El "legado" de nuestros mayores y las máquinas industriales al servicio de la humanidad
Nuestra vida es delineada y esculpida por la educación que nos brindan nuestros padres y maestros. Llegamos al mundo limpios en todo sentido, desprovistos de ropas y sin saber la diferencia entre el bien y el mal. De a poco nos van inoculando religiones, reglas de moral, de conducta, dogmas, y esas enseñanzas pasan a ser nuestra incuestionable verdad suprema. Ya en la niñez empezamos a incorporar miedos, odios y fobias, así como el sentimiento de amor profundo. El ejemplo más gráfico para comprobar esta verdad es el del bebé que es echado a una piscina profunda a poco de nacer y sale a flote nadando como un profesional, mientras a su madre le galopa el corazón por la angustia y el pánico. ¿Cómo no iba a hacerlo exitosamente si durante nueve meses lo estuvo practicando dentro del vientre materno? Es el antagonismo entre la más pura naturaleza y los más impúdicos miedos terrenales. De esa manera nos van moldeando, aclimatando a cómo habremos de reaccionar en este sinuoso camino llamado vida.
Según nuestros padres, maestros y el mundo todo, comer carne es un hábito saludable y muy recomendable que incorporamos desde muy pequeños. Es lógico que así sea, pues es el plato principal en la mayoría de las culturas desde hace miles de años. Ingerir cadáveres es continuar con una tradición y ese detalle por sí solo lo hace más que respetable. Si nuestros mayores comieran insectos, nosotros también lo haríamos. Tres importantes postulados hacen que el consumo de carne y derivados de la leche sean aceptados con naturalidad: siempre estuvieron presentes, son recomendados por los pediatras -pues está comprobado "científicamente" que aportan proteínas y nutrientes "fundamentales" para el ser humano- y porque su sabor es agradable para la amplia mayoría. Por estas razones, casi no hay posibilidad de escapar a este vasto repertorio gastronómico. Es muy difícil que alguien rompa las cadenas de ese hábito alimenticio, arraigado desde casi el comienzo de la civilización. Cada vez que surja un pensador presentando argumentos en contra de esta práctica, su voz será minimizada a través de un agresivo aparato publicitario que dejará esos debates existenciales para otra oportunidad. Por ahora no hay tiempo para nimiedades y sí para producir a gran escala.
Estamos inmersos en una arrolladora sociedad de consumo basada en la oferta y la demanda. Si actualmente toda la población mundial demanda carne, huevos y leche, deben existir establecimientos que "produzcan" estos alimentos en forma masiva. La única materia prima serán millones de animales diariamente confinados, martirizados, aporreados y degollados. Si bien el mundo, el Supremo Pontífice de la Iglesia Católica, los grandes rabinos y los guías espirituales del Islam hablan de compasión, amor y claman por un mundo de paz, no deja de ser un dato anecdótico que en sus platos nunca falta algo de origen animal. Rezarán por los desvalidos, por los que sufren, pero ¡la comida es la comida, y con ella no se juega!
Para hacer frente a tan monstruosa demanda –que va apagando al mundo a ritmo de vértigo- la especie más compasiva del planeta tuvo que mejorar las ya inmejorables máquinas de torturar y triturar.
Dicen que la Edad Media fue el período más sombrío en la historia de la humanidad. Mi humilde opinión es que en la cúspide de la barbarie está -sin lugar a dudas- el Siglo XX, y no lo está el XXI, porque todavía no completamos la segunda década. Aquella época se caracterizó por el embrutecimiento de la población por cuestiones esotéricas y por las ofensas a Dios, con el funesto corolario de las persecuciones y ejecuciones de la iglesia Católica. El tema de Dios es absolutamente controversial, porque por un lado los devotos de casi todas las religiones proclaman a los cuatro vientos que "Dios es amor", pero por otro, la mayoría de los desbordes a lo largo de la historia se hicieron en su nombre. Dios es multiuso y se lo invoca para todo: para el amor, para el odio, el rencor, y también para matar animales a diestra y siniestra. Una técnica muy popular en estos días es también robar en el nombre de Dios. Basta ir a una de esas iglesias pentecostales para ver de qué manera descarada se saca el diezmo a la gente pobre.
El ingenio y la maldad suprema se amalgamaron durante aquel período de la historia para inventar las más espeluznantes máquinas para provocar sufrimiento, para escarmentar a las víctimas, y por supuesto, matarlas. Se inventaron aplasta-pulgares, la rueda (cuyo cometido era asar a la víctima viva), la hoguera, la picota, el cepo, la guillotina, etc. Cuando Benjamín Franklin -a mediados del Siglo XVIII- descubrió la electricidad, jamás soñó la repercusión que esta iba a tener en el futuro. La Revolución Industrial, así como el desarrollo en la segunda mitad del XIX del motor de combustión interna y la energía eléctrica fueron el complemento perfecto. Finalmente llegó la cereza en el pastel: el invento de la lámpara eléctrica (1879) por parte de Tomás A. Edison. Con esta catarata de inventos también llegó la silla eléctrica, la picana y el exterminio masivo de animales. Si estos tuvieran la capacidad de sentir odio, todo ese sentimiento debería estar canalizado hacia B. Franklin, pues gracias a su revolucionaria electricidad mueren en la actualidad trescientos animales por segundo. Haciendo pequeños cálculos matemáticos arribamos a la sorprendente realidad de que por día son masacrados alrededor de veintiséis millones de animales en el mundo, solo para beneficio de los humanos. Esta escandalosa cifra habla de la peligrosa apatía en la cual vivimos, en la que a nadie le importa la suerte de su vecino. Dicho cálculo sobrecogedor hace que las muertes de la Edad Media sean un juego de niños comparado con lo sangriento que es nuestro mundo contemporáneo.
¡Pero no vayan a creer que los animales no se vengan! Basta con ir a los hospitales para ver enfermos de cáncer, diabetes, colesterol y sobrepeso, para darse cuenta que el camino por el cual nos condujo la humanidad nos llevó a vivir vidas tristemente miserables, y lo peor de todo es que ¡creemos ser felices! La salud del planeta y el equilibrio de la naturaleza solo podrán encausarse a través del altruismo y la única solución para llegar a dicha armonía es el veganismo.