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¡Gente estúpida, gente hipócrita!


Me resulta asombroso cómo la gente tiene esa capacidad de comprar de brazos abiertos los paquetes que les vende los medios de comunicación. Es solamente echar un fósforo a la pequeña fogata para que se arme un colosal incendio. No existe la autocrítica, el análisis reflexivo, la pausa para determinar si lo que no están vendiendo es una idea acabada. Nada más compramos y echamos a rodar toda la perorata.


Ayer me encontré nuevamente con la -siempre dolorosa- evidencia de que en China se comen a los perros fritos o a la parrilla. Un uruguayo común publicó en la red social Facebook el siguiente vídeo en donde se ve un ciudadano del continente asiático degustando un “sabroso” perro.


https://www.facebook.com/glass.walls.israel/videos/1563165583816535/UzpfSTYwNTAzMjY5NToxMDE1NzAxMjU1NTI1NzY5Ng/

¡Imagínate los comentarios de los lectores! Frases aberrantes, batahola y desenfreno total para tildar -entre otros epítetos descalificadores- a los chinos de criminales por alimentarse de canes. Es un ejercicio de hipocresía sublime calificar a un pueblo y a una cultura milenaria de desalmada, cuando en nuestras sociedades se cometen los mismos excesos y actos de barbarie, pero con otros animales y en forma más que industrializada. La paremiología lo establece con total y absoluta claridad en uno de sus enunciados gauchescos: “todo bicho que camina va a parar al asador”. La misma crueldad, la misma saña y quizás los mismos métodos, pero en definitiva el fin es el mismo.

https://www.youtube.com/watch?v=TZWYvm9Pj-I

Este antagonismo cultural signado por el amor a los perros y su trato indiferente como simple alimento me retrotrae a una experiencia curiosa que tuve cuando era joven. Mientras visitaba un cementerio en el continente asiático, me llamó poderosamente la atención que un sábado a la tarde se hicieran picnics alrededor de la tumba de un ser querido. Se me explicó que las familias echan mucho de menos al integrante que se fue al más allá y de forma simbólica -y práctica también- comparten con él risas, desvelos y proyectos. Anda por allí un cuento en el que un uruguayo se mofa de un chino que deposita un plato con arroz sobre la tumba de su ser querido. El rioplantense -amo y señor de la verdad, a su juicio- le va a preguntar con una cuota generosa de sarcasmo: "... quiero imaginar que usted no estará pensando que el difunto va a comer ese plato de arroz, ¿verdad?" El chino habrá de devolverle la gentileza con mucho tacto y sobrada urbanidad: "¿Quién le dice? ¡En el momento que su muerto comience a sentir la fragancia de las flores que usted acaba de dejarle, quizás al mío se le despierte el apetito!"


Hace algunos años fui testigo auditivo -y al rato ocular- de un hecho cruel que se dio en la casa lindera a la mía. Una familia de colombianos realizaba los aprontes para celebrar la Nochebuena. Acompañados de música a decibeles estratosféricos y de un manantial de cervezas, preparaban la comida en clima de jolgorio. De repente comenzaron a escucharse unos chirridos espeluznantes que venían acompañados de sendos golpes efectuados mediante un objeto contundente. Yo no entendía qué era lo que estaba sucediendo, mientras Ciruelita, mi perra, no sabía qué hacer con sus expresivas orejas, que giraban como un alocado radar. A la noche me cayó la ficha: el cerdito estaba en una hermosa fuente, bien cocinado, enterito, listo para saciar el hambre de los comensales, y hasta podría decirse que esbozando una sonrisa para la foto. ¿Cómo se puede calificar este acto? ¿En qué mente sana cabe que un pobre cochinito sea sacrificado a martillazos en la cabeza ante la presencia de inocentes niños? Pero no, los perversos mal nacidos son exclusivamente los chinos, que les fascina comer perros.


La pregunta siempre me la formulé: ¿qué dirán las redes sociales en India sobre el comercio de la carne de vaca y su consumo en el Río de la Plata? ¿Verán con placer esas parrillas repletas de cadáveres con comensales pletóricos de alegría, o experimentarán la misma indignación que nosotros sentimos hacia los chinos? Eso me lleva a inferir que no existen las culturas superiores; el juicio de valor justo es considerarlas diferentes, con sus errores y virtudes, en los que prevalecen usos y valores vernáculos que les proporcionan esas características que las hacen únicas e irrepetibles, como lo son su pasado común, sus tradiciones, su gastronomía, su música y su idioma. Si nos remitimos a la tiranía que los humanos ejercemos dentro del reino animal, califico con exactitud que todas se emparejan negativamente en el ominoso plano de la crueldad superlativa.


Cuando la doctora Marlo Morgan redactó la novela "Las voces del desierto", en la que la narradora viaja a encontrarse con un grupo de aborígenes australianos en el inhóspito interior del continente, estos le trasmitieron el mansaje de que el mundo se está destruyendo, pues mientras la naturaleza va por un lado, los intereses humanos van por otro. Dentro de esas magníficas lecciones de espiritualidad, quedé encandilado con una pregunta que estos le formularon: ¿por qué el festejo tiene que involucrar irremediablemente la figura del desconsuelo y el luto? Los aborígenes nos enseñan una concepción novedosa y revolucionaria para los hombres de nuestro envenenado mundo: la posibilidad de que todos podamos celebrar y compartir la fiesta sin que nadie salga herido de muerte o en sus sentimientos. Para nuestra cosmovisión, la fiesta no es completa si alguien no sale humillado. Está comprobado que los fanáticos de los equipos deportivos celebran más las derrotas de sus adversarios que las victorias propias. Así mismo sucede con aquellos que son felices y lo festejan comiendo perdices y vacas, degustando un café con leche, o los que gritan enardecidos en una plaza, mientras un toro despide sangre a raudales.


No hay culturas superiores a otras; simplemente son culturas y todas tienen sus cosas buenas y malas. ¿Alguna cultura en espacial se puede considerar dueña de la verdad? Por tanto si tú te los comes, ellos también tendrían el “derecho” de comerlos, ¿verdad? La idea es que comas solamente vegetales -como lo dicta la Madre Naturaleza-; que vivas y dejes vivir. Solo de esa forma tendrás el organismo limpio y tu vientre estará exento de agonía, de tortura, mientras el planeta -que está en su momento más crítico y al borde del colapso- paulatinamente irá recobrando la salud.

Lo que sí te pido encarecidamente, es que a los efectos de evitar suspicacias, no tomes a título personal el encabezamiento de este artículo; simplemente me vino a la mente un estribillo de un ritmo bahiano del virtuoso Gilberto Gil.


¡https://www.youtube.com/watch?v=j0OCVXZ9a7A!

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