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Mundo mal educado


El vertiginoso avance de la tecnología y la insaciable sociedad de consumo aceleraron la transformación del Homo Sapiens de ayer en el perfecto idiota de hoy.


Año tras año vemos por televisión cómo se desata el desenfreno cuando los comercios estadounidenses abren sus puertas el cuarto jueves de noviembre para celebrar el “gran” Black Friday. Durante ese interminable día, las turbas provocan el caos con violentas rebatiñas, feroces empujones y hasta escenas de pugilato, solo para tener aquella satisfacción, aquel éxtasis de haber ingresado primero a la tienda o por atesorar en las manos “el” producto quimérico e inalcanzable. Hasta la prensa se hace eco de tamaña estupidez y lo refleja en sus periódicos cuando retrata al primer comprador con una desproporcionada felicidad: "¡lo logré, lo tengo!"


Seis meses después viene el golpe bajo, pues aquel anhelo hecho realidad, en pocos meses pasa a ser frustración gracias a la dinámica de las agresivas políticas del consumismo. A tales efectos, las grandes corporaciones le agregarán “algo” a la última versión del producto y dicha innovación generará ataques de pánico y ansiedad. Toda aquella ardua tarea de sacrificarse juntando moneda por moneda muere en el momento que el “desgraciado” comprador se pregunta: "¿cómo voy a salir a la calle con un iPhone 4, si ya existe el 5, 6 o el 10?" ¡Imagínese que una adolescente -que alardeaba con su celular de última tecnología- descubre que su mejor amiga tiene una versión más nueva! ¿Sería capaz de recurrir al suicidio por tan “dramática” realidad? La publicidad es el arte de vender lo que no necesitamos y goza de un campo más que fértil en el Mundo Occidental.


La consigna es vender y en ese sesgo ruin, se empobrecen nuestros bolsillos y embrutecen nuestras mentes. En la frenética búsqueda de cosas absolutamente superficiales, perdemos el balance y la perspectiva, para caer al abismo de la depresión profunda. Es durante ese estado de abatimiento -abrumados por no poder acceder a tantas cosas “lindas” que se nos ofrece-, en el que hace su ingreso triunfal la televisión, para darnos el golpe de gracia con variopintas ofertas de ropa, fórmulas mágicas para adelgazar diez kilos en una semana y obtener músculos extraordinarios en tan solo una rutina diaria de cinco minutos. Nos hemos acostumbrado a ver como las iglesias pentecostales crecen en progresión geométrica, mientras las librerías van cerrando inexorablemente sus puertas ante la escasez de clientes y a que los transeúntes filmen con sus teléfonos móviles las escenas de un accidente vehícular en lugar de socorrer a las víctimas.


Hemos perdido la brújula cuando menospreciamos el contenido y le damos prioridad al envase; en otras palabras, le damos más importancia al disfraz que descubrirnos tal cual somos; la eterna lucha de la verdad contra la mentira.


Anda dando vueltas un pensamiento en el espacio cibernético, que -lejos de ser maleducado o grosero- nos sitúa en el intríngulis demencial en el que vivimos: “en el mundo actual, se está invirtiendo cinco veces más en medicamentos para la disfunción sexual masculina e implantes mamarios para las mujeres, que en la cura del Alzheimer. Dentro de algunos años, tendremos ancianas de senos turgentes y sugestivos y viejos con órganos viriles duros como el acero, pero ninguno de ellos recordará para qué sirven”.


Le hemos regalado el poder a las empresas de publicidad, a la sociedad de consumo, al "que dirán" y a los "likes" de las redes sociales para que ellas gobiernen nuestra psiquis y ¡vaya si lo han logrado! La suerte está echada y en ese sentido, la victoria de estos colosos es más que evidente y son ellos los que guían nuestros pasos desde la cálida cuna hasta el frío féretro. Todo esto nos transformó en simples marionetas manipuladas por órganos virtuales que nos dicen lo que está bien, lo que está mal y de qué manera seremos castigados por la sociedad cuando intentamos escapar de un sistema que nos está asfixiando, en el que no hay lugar para improvisaciones. No por casualidad, aquellos que soñaron con un mundo más armónico, más justo, más equitativo, pagaron cara su “osadía”, tales los casos de J. Lennon, A. Lincoln, M. Gandhi y M. Luther King.


Este extenso introito es simplemente para poner de manifiesto que así como nuestra mente está siendo brutalmente avasallada y puesta fuera de foco, también nos han robado el alma y la conciencia. Hoy no existe nada fuera de twitter o facebook, y en esas plataformas multitudinarias resaltamos nuestras virtudes y escondemos deliberadamente nuestras miserias.


Estamos más conectados que nunca, pero hemos perdido la comunicación. Suena a contrasentido, pero es la cruda realidad. La tecnología hizo su irrupción para que definitivamente hayamos perdido el rumbo, la esencia, el diálogo, aquella mirada... La televisión y el chat tienen prioridad absoluta a la hora de sentarse a la mesa. El efecto devastador de la brutal parquedad de los "te llamo más tarde" -cuando el interlocutor sabe de antemano que no habrá llamado-, "no te puedo atender en este momento", y "estoy muy ocupado" se suman a los míseros "likes" con que honramos un pensamiento, las patronales de un onomástico o una graduación universitaria.


Lo dramático radica en que en el saco de la indiferencia y la apatía se han filtrado también las relaciones familiares. En ese marco, el hijo seguirá esperando el llamado de su padre -ocupado en sus "·múltiples" labores-, la mamá anciana se resignará a que su hijo la llame solamente cuando se acuerde de que ella todavía vive, piensa y sufre -asumiendo, por supuesto, que su propia existencia no cuenta para sus nietos-.


¡Así está el mundo! Afortunadamente hay gente que piensa sobre estas "banalidades" y una empresa que promociona un producto realizó el siguiente vídeo en el que se calcula cuánto tiempo de vida útil tendremos con esos seres queridos que el desenfreno, la carrera al "éxito" y la locura hicieron que los relegáramos a un tercer plano. El refrán capitalista "el tiempo es oro" contrasta con aquel otro que dice que "se puede tener mucho, pero no tener con quien", o como le cantó Joan Manuel Serrat a Lucía: "no hay más nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí".


https://www.youtube.com/watch?v=MiXwBNiFM58

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