Las nefastas conclusiones de una boda real
Hace muchos años, mientras miraba un programa de televisión argentino, en el que alumnos de secundaria competían por un viaje de fin de cursos, quedé prendado con una de las preguntas del conductor a uno de los estudiantes: “¿de qué color es la sangre de los reyes?” La respuesta lógica del joven fue “azul”. Memorable y lapidaria fue la manera cómo el animador lo contradijo: “no, es roja como la de todo el mundo”.
Siguiendo con el tema de los reyes y tomando en cuenta que el único país de habla hispana que aún mantiene una monarquía es España, se me hace inevitable remitirme a un artículo de su Constitución. El artículo 14 –que se refiere a los derechos y las libertades- establece claramente: “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”. Sin embargo la realidad nos dice exactamente todo lo contrario, y de cierta manera nos enseña también que la respuesta de aquel estudiante no estaba del todo mal: hay enormes –abismales, diría yo- diferencias entre una persona común y un monarca. Y esas diferencias se palpan sobremanera cuando los príncipes contraen nupcias. Con un despliegue mediático a niveles alarmantes, el siglo XXI sigue vitoreando a las parejas de “sangre azul” para que tengan larga vida y gloria eterna.
Hace pocos días el mundo se “conmovió” con la boda entre el príncipe Harry de Inglaterra y la actriz estadounidense Meghan Markle. Además de que fue una excelente ocasión para la venta variopinta de artículos alusivos al “magno” evento -incluidos los condones oficiales-, la prensa y la televisión del orbe no hicieron otra cosa que dejar de lado los múltiples problemas que aquejan al planeta para hacer un cuarto intermedio y dedicarse por entero a esta boda “singular”.
Fue una ocasión sublime para constatar una vez más que el odio y el racismo acompañan a la especie humana desde sus albores. No es que nacemos racistas, sino que a muy temprana edad pasa a ser como una cualidad innata. El ejemplo más demoledor es que los niños pequeños aman a los animales, sufren cuando se los mata, pero a muy temprana edad en lugar de seguir dándoles amor, comienzan a comerlos, y dicho hábito –reñido con los más altos valores altruistas- perdurará con el tiempo hasta que alguna luz –si es que aparece- los ilumina y se percatan de la profunda injusticia que desarrollaron durante su vida anterior.
Pues bien, ese racismo urticante y asfixiante queda reflejado en los centenares de titulares de varios de medios de prensa:
La boda real: ¿pueden Harry y Meghan tener un hijo negro? (Clarín, Argentina).
Actriz, divorciada y mestiza: Meghan Markle, la nueva plebeya de Buckingham (El Español).
¿Qué opina la Reina del primer matrimonio interracial de la corona británica? (Vanity Fair).
La mayoría de los incautos que pueblan este mundo verán toda esta temática como simple morbo; algunos pocos lo vemos como discriminación despiadada y racismo furioso. A propósito decía la Madre Teresa de Calcuta: “Nunca iré a una concentración antibelicista. Cuando hagáis una concentración a favor de la paz, invitadme”. El pensamiento negativo es adictivo y la Madre Teresa visualizó que si hablamos del “no a la guerra”, lo que queda es la palabra guerra. Según su criterio el “no a la guerra” debía cambiarse por el “sí a la paz”. El mismo concepto lo había aplicado anteriormente el psiquiatra suizo, Carl Gustav Jung, cuando dijo: “todo lo que resistes, persiste”.
Hoy en día se lucha “tenazmente” contra el racismo, pero basta un solo ejemplo para dejar en evidencia que esa lucha es “pour le galerie”, o como decimos en criollo: de la boca para afuera. A raíz de la majestuosa boda, surgieron vocablos aletargados en el tiempo, pero que saben a esclavitud y al racismo que destruye y quema todo lo que está a su paso, con la misma impetuosa fuerza que el volcán Kilauea: mulato, mestizo y zambo.
¿Existe alguna duda que toda la educación que nos brindan nuestros padres está enfocada hacia el pernicioso trastorno mental que significa el racismo? No es una característica innata de ninguna especie, pero la nuestra lo va incorporando desde que abre sus ojos al mundo y a semejante abominable “cualidad” -que nos acompañará durante toda nuestra vida-, la tomamos como la cosa más natural del mundo. ¿Si somos racistas y xenófobos con nuestros propios semejantes, no vamos a serlo con los animales? La empatía hacia los más vulnerables y desvalidos es la única receta para sacudirse y desempolvarse de esa carga negativa llena de rancios prejuicios.
Si bien fue "inventado" un perro para cada tarea, la gran mayoría de las razas se utiliza como mascota. Las tiendas afines disponen de un menú variopinto y un especialista en la materia se encarga de elegir la mejor raza para el perfil de cada individuo o núcleo familiar. Un factor preponderante a la hora de la elección va de la mano con una de las disfunciones psicológicas más notorias de los seres humanos: la vanidad. Es tanta la necesidad que tenemos de alardear que salpicamos en esa demencial obsesión a nuestro mejor amigo: "¡No, un tipo como yo no puede andar por la calle con un perro cualquiera! Como merezco lo mejor, opté por uno de clase, de raza". Para que no le vendan "gato por liebre", al momento de adquirirlo le solicitará al vendedor los papeles que acrediten su rancio abolengo, el famoso pedigrí. Esa locura lleva también a que las empresas sucumban ante tanta “belleza” y contraten para sus pautas publicitarias a canes “legítimos” y no la “escoria” híbrida que acompaña a los indigentes.
La pérdida de perspectiva hace que un verdadero perro sea un apátrida de su propia raza, mientras que aquellos que se forjaron en laboratorios sean los considerados puros. La gente de hoy no tiene perros, tiene Golden Retriever, Yorkshire Terrier y American Staffordshire. La palabra perro va desapareciendo del lenguaje y aquel que hacía las delicias de sus amos tiempo atrás, hoy se lo ve deambulando por las calles, tratando de alimentarse de basura y mirando con lánguido semblante si alguien se percata de su luctuosa presencia. En el mundo de hoy es raro ver un perro "a secas" llevado en una correa por su amo. Por cada ejemplar que se compra en la tienda de mascotas, cientos mueren en las perreras debido a que nadie los quiere. El enfoque equivocado radica en que el perro no es una mascota, sino un amigo, un integrante de la familia. En defensa de esos seres que no fueron dotados con los cánones de "belleza" de las razas "puras", enfáticamente afirmo que son un encanto de "personas" y muy versátiles en sus cualidades: ofician de timbre, de recepcionistas, de enfermeros, de compañeros, de amigazos, de juguete, etc.
Así como nadie tiene en cuenta las virtudes y los encantos de los perros “impuros”, el primer y excluyente detalle que se destacó de la joven Meghan Markle fue su tez, demasiado oscura –a criterio del vulgo- como para pertenecer a la corona británica.
Mientras el ritmo del cambio es frenético, algunos conceptos serán eternos como el tiempo. Al humano no le produce asombro ni escozor, palpitar a diario el menoscabo de los principios éticos que a diario van hundiéndose más y más en el fango. El virtuoso cuarteto argentino Les Luthiers, amplio conocedor de la cultura de su país, en alguna de sus obras pregonó que “tener la conciencia limpia es síntoma de mala memoria” y que “los honestos son inadaptados sociales”.
Lamentablemente, los parámetros de vida que nos legan nuestros mayores nos indican que es una “afrenta” pública que una negra sea acogida por la realeza británica y que es un acto muy “simpático” y genera buen estatus la compra por cientos de dólares de un can de raza. Ahora están de moda los “mini pigs” o cerdos en miniatura y como "la moda no incomoda", mucha gente “vanguardista” paga miles de dólares para adoptarlos como mascota. La estremecedora pregunta que se me ocurre es la siguiente: ¿será que los adoptantes –al ver lo magnífico que son los cerdos- dejarán de comer jamón serrano y salame milán o una cosa no tiene nada qué ver con la otra?