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¿Qué podemos esperar de un mundo en el que los veterinarios comen carne y los médicos practican abor


Decía el pensador irlandés Edmund Burke: "Para que el mal triunfe basta con que los hombres de bien no hagan nada". El concepto que encierra esta eminente frase, sumado al manejo equivocado que damos a nuestra materia gris, se amalgaman creando el ambiente sólido y próspero para que se sucedan las tragedias del género humano. Prueba de ello es uno de los mandatos del Decálogo: "No matarás". No hay que ser muy observador para darnos cuenta que lo único que hacemos a lo largo de nuestras vidas es rendir tributo a la muerte: matar por placer, por deporte, para alimentarnos, matar por matar. El crimen en todas sus versiones está en nuestras vidas y lo tomamos como la cosa más natural del mundo, porque así nos lo han enseñado.


¿Cuándo habrá surgido la manía o la enfermedad social de expresarnos mediante circunloquios? Esas manifestaciones se dan de forma permanente en el lenguaje coloquial, en las pautas publicitarias y en la prensa. En una interminable lista plagada de estúpidos eufemismos, encontramos que los ciegos son discapacitados visuales, los sordos discapacitados auditivos, los viejos, "adultos mayores" y "rellenitas" las gordas cuyo culo no pasa por una puerta. Capítulo aparte son los negros; antes se los llamaban "morenos" y ahora se descubrió un giro idiomático que cautiva a las masas: "afrodescendientes".



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El asunto se torna peligroso cuando mediante una perífrasis se quiere camuflar un crimen, encubrir un verdadero asesinato. La ley de "interrupción del embarazo" que se debatió en el senado argentino -y que tiene en vilo a todo el continente americano-, no sé por qué, pero me hace recordar el título de una película de James Bond: "licencia para matar". ¡Qué triste es constatar la evidencia de que los humanos resolvemos todas nuestras disputas a los tiros! La esperanza de un mundo mejor se diluye y desvanece cuando creemos que mediante el asesinato y la violencia solucionaremos todos nuestros problemas. A propósito, aquel viejo adagio español que se aplica a nuestro “mejor amigo”, pero que en realidad abarca a todos los animales –incluidos los de la especie humana-: “muerto el perro se acabó la rabia”. Hay una serie terrible de expresiones eufemísticas que explican esta insanía de matar por matar: gatillo fácil, rifle sanitario, aborto, control de plagas, etc.


Mi vuelco hacia el veganismo, me lleva al postulado de que siempre hay que dar una oportunidad a la vida. Esta cosmovisión -que hermana a los animales con los seres humanos- me conduce a calificar de la misma manera los crímenes que comete la especie humana contra sí misma con aquellos que perpetra contra los más indefensos, los animales. En tal sentido, el aborto y el rifle sanitario corresponden a la misma cara de la moneda. El humano “normal” -que se deleita con carne y lácteos- preguntará con indignación: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? La respuesta es que desde la perspectiva vegana se trata del mismo crimen, con la única salvedad de que uno está maquillado por el potente aparato que lava cerebros, llamado sociedad de consumo.


La deontología se define como la ciencia de los deberes de una determinada profesión. Los médicos tienen su código deontológico en el Juramento Hipocrático, nunca tan avasallado, mancillado y vilipendiado de como en nuestra época contemporánea. ¿Quiénes sino médicos se encargan de extirpar los órganos vitales a los niños secuestrados y desaparecidos en el mundo para darles vida a pacientes adinerados? ¿Acaso no es un galeno el que practica los abortos en clínicas clandestinas a cambio de dinero? La necesidad de algunos médicos de tener una vida material más holgada —que muchas veces se transforma en codicia—, hace que se abandonen definitivamente los valores morales y altruistas. Con hacerse un “paseíto” por “La Ciudadela” del novelista escocés Archibald J. Cronin, el lector podrá entenderlo mucho mejor.


Mediante una intervención rápida y sencilla, el profesional que abrazó con amor la noble causa de salvar vidas humanas, “interrumpe” la gestación de una vida, incrementando sus pingües ganancias. De esa misma forma, mediante prácticas reñidas con lo moral, sometiendo permanentemente a indefensos “pacientes” a torturas, vejámenes e intervenciones quirúrgicas por simple tradición y capricho de nuestra especie, el veterinario desarrolla esta labor con alegría, sin atisbos de remordimientos y por lo cual cobra muy buen dinero. Vayan como pequeños ejemplos el rabo y las orejas de los Doberman y las torturas a los caballos de carreras para que sean deportistas de élite.


La única verdad absoluta es que todos los veterinarios deberían ser veganos; no se puede rechazar la tauromaquia y comer carne de vaca al mismo tiempo. El veganismo es frontal y no reconoce dentro de su cosmovisión la palabra eufemismo; aplica a rajatabla una frase atribuida a Albert Einstein: "si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre".


Que los veterinarios se coman a los que deberían ser sus pacientes y que los médicos no le otorguen la oportunidad de vivir a una persona que quizás sea en el futuro un astronauta espacial o un virtuoso violinista no deja de ser una realidad irrefutable, a pesar de la reprobación facilista del vulgo: “¡nada qué ver!” Acallando una vida que se gesta dentro del vientre materno, también se le está negando a un matrimonio la adopción de dicha criatura. Es privativo de la especie humana que una madre pueda elucubrar en su mente pérfida la posibilidad de matar a su hijo.


Para finalizar la idea y dejar establecido que a pesar de todo lo que se pregona la vida humana y la animal tienen el mismo destino, se me hace oportuno mencionar el caso “Excalibur”.


El sentimiento de pesar que causa la muerte de una mascota dentro del ámbito familiar es prácticamente similar al que nos despierta el deceso de un ser humano querido. Aunque por lo general el duelo es más corto, hay personas que no pueden sobreponerse a esas pérdidas. Muchas veces estos sentimientos –que son exclusivos de aquellos que conviven con animales– son inexplicables para aquellos que prefieren no compartir su vida con ellos. Los ignorantes de ese estado de ánimo apesadumbrado por la muerte de una mascota muchas veces lo toman con sorna, argumentando que hay cierta exageración de por medio. El perro no es cualquier animal doméstico y se gana el derecho de ser miembro de la familia todos los días, pues se entrega a ella con devoción, demostrando a cada instante su gratitud. Repasar la historia del malogrado Excalibur me produce cierto escalofrío por la casi inadvertida compasión que presenta la raza humana hacia las otras especies.


El virus del Ébola, descubierto en 1976, es una enfermedad infecciosa casi letal surgida en el río homónimo, en el Congo. Teresa Romero, una auxiliar de enfermería española lo contrajo a finales de 2014 y el estado de vigilia de todo un país con respecto a su evolución fue absoluto. Mientras ella y su marido estuvieron en cuarentena, su perro, Excalibur, fue sacrificado en el Hospital Veterinario de la Universidad Complutense de Madrid. Las campañas en las redes sociales no pudieron frenar el lamentable desenlace, y el motivo para darle muerte fue que convivía en la misma casa que la paciente. Teresa tuvo la oportunidad de ser monitoreada y recuperada totalmente, pero su mascota no. El Gobierno de la Comunidad de Madrid había ordenado el sacrificio por entender que Excalibur “suponía” un posible riesgo de transmisión de la enfermedad al hombre.


Está comprobado fehacientemente que la única medida para garantizar el statu quo es el rifle sanitario: así morirán miles de koalas en Australia ya que el hombre lo calificó como plaga, vacunos devenidos en alimento con fiebre aftosa, el desdichado Excalibur por las dudas, el pitbull que destrozó el cráneo de un niño de dos años y el bebé que llevas en tus extrañas, producto de una noche de pasión desenfrenada.


Los ministros de educación de este mundo golpeado por la frenética sociedad de consumo, deberían incorporar dos nuevas asignaturas en las escuelas: reciclaje y educación sexual. Podría ser un auspicioso punto de partida para encauzar este mundo fétido, tanto desde el punto de vista físico como mental.





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