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Yo acuso


El frigorífico Anglo, situado en las cercanías del río Uruguay, en la ciudad de Fray Bentos (departamento de Río Negro), prácticamente nació junto con el poblado. Pasada la segunda mitad del Siglo XIX, y con una fórmula revolucionaria traída de Europa, un ingeniero belga presentó la idea de levantar un complejo fabril en la zona para elaborar productos derivados de la carne. La mágica lata de conserva con una fórmula alimenticia basada en carne bovina habría de representar el ícono de la pujanza de un país durante cincuenta años. El célebre corned beef tuvo el privilegio de contribuir para que las fuerzas aliadas lograran la rendición de la Alemania nazi. Eran tiempos en los que a Uruguay se lo conocía como "la Suiza de América", y al frigorífico Anglo como "la cocina del mundo".



La combinación de buenas pasturas, abundancia de ganado y puertos de aguas profundas hicieron posible la instalación del matadero en aquel sector del litoral uruguayo. Su estadística fue realmente asombrosa, pues llegó a tener unos diez mil obreros trabajando en forma simultánea. Toda una ciudad se movía al son del sacrificio de animales, cuyo número superaba diariamente la plantilla de empleados.


Eran años en que la bonanza por las ventas descomunales creó el eslogan de que desde la llegada del animal hasta la elaboración final del producto, lo único que no se podía envasar era el mugido de la vaca. El afamado cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa desnudó poéticamente ese proceso infernal a que eran sometidas las reses en su recordado trabajo "Guitarra negra":



https://www.youtube.com/watch?v=4bgyqoHcM7k

(desde el minuto 5:05)


Con una gran dosis de lógica, se pensó que a partir de la premisa de que el hábito de comer carne no habría de morir jamás, las "épocas de las vacas gordas" iban a ser eternas. Pero el mundo cambió. Terminaron las guerras y la gente mudó sus preferencias gastronómicas -sin alejarse de la carne, por supuesto- y lo que ayer el sacrificio de animales dio de comer a toda una comunidad, hoy pasó a "engalanar" la "mejor" historia del Uruguay. Mientras el matadero pasó a mejor vida (afortunadamente), todo un país sigue orinándose de la emoción por el galardón otorgado por la Unesco al "Uruguay natural", incluyendo al Frigorífico Anglo como patrimonio de la humanidad.

https://www.elpais.com.uy/informacion/multitud-festejo-fray-bentos-fallo-unesco-frigorifico-anglo.html


Muchos son los escritores que elevan su voz contra estos terribles ámbitos de triste agonía. Federico García Lorca, durante su estadía como becario en Estados Unidos, escribió entre 1929 y 1930 un libro al que llamó Poeta en Nueva York. En uno de los poemas denuncia con singular crudeza lo que sucede en las calles de la ciudad. Sorprendido por esa producción masiva de crímenes, escribe el texto que sigue a continuación, y que está en las antípodas del cantautor Christopher Cross cuando le aconseja a Arturo: "Si te atrapan Entre la luna y Nueva York, lo mejor que puedes hacer es enamorarte".

Cuando conocí la ciudad de Nueva York quedé perplejo con los obesos humanos que transitaban sus calles y dejaban la estela de una pequeña bomba atómica a cada paso que daban. Las grandes hamburgueserías y todo ese desenfreno por las comidas rápidas seguramente ya estaban en la mente de García Lorca. Según su manera de ver la ciudad, de su luna -lejos de la capacidad de enamorarse- solo se podían apreciar lágrimas de sangre:


"Debajo de las multiplicaciones hay una gota de sangre de pato; debajo de las divisiones hay una gota de sangre de marinero; debajo de las sumas, un río de sangre tierna. Un río que viene cantando por los dormitorios de los arrabales, y es plata, cemento o brisa en el alba mentida de New York.


"Existen las montañas. Lo sé. Y los anteojos para la sabiduría. Lo sé. Pero yo no he venido a ver el cielo. He venido para ver la turbia sangre, la sangre que lleva las máquinas a las cataratas y el espíritu a la lengua de la cobra.


"Todos los días se matan en New York cuatro millones de patos, cinco millones de cerdos, dos mil palomas para el gusto de los agonizantes, un millón de vacas, un millón de corderos y dos millones de gallos, que dejan los cielos hechos añicos. Más vale sollozar afilando la navaja o asesinar a los perros en las alucinantes cacerías, que resistir en la madrugada los interminables trenes de leche, los interminables trenes de sangre, y los trenes de rosas maniatadas por los comerciantes de perfumes. Los patos y las palomas y los cerdos y los corderos ponen sus gotas de sangre debajo de las multiplicaciones, y los terribles alaridos de las vacas estrujadas llenan de dolor el valle donde el Hudson se emborracha con aceite.


"Yo denuncio a toda la gente que ignora la otra mitad, la mitad irredimible que levanta sus montes de cemento donde laten los corazones de los animalitos que se olvidan y donde caeremos todos en la última fiesta de los taladros.


"Os escupo en la cara. La otra mitad me escucha devorando, orinando, volando en su pureza como los niños de las porterías que llevan frágiles palitos a los huecos donde se oxidan las antenas de los insectos.


"No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas. Hay un mundo de ríos quebrados y distancias inasibles en la patita de ese gato quebrada por un automóvil, y yo oigo el canto de la lombriz en el corazón de muchas niñas. Óxido, fermento, tierra estremecida.


"Tierra tú mismo que nadas por los números de la oficina. ¿Qué voy a hacer? ¿Ordenar los paisajes? ¿Ordenar los amores que luego son fotografías, que luego son pedazos de madera y bocanadas de sangre? San Ignacio de Loyola asesinó un pequeño conejo y todavía sus labios gimen por las torres de las iglesias. No, no; yo denuncio. Yo denuncio la conjura de estas desiertas oficinas que no radian las agonías, que borran los programas de la selva, y me ofrezco a ser comido por las vacas estrujadas cuando sus gritos llenan el valle donde el Hudson se emborracha con aceite."








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