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Estrategias para "vender" el veganismo


Cuando me di de bruces con el vídeo sobre el maltrato animal que orientó mi vida hacia el veganismo, fui calificado de fundamentalista, de hereje. El agravio poco elaborado tiene su fundamento en la sencilla razón que la gente no se siente cómoda con conceptos que traerán aparejados cambios en el quehacer cotidiano. Despertaba mi curiosidad saber la opinión de amigos cercanos respecto de si era conveniente sumergirme en un tema tan profundo, tan pesado y dentro del cual se mueven cifras exorbitantes de dinero. Todos fueron contestes en declarar sin pudor: "deja todo como está; no te metas en debates extravagantes; en definitiva, no vas a lograr nada y el mundo seguirá tal cual es. ¿Para qué perder tanto tiempo en una actividad que no va a aportar nada al mundo, ni a tu bolsillo?"


Una vez culminé la redacción del libro “Fueron felices y comieron perdices”, un buen termómetro para evaluar las sensaciones que el manuscrito produjo, fue la opinión de dos reputados literatos de confianza. No me causó sorpresa que calificaran el texto de "desenfadado, vehemente e irreverente". Soy consciente que la perspectiva vegana plantea temas difíciles de digerir. El mundo todavía ve como agraviante que se ponga un manto de duda sobre las religiones, los humanos y su sociedad de consumo, y como bien dice el postulado: "quien compra un artículo, es para disfrutarlo", así sea un libro. La gente no compra material de lectura para que un insigne desconocido le diga con total desparpajo que las cosas no son exactamente como las enseñan padres, abuelos y maestros. Resulta imposible "vender" el argumento del veganismo sin herir la susceptibilidad del lector “carnívoro por naturaleza", que de una manera u otra se sentirá ofendido y atacado.


Todas las formas de "vender" el veganismo son válidas, pero los integrantes de esta "secta satánica" -que lo único que busca es el respeto a la vida- choca contra un escollo muy difícil de superar: la cultura que manipula nuestro cerebro.


La paremiología nos enseña que "no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni ciego que el que no quiere ver". También nos refriega en el rostro una "verdad" incuestionable", producto de la filosofía urbana: "Yo como carne porque es un regalo de Dios y porque estamos en la cima de la pirámide de la cadena alimenticia”.


¿Cómo se hace para luchar contra este embuste tan viejo como el tiempo?


Hay que tener una capacidad de inventiva abundantemente fértil para sortear el obstáculo de la desidia, la apatía de un mundo que vive bajo los principios inalienables del adagio "ojos que no ven corazón que no siente" y de la peligrosa frase de la humanidad que nunca pasa de moda: "toda la vida lo hemos hecho así". ¡Si será perseverante y todo un desafío dicha loable tarea que los veganos no logran convencer a los (que mal se autodenominan) vegetarianos de que prescindan de la leche de vaca, de los huevos, de la miel, a pesar de que comparten con ellos innumerables foros!


Por esa sencilla razón no me queda otra alternativa que pagar a Facebook para que la gente "común" acceda a esta filosofía de vida diferente -que lo único que hace es apostar por la vida-. Una vez publicitado el artículo tengo que cambiar la foto decenas de veces, pues la censura humana de la red social los rechaza. ¡La cuestión es no ofender la sensibilidad de la especie superior! Por eso, para eludir esa reprobación, a veces no queda otra alternativa que poner fotos tiernas y "humanas" que no hieran susceptibilidades. ¡Carne sí, pero su proceso de "fabricación", no!; esa es la consigna. La gente quiere seguir cómodamente instalada en su zona de confort, despotricando contra la tauromaquia mientras degusta un filete de res.


Después de estar varios años batallando contra esta indiferencia galopante, llegué a la conclusión que los artículos no llegan, tampoco los vídeos. La única alternativa son las fotos que desnudan la realidad tal cual es, sin maquillajes. La cuestión es impactar para tratar de llegar, para que quede algo en la psiquis -aunque después se esfume llegada la hora de comer el provolone y el salame-. El actor James Cromwell – que protagonizó la película del cerdito Babe y que, además, es un reconocido activista por los derechos de los animales- dijo una frase muy interesante: “si usted siente que hay una necesidad urgente de que la gente entienda la cultura en la que vive y su costo respecto de otros seres vivos, entonces usted necesita sacudirlos; tiene que mostrarles las cosas que no quieren ver, porque siento que un enfoque más sutil no es eficaz”. Una foto requiere de una décima de segundo; un vídeo o un artículo, toda una vida. A un mundo que le fascina que le sirvan la comida masticada, no se le puede pedir que lea o "pierda" cinco minutos de su vida para ver el origen de su comida.


Decía Goerge Orwel: "en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario". El veganismo es frontal y no reconoce dentro de su cosmovisión la palabra eufemismo; aplica a rajatabla una frase atribuida a Albert Einstein: "si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre".


¿Será por todos estos motivos que las maestras no llevan a sus alumnos a los "plantas de producción" (o campos de trabajos forzados y exterminio, sin eufemismos) para que los inocentes niños conozcan el amor con el que se fabrican sus "alimentos"?





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