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Todos somos Mengele


Nos fascina comprar belleza. Lo único que miramos en este mundo impúdico es la cobertura, la fachada; el interior y la esencia no cuentan en absoluto. El desenfadado título del artículo que les comparto a continuación hizo que me detuviera en esa "gran" noticia y me confirma que lo único que importa en estos tiempos es pasarlo de la mejor manera posible, pese a quien pese y caiga quien caiga.


Una de las formas que el ser humano de estos tiempos convulsionados llega al paroxismo es comprando cosas. La idea pasa por marcar la diferencia, destacarse por sobre los demás, y en ello juega un rol preponderante la publicidad. Así un Rolex Daytona 116500LN NEW, un iPhone XS Max, un Rolls Royce Sweptail o un perro sharpey nos hará tocar el cielo con las manos. La meta no pasa por trasmitir valores, dejar un legado, sino comprar la casa, el auto y oler "rico".


















Defintivamente el veganismo me cambió la vida; mejoró mi estado de salud y potenció mi mente. Siempre digo que de lo único que me puedo arrepentir es de no haberme sacado las anteojeras antes. En el pasado mi visión era lineal; con este salto de calidad cambió a periférica. Eso me lleva a analizar temas y situaciones de forma reflexiva y no que las cosas me pasen por encima "porque sí".


Era lógico y previsible que quien escribió el artículo adjunto fuera un periodista uruguayo, ¡no podía ser de otra manera! "El Rolls Royce de las carnes". ¡Qué título sugestivo!, ¿verdad? Dicho encabezamiento -para mí espeluznante- tiene que haber sido pasado por alto por casi toda la ciudadanía de mi país. ¿Qué se puede esperar de un país cuya vida gira en torno a lo que "nos regala" el reino animal? Yo formé parte de ese sistema y hasta llegué a sentir orgullo de esa idiosincrasia cuatro largas décadas. Indudablemente estaba distraído y no me percataba de la otra realidad, la única, la verdadera.


https://www.elobservador.com.uy/nota/wagyu-el-rolls-royce-de-las-carnes-y-una-expansion-selectiva-en-uruguay-20181212192235


Otra publicidad que no pude pasar por alto y que me llamó a una profunda reflexión fue con un eslogan de los tantos reality show -que infectan los descerebrados cerebros de gente que pasa doce horas por día mirando televisión- en donde se cocinan los restos mortales de animales con total impunidad, en clima de camaradería y agresiva competitividad. Para estar en concordancia con la feroz rivalidad de sus participantes, el mensaje viene como anillo al dedo: "donde lo único que importa es el sabor".


Como el título de la nota adjunta acaparó mi atención, de inmediato que comencé a leerla mi cosmovisión la conectó con el episodio que más llena de vergüenza a la historia de la humanidad.


Nacido en el seno de una familia católica bávara de buena reputación, Joseph Mengele pronunció el juramento hipocrático como un médico más. Pero una cosa son las promesas y otra muy diferente la oprobiosa realidad que lo llevó a ser un icono de la barbarie, apasionado en realizar los más dolorosos experimentos sobre gemelos, con la esperanza de descubrir el secreto de los nacimientos múltiples. Sus desvelos apuntaron a crear genéticamente la quimérica raza aria superior que habría de dominar el mundo. ¿Qué sistema político, social y jurídico pudo crear semejante monstruo?


Nuevos conceptos sobre la evolución de la raza humana se discutían en la Berlín de los años veinte. Las teorías de Darwin eran contrastadas con los nuevos descubrimientos y una nueva ciencia comenzaba a causar fascinación: la Eugenesia, o mejor dicho, el estudio de los cruces genéticos. Eran tiempos en que el antisemitismo ganaba adeptos de forma galopante, mientras la comunidad científica parecía sentirse cómoda con el statu quo. Conceptos como pureza hereditaria, eutanasia y esterilización de las razas inferiores cautivaban a la comunidad científica. El propósito, basado en estudios sobre mejoramiento de animales, era aplicar estos conocimientos para mejorar la raza humana en aras de obtener una sociedad mejor, con gente exitosa, de enjundia, y no las "lacras" que insultaban con su sola presencia al "gran" pueblo alemán.


Nadie como Mengele se sintió más consustanciado con ese desiderátum. En el Campo de concentración de Auschwitz, el científico encontró gemelos a raudales, los cuales no tuvieron otra alternativa que "cooperar" en sus macabros experimentos genéticos. La única razón para que un médico con sus antecedentes y su probada reputación se acercara a trabajar en un lugar tan lúgubre era porque buscaba con enfermiza obsesión zwillingen (gemelos) para sus experimentos. Tan grande era el caudal de los que se presentaron, que hasta se dio el lujo de matarlos. Mengele era uno de los pocos médicos de campamento que podía llevar a cabo la tarea de selección a sangre fría. Sus investigaciones tenían un fin claramente demarcado: lograr la absoluta perfección de la raza aria y asegurar su reproducción. Por ello intentaba descifrar los secretos de los nacimientos múltiples.


¿Sufría Mengele de un severo trastorno mental? ¿Acaso la búsqueda de los secretos de la genética humana destruyó algún vestigio de conciencia que le pudo haber quedado de cuando era estudiante?


Las opiniones varían, pero algo es seguro: Josef Mengele fue la personificación del peor demonio y ello lo llevó a erigirse en símbolo superlativo del terror nazi. Lo más importante es ver que su mente operaba como la de un científico mientras experimentaba, concentrándose en sus estudios y dejando de lado todo tipo de sentimientos que pudieran interferir con la gloria del pueblo alemán. Mengele inyectaba en las venas toda clase de substancias, como fenoles, cloroformo, nafta e insecticidas. Algunas veces, directamente en el corazón. Mataba a los objetos de sus experimentos para hacerles autopsias y hacía vivisecciones para estudiar los límites de resistencia a los traumas y el dolor en seres humanos. De esta forma, sus experimentos se cobraron hasta sesenta víctimas diarias.

Ahora, ¿no somos nosotros mismos tan demonios como Mengele? Le pido que no se haga el ofendido y siga leyendo... ¿Acaso no practicamos en nuestra vida cotidiana los mismos principios que erigieron a dicho profesional en una “celebridad”? ¿Qué nos lleva a gastarnos miles de dólares en una tienda de mascotas para la compra de un perro puro (permítame la insolencia de llamarlo “ario”), si en los refugios hay cientos de ejemplares abandonados que pueden ser adoptados sin la inversión de dinero?


Cuando los alemanes empezaron a experimentar en los campos de exterminio con "semi" humanos -basándose en el enunciado de la supremacía de la raza aria-, hacía tiempo que manipulaban genéticamente a los perros, para crear las "mejores" razas. Así fueron apareciendo el Pinscher (1879), Gran Danés (1880), Dachshund (1888), Boxer (1895), Schnauzer (1895), Pastor Alemán (1899), Doberman (1900) y Rottweiler (1910), entre otras menos conocidas. Esa locura de buscar la excelencia les llevó a crear la Federación Cinológica Internacional, en mayo de 1911, con el "plausible" propósito de "fomentar y proteger a los perros de pura raza por todos los medios que encuentra deseables". Después vino el "Kennel Club", que les mide hasta la pupila dilatada del ojo derecho y la textura de sus heces para determinar si son "pura raza" o no. Ese estado de enajenación se propagó rápidamente por todo el mundo, dando origen a ese ponderado y exacerbado racismo de la sociedad por el cual se paga muy bien.

La consigna es hacer la diferencia y son los grandes estadistas los que dan el ejemplo. La gran mayoría de los presidentes y monarcas del orbe opta por la tendencia del racismo y elige como mascota un perro “bonito” de raza pura. La plebe –para ponerse a tono- también prefiere los ejemplares “exóticos”, ignorando los pormenores de esa industria abusiva, simplemente porque “lo único que importa es la belleza”. En el caso puntual de la carne “Rolls Roys”, serán manipuladas genéticamente diferentes especies de animales en aras de llegar a la “excelencia” porque “lo único que importa es el sabor”.


La moraleja es que lo único relevante es nuestra zona de confort y ese frenesí consumista y glamoroso hace que miremos de lejos fenómenos “inofensivos” como el efecto invernadero, el cambio climático y la dramática extinción de especies. El mismísimo presidente Trump se pasa por el forro estos llamados de atención que el planeta nos presenta a diario, lo que nos sitúa en una dramática y amenazante apatía.


Resulta muy patético y extremadamente peligroso que todo el mundo califique al Dr. Mengele como el verdadero satanás cuando casi toda la humanidad practica y comparte su misma metodología y principios.


El vegano da por terminado el debate cuando su interlocutor pretende defenderse con el trillado, pusilánime y especista argumento de que no se puede comparar humanos con animales. La justicia se practica con los que están por debajo de nosotros, ¡revisa tus acciones, practica la compasión! ...Ahora ya sabes cuál es el camino.



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