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¡#$%&/+%$#* (PALABRAS QUE NO SE PUEDEN TRANSCRIBIR POR SU ALTO CONTENIDO VIOLENTO)


Indudablemente los veganos recorremos otras aristas, exploramos otros senderos y dichas circunstancias provocan interferencias y cortocircuitos con el resto de la humanidad –que le cuesta una enormidad los cambios-.


Los otros días, un gran amigo dio en la tecla con un comentario que hizo público referente a mi nueva realidad, enfocada hacia el respeto de la vida animal, en otras palabras, tras la ruta del verdadero camino hacia la equidad y la Justicia: “permíteme que te señale un error, mi querido Alejandro. Tú dices: “una vez que adopté este estilo de vida “radical”, comenzaron a caerme cohetes desde los cuatro puntos cardinales", lo cual no es correcto: ¡comenzaron a caerte misiles!, de los cuales me declaro responsable. Desde el momento en que comenzaste a publicar que tú eras vegano y que el resto de la humanidad somos crueles matadores de nuestra propia comida, te sucede lo mismo que a aquellas minorías que van en contra del consenso general. Si Ustedes, los veganos, cumplieran con esa dieta sin atacar fieramente al resto de la humanidad, dejarían de ser el hazmerreír de gran parte de los carnívoros vivientes y podríamos todos convivir en paz..."


Es evidente que cuando se trata de comida afloran exacerbadas pasiones y susceptibilidades. Mi única respuesta fue sugerirle que leyera la Alegoría de las Cavernas, para que de alguna manera comience a masticar un nuevo mandamiento -que se agrega a los milenarios diez-: “el cambio es lo permanente, asúmelo con responsabilidad y alegría”.


Mi nueva opción de vida hizo que mucha gente dejara de hablarme; ¿será que aquella exuberante ignorancia -propia de nuestra humanidad contemporánea- les hizo creer que estoy poseído por fuerzas satánicas o quizás que simplemente la cordura dejó de visitar mi cerebro maduro? ¡A estas alturas si optara por tatuarme el cuerpo y colocarme un piercing en la fosa nasal izquierda, creo que sería desterrado a la isla Fernando Poo!


La humanidad no se lleva bien con los “dardos arteros” del veganismo; les ofende y les hace practicar con soltura el penoso rol de víctimas. No hay discusión a la hora de reconocer que las únicas víctimas en esta macabra realidad son los animales, por ello, la desesperación de la gente común por compartir la culpa con los veganos les hace afirmar sin resquemores: “las plantas también sienten”. Es entendible, pues nadie quiere que lo estén apuntando con el índice, como diciendo: “¡culpable!” Cada día que pasa creo más en las verdades absolutas -a pesar de mi fuerte impronta democrática- y si hay una que es contundente, es que los veganos no ofenden a nadie, sino que simplemente apelan a la verdad. El rol del vegano en este mundo pusilánime, anodino, timorato e indiferente es dar un poco de luz entre tanta oscuridad.


Los cortocircuitos mencionados al comienzo del artículo me suceden a diario y me deleito con ellos enormemente, simplemente porque tras la rencilla pasajera, queda algo en la conciencia de la gente, y ese es el intrincado cometido de los veganos: tratar de cambiar estructuras mentales de una humanidad que no solamente no quiere cambiar, sino que tampoco quiere escuchar ni ver.


Los otros días, mis compañeros de trabajo me interpelaron -evidenciando una curiosidad superlativa-: “Sr. Alejandro: ¿Usted no calienta su comida?” La respuesta fue tajante: “¿dónde vieron ustedes un animal que sí lo haga?”


Otro episodio del frondoso anecdotario de desencuentros y rispideces con la humanidad, se dio en un supermercado. La fila para pagar la compra era enorme y la prisa de la gente por llegar a su hogar -para disfrutar de un apacible fin de semana- era ya casi desesperante. La elegante dama que estaba delante de mí, pago por su compra y cuando rauda y veloz se dirigía hacia el exterior, se detuvo intempestivamente ante mi enérgico llamado: “¡Señora: se olvida de los cadáveres!” Lo que había provocado su descuido fue que los cadáveres congelados -adquiridos minutos antes en la morgue del supermercado- habían quedado en la parte baja del carrito y tanta era la prisa que la señora llevaba que no se percató de ellos. Cuándo una persona le recuerda a otra que se está olvidando de algo, la respuesta debería ser siempre la misma: una sonrisa amplia acompañada de una palabra mágica, “¡gracias!” Esta vez no fue así, sino todo lo contrario.

Uno -que hace rato peina las pocas canas que le van quedando- debe hacer ingentes esfuerzos para no quedar rezagado en un mundo que interactúa con comodidad con la tecnología. A mí todavía me cuesta un poco, pero allí voy, haciendo progresos en forma lenta, pero segura. Odio los eufemismos y siento pasión por llamar a las cosas por su nombre. Pero a los efectos de no caer en la grosería y la vulgaridad, la tecnología me regaló una forma eufemística para reproducir los requiebros (que no se pueden transcribir) que la otrora “elegante” dama tuvo para con mi santa madre -que nada tenía qué ver en el asunto-. No solo me dijo lo que me dijo, sino que sus rasgos faciales adoptaron una postura similar a la de un perro cuando un humano le quiere sacar el hueso que con mucho amor le obsequió minutos antes. A medida que hablaba, su semblante fue cobrando un tinte carmesí y la furia -que ataca a aquellos que luego de alcanzar el sosiego tras descubrir que su casa fue vandalizada y presas del hambre, destapan la olla con curiosidad y descubren el regalo oculto de los cacos: una soberana deposición humana-, se apoderó de la vehemente señora y me espetó sin contemplaciones: ¡#$%&/+%$#*/! Ante tanto improperio yo le respondí en forma interrogativa y absolutamente relajado: “¿Acaso no son cadáveres?” La conclusión para la humanidad es la misma de siempre –lo que evidencia que el árbol no les deja ver el bosque-: “la comida es la comida y con la comida no se juega”. La mujer sintió que le falté el respeto y las anteojeras que lleva puestas -y que no se saca ni siquiera para dormir-, no le permitieron entender que una nueva manera de concebir el mundo llegó para quedarse.


La última es de entre casa. En vista de la postura cuasi misantrópica que voy moldeando los últimos tiempos: mi esposa y mi hija se unen para agraviarme gratuitamente: “lo que pasa es que tú no tienes corazón; no tienes sentimientos”. La respuesta también es una exhortación a la humanidad a que revea cuáles son los verdaderos sentimientos que deben imperar en el mundo, para que este sea un remanso de paz y no la cloaca encendida que se expande desde la Amazonia hacia todo el planeta: “¿Cómo puedo carecer de sentimientos si soy vegano?”


La Justicia por antonomasia es aquella que se practica con los que están más abajo, los desposeídos, los parias de este mundo: los animales. Lo otro que enseñan madres, abuelas y maestros, pertenecen a un mundo caduco, acabado y perimido. ¿No te parece que es hora de que abras tus ventanas para que un aire nuevo comience a purificar tu hogar?



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