frecuencia de tu cerebro. ¿Te seduce la idea de disfrutar la vida sin medicamentos, sin ataduras? ¡Todo es posible; está en tu mente!

https://www.youtube.com/watch?v=n7AZp_j7wJY





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