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¿Llegará el día en que la ira que nos provoca la rápida agonía de un toro de lidia sea la misma que


A algunas conclusiones se puede arribar a raíz del curioso comportamiento humano: sabemos separar “maravillosamente” a los animales que nos brindan belleza y ternura de los que son la materia prima de nuestro consumo cotidiano. A tales efectos, apareció un dibujo en la Web que explica de manera elocuente y eficaz la dualidad de criterios que tenemos respecto del maltrato animal. Sentados a una mesa redonda vestida con un mantel rojo, dialogan dos clases de animales: los domésticos por un lado (un gato y un perro) y los de consumo por otro (una gallina, un toro, un cerdo y una vaca). Los domésticos le cuentan a los de consumo: "...y si alguien nos maltrata, va preso", los de consumo responden: "¡caray, qué envidia!" Parece que el león acribillado a balazos por el odontólogo de Minnesota tenía más ganas de vivir y de ser libre que los pollos machos recién nacidos en una industria orientada a la producción de huevo, a quienes por haber nacido en el lugar equivocado se los introduce en una pequeña cámara de gas para que dejen de existir en el transcurrir de seis parpadeos o directamente se les arroja a un carrusel que los transportará de forma vertiginosa a una espeluznante trituradora. Mantenerlos con vida no es redituable para los intereses de la empresa y en un mundo que clama por consumir no hay tiempo para sentimentalismos baratos.


La otra conclusión es que si los animales supieran expresarse, nos dirían que también sienten envidia de aquel león africano –que tuvo el raro “privilegio” de llevar incluso hasta un nombre- por la amplia difusión de su muerte, mientras que las otras pasan totalmente desapercibidas. Esa carencia de voz, ese aberrante anonimato las hace apropiadas para el consumo humano sin ningún tipo de desasosiego, pues como es sabido: "con la comida no se juega". A tal respecto son casi inexpugnables los argumentos falaces que crecieron con el paso de las generaciones y nos dejamos convencer acerca del “axioma” de las proteínas de origen animal y del “sufrimiento” de las plantas.

¿Será que la explicación a tanta diferenciación esté en las señales de televisión que nos enseñan la vida silvestre? Conocemos al dedillo la experiencia de los leones, sabemos de todos sus comportamientos, sus jerarquías, pues disfrutamos ese espectáculo a cualquier hora del día en alta definición. Nos hemos transformado en eruditos acerca del comportamiento de estos grandes felinos. Inversamente proporcional es nuestro conocimiento sobre vacas y cerdos. ¿Serán capaces de expresarse? ¿Responderán afectuosamente a una caricia? Si se les asignara un nombre, ¿acudirían ante un llamado? No tengo ninguna duda en contestar afirmativamente a esta serie de interrogantes; lo que sucede es que a nadie le interesa si una vaca o un toro tienen inquietudes o necesidades, pues no nos preocupan sus sentimientos, y sí su carne, su leche y su cuero. Tampoco es mucho lo que podemos averiguar, pues su hábitat "natural" está en los grandes centros de explotación, caracterizados por altos muros y pocas ventanas. Las cámaras ocultas son la única forma de ver qué pasa allí adentro, ya que los grandes capitales no están interesados en que la gente sepa que nuestra gran fuente de "proteínas" está hecha a base de martirio. Si le contara a la gente que vacas y toros lloran cuando sienten angustia, todo el mundo se reiría de mí. Un acto de sublime franqueza sería que los maestros llevaran a los infantes a los mataderos para que estos descubrieran con sus propios ojos la procedencia de su “comida”. Si no hubiera nada de maléfico y execrable en nuestra cultura, no habría razón ninguna para enseñar a los niños los campos de exterminio que se multiplican en nuestras ciudades.


Ese racismo que experimentamos hacia nuestro prójimo se traslada al mundo animal y nos enseña a diferenciar al león Cecil del ternero que llegó disfrazado de hamburguesa al plato del niño. Al otorgar esa notoria superioridad al león estamos dejando en evidencia otra variante más de nuestro abominable especismo.


Lamentablemente no hay que esperar mucho tiempo para que otro "famoso" sea noticia por publicar fotos posando con los cadáveres de sus víctimas animales, a la usanza de Juan Carlos de Borbón. Hristo Stoichkov, la estrella búlgara que deslumbró al "Planeta Fútbol" en 1994, se divirtió matando animales en Sudáfrica y ante la indignación que causaron semejantes registros, se justificó: "No tengo por qué dar explicaciones a nadie por mi hobby". En realidad no interesan en absoluto sus descargos, sino la opinión de los lectores de una página de noticias proveniente de la Argentina, al comentario (¿vegano?) del lector Claudio: "No sé que me preocupa más: el propio Stoichkov o los cientos de comentarios de la gente maldiciéndolo, como si nunca hubieran comido un asado. ¡Hipócritas!" Las respuestas no se hicieron esperar y guardan similitud con conceptos que manejé en los párrafos anteriores: "Eso es matar por matar, no tiene nada que ver con el asado". Otro expresó: "No es lo mismo alimentarse que matar por diversión". Millones de incautos veganos vislumbran un haz de luz esperanzador en la exasperación del mundo contra Palmer. Ven en esa indignación cierta compasión hacia el sufrimiento de otras especies.


¿Llegará el día en que la cólera que provoca el descuartizamiento de delfines en Islas Feroe, la venta de perros callejeros en China, la rápida agonía de un toro de lidia o la muerte del león Cecil en alguna sabana de África sea la misma que cuando vemos una humeante milanesa de pollo acompañada de patatas fritas en el plato de un restaurante?

Lamentablemente, el rol que desempeñan las diferentes especies en nuestra vida nos hacen medir con diferente vara el trato que les dispensamos y si su muerte despierta o no nuestra sensibilidad. Con solo abrir la sección fotos de Google con la palabra “ternera”, el lector entenderá de lo que le estoy hablando: en lugar de ver al hijo de la vaca, veremos su tierno cuerpo descuartizado listo para ser convertido en comida.


Para que la gente sienta empatía por el sufrimiento animal o preste cierto interés a los argumentos "ridículos" de un servidor, habrá que elaborar un nuevo orden, basado en la equidad y el respeto a la vida por parte de los humanos. Como ni siquiera respetamos nuestras propias vidas ni nuestros derechos inalienables, toda esta quimera no deja de pertenecer a la ciencia ficción. Pero el vegano siempre estará allí para luchar contra esos "molinos de viento" construidos sobre la base de cimientos conformados por la violencia extrema y la desidia, que nos mantiene maniatados en un mundo en un mundo cloacal, sumergido en la exuberante contaminación y en serio riesgo de desaparecer, tratando de enjuagar los cerebros manipulados de nuestras madres y nuestras abuelas.




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