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El silencio de los inocentes


Tomando en consideración que nuestra especie es por demás "sensible" para ver imágenes que puedan afectar su sistema nervioso central, por esta vez haré una excepción: la pantalla será negra y lo único que escucharás son voces.

Muchos veganos han perdido el rumbo y banalizaron sus grupos en las redes sociales con recetas de cocina. Pero, ¿por qué son tan importantes los vídeos en donde se descubre el infierno de los mataderos? Simplemente para encauzarnos, si por alguna frivolidad o lo que fuere perdiéramos el norte. Esos dramáticos vídeos, tienen por objetivo devolvernos de golpe y porrazo a la cruda realidad y hacia dónde se canaliza nuestra lucha.

La falta de empatía de nuestra especie hacia el mundo animal nos transforma en sordos, ciegos y mudos. No queremos saber, no necesitamos saber y en esa contumacia criamos a nuestros hijos, escondiéndoles absolutamente todo lo concerniente a divulgarles la verdad acerca de la procedencia de la “comida” que con mucho amor mami prepara. Los veganos, por su parte, agradecemos a diario que dichas imágenes cambiaron definitivamente nuestras vidas, para tratar de modificar el trágico destino de nuestros hermanos terrícolas.


La sangre de los más vulnerables –que salpica mucho más allá del ordenador- debería ser el único motivo para sumarse a la revolución más justa en la historia de la humanidad. El discurso suave y moderado y las recetas de cocina lo ubicarían en el plano de la moda que no incomoda: se utiliza durante un tiempo y después se desecha. Prestar atención a un vídeo de este tenor todos los días, renueva esos votos y ese compromiso con aquellos que ven, huelen e interpretan al igual que nosotros. No es ser masoquista, lo que sucede es que hay tantas tentaciones por ahí que quizás alguna de ellas haga que perdamos la perspectiva de que este compromiso dignifica nuestra especie y, por sobre todas cosas, la vida y la calidad de vida de nuestras víctimas.


La foto que elegí para mi perfil personal en Facebook muestra una vaca con el siguiente texto: “Mientras ellos no tengan voz, no dejarás de escuchar la mía”. Si bien trato de hacer escuchar mi voz a diestra y siniestra, es un error garrafal decir que los animales no tienen voz y mucho menos, que no saben expresarse. Hace unas semanas el mundo se sintió conmovido porque en un acto de maldad suprema, las autoridades estadounidenses separaron familias de inmigrantes ilegales, dejando por un lado a niños inocentes llorando por la falta de su madre y por otro, a madres desesperadas. Pues bien, eso es exactamente lo que ocurre con las vacas víctimas de la industria lechera y sus hijos. Cientos de vídeos desgarradores nos ilustran dicha realidad, pero lamentablemente, tratamos de enfocar nuestra atención hacia la “textura de los quesos” y no hacia el sufrimiento que podríamos evitar con total facilidad. Nuestra especie tiene el gran “atributo” de dar cátedra cuando de hacerse el distraído se trata. Lo vemos con el ejemplo de las tres grandes religiones monoteístas cuando venden el discurso que no es correcto maltratar a los animales. A tal respecto yo me pregunto: ¿hay mayor dolor que la desgarradora separación de una madre y su hijo? El bebé macho de esa vaca lechera no podrá llorar mucho tiempo, pues en un abrir y cerrar de ojos se transformará en “carne de ternera”, pero si es hembra, el lamento mediante el cual reclamará la presencia de su madre se escuchará durante meses, mientras su madre hará lo propio a la distancia.


La moraleja de todo esto es que nuestra brújula de objetivos mundanos, triviales y superfluos, nuestro ridículo sentido del éxito y todas nuestras aspiraciones trasuntan en la acumulación de riqueza, para que nos sintamos importantes, para generar el respeto y la admiración de la gente, para que todo el mundo nos rinda pleitesías y se deshagan en loas por nuestra “hombría de bien”, haciéndonos olvidar que el dinero no puede comprar amor —como cantaban los cuatro inmortales de Liverpool— y que lo único que perdurará en el tiempo y por lo cual quedaremos para la posteridad es por el ABC de nuestras mejores cualidades: amistad, bondad y caridad.


La consigna es vender el alma al diablo sin caer en la bajeza de contar las cabezas que tuvimos que pisotear para llegar a la cúspide. Pero la justicia se hace no con aquellos que están por encima de nosotros, sino con los que están por debajo. Es a ellos a los que hay que ayudar para cambiar el trágico rumbo que va tomando nuestro planeta.


No es que no tienen voz, ni que no les entendamos, simplemente miramos para otro lado.


No hay mejor frase en la literatura universal para definir lo que significa un matadero que la renombrada: Lasciate ogni speranza, voich’entrate ("Vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza"). Es decir, la bienvenida al infierno de La divina comedia, de Dante. Los animales no necesitan demasiada inteligencia para comprender con sus cinco sentidos que esa es la parada final de una vida signada por la desgracia.


Por estas razones, cuando me dispongo a ver vídeos sobre los mataderos, ya sé de antemano que las filmaciones van a estar hechas en la modalidad de cámara oculta y que el rostro adusto del presentador hablará por sí solo: "lo que van a ver a continuación son imágenes muy fuertes que pueden llegar a herir su sensibilidad". Siempre me pregunté: ¿por qué tanto misterio? Que yo sepa, lo que sucede paredes adentro no viola ninguna ley jurídica ni el orden social, ¿o será que por una cuestión de "marketing" no es necesario que la gente vea lo que ya sabe o imagina? Si así fuere, ¿qué sentido tendría? Solamente hacer pasar un mal rato a los pobres y compungidos espectadores que aplacarán sus efímeros remordimientos con una sabrosa tostada con sendas fetas de salame milanés y queso cheddar.


No logro entender a qué obedece tanto arcano o, mejor dicho, creo entenderlo muy bien. Dichos presentadores se hacen ver como paladines de la justicia porque se aprestan a "desenmascarar" la trama violenta que se lleva a cabo en estos lúgubres complejos fabriles. Toda persona que se precie de sensible verá un segundo de este tipo de vídeos; aquel “valiente” que logre verlo hasta el final, lo hará con un avanzado sentimiento de indignación. Comparto ese sentimiento, pero el mío corre por otro carril. Mientras la gente no discute en absoluto que el animal debe morir -ya que antes de ser vida y sentimiento, es alimento-, yo recorro exclusivamente la senda vegana. El presentador, los empleados del matadero, las autoridades del mismo y casi todos los espectadores no discuten que los animales deben morir, pues así lo dictaminó Dios y la historia. Lo que enfurece a la gente es la vejación, el tortuoso periplo por el corredor de la muerte. El trágico final del animal en sí mismo no interesa a nadie, pues para ello viene el disfraz, el soberbio contrasentido de la "muerte piadosa" usado tanto por seculares como por religiosos, y que da una gran mano para acallar la voz de los remordimientos.


La insaciable gula humana -que exige cuatro comidas diarias basadas en productos de origen animal-, hace que el sistema no se lleve bien con palabras como sentimentalismo, compasión o piedad. Lo único que importa es producir más y más, y eso se logra a base de trabajos forzados, esclavitud y por supuesto, muerte. Ese sufrimiento nace con la vida misma y muere con la muerte; allí recién llega el sosiego, la paz. En todo momento los animales son conscientes del entorno mísero que los rodea y perciben cuál será su destino. El trabajo allí se hará en tres turnos de ochos horas cada uno, y no habrá tiempo para temas superfluos y diatribas en pro de los derechos del animal.


Si te atreves a escuchar, los animales quieren transmitirte un mensaje corto. ¡Sé gente, go vegan!


https://www.facebook.com/tupagas/videos/1082031981944551/

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