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UN LAVADO DE CEREBRO EFECTIVO ES AQUEL QUE SE PRACTICA APENAS NACE LA CRIATURA


Todo material que llega a manos de un vegano, inexorablemente será interpretado desde la perspectiva de esa filosofía vida. Hace muchos años aprendí que una frase hueca, carente absolutamente de sentido es "nada qué ver", pues bien, a mis años -que no son pocos- entiendo que "todo tiene qué ver con todo". La niñez es la etapa más fértil para proceder con los lavados de cerebro porque inculcados desde temprana edad durarán toda la vida. Resulta casi imposible que un adulto se apee de ideas y hábitos que lo acompañaron durante toda su existencia. Solo pensando de esta lógica manera se puede entender cómo en la Argentina se sigue hablando de Peronismo; solo así se puede entender cómo ancianos y niños por igual, lloran desconsoladamente la muerte de un dictador norcoreano; solo así se puede entender que los adultos coman cadáveres y beban la leche de animales de otra especie hasta el mismo día de su muerte.


Estos son pequeños, pero poderosos ejemplos de los efectos devastadores que causan los lavados de cerebro. Por supuesto que esta sentencia ofende a todo el mundo, pues es interpretada como una falta de respeto o que uno trata a la gente de idiota. ¡Ni una cosa ni la otra!, el lavado de cerebro es una estrategia de marketing que invade a las personas desde que son lactantes. Antes entraba por la televisión, hoy entra por las redes sociales; lo abarca todo y lo pudre todo, y cuando el cerebro quiere combatir ciertos dogmas más viejos que la mentira, carece de la fuerza mental para rebelarse y sucumbe ante los "encantos" que nos "obsequian" los animales. Yo comparo el llanto de un adulto por la muerte de un estadista con la frase "sin queso no puedo vivir".


Tengo sentimientos encontrados con la especie humana, por un lado siento por ella una profunda admiración, y por otro, un enorme encono. Admiración porque durante medio siglo, el "establishment" me hizo creer que comer y vestir animales eran la función de estos seres desposeídos de toda dignidad para que yo pudiera cubrir mis necesidades más básicas. Este impecable y eficiente ardid es digno de destacar y provoca mis mayores elogios.


Lamentablemente lo hecho, hecho está y no puedo mirar para atrás; mi conciencia no puede cargar con tantas muertes, tanto maltrato. La sociedad me mantuvo ciego con mirada lineal y con unas anteojeras soldadas rígidamente a mi cabeza, a mis pensamientos. Pero una vez que logré romper las cadenas de esa esclavitud mental -que me mantuvo cautivo casi toda una vida- y que aquella visión primitiva pasó a ser periférica, puedo aseverar con firmeza que de lo único que me puedo arrepentir es de no haberme volcado al veganismo antes.


El motivo de mi encono con mis "hermanos" de especie radica en que la información llega a las redes sociales prácticamente sin filtro, y a pesar de ello los humanos siguen en la contumacia de masticar con fruición seres que supieron llorar de dolor y angustia.


Los otros días llegó un adulto a mi casa y me manifestó que quería que sus hijos se criaran dentro del veganismo. La inmediata pregunta se caía de madura: "¿Y tú qué vas a hacer?" La respuesta fue desmoralizadora: "ya a mi edad ya no puedo cambiar...". Esta es la circunstancia que explica de manera contundente que los humanos que abusan de los animales también son víctimas. Eso explica la inexplicable "disonancia cognitiva". La mayoría de la humanidad es rehén de los dictámenes de la sociedad y apartarse de estos se paga con el ostracismo. Me sucede a mi todos los días y no descubrí América; Platón ya lo había planteado de manera sublime en su "Alegoría de las cavernas".


El mundo levanta el dedo acusador contra los veganos por considerar que estos buscan vehementemente lavar el cerebro de la gente. Los veganos no lavamos cerebros, lo único que tratamos es de enjuagarlos de tanta basura acumulada a lo largo de miles de generaciones. Esta es una tarea titánica y extenuante; entrar al cerebro humano es algo así como intentar introducir una broca a alta velocidad en un trozo de roble. Parafraseando a la serie que hizo famoso a Bruce Geller allá por la década de los 60, parecería ser una "Misión imposible".



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