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Una nueva vida es posible


El mundo se maneja dentro de los siguientes dos razonamientos. El primero, que respetar a los humanos es una cuestión ética; el segundo, que considerar a los animales no deja de ser una moda excéntrica o pasajera. Si se combina uno con el otro, elaboramos un sofisma que da pie a las siguientes conclusiones, tan antiguas como la injusticia: desde el punto de vista ético es un pecado esclavizar y asesinar humanos, pero sí es correcto y aceptable hacerlo con las demás especies. El paralelismo que yo hago entre un matadero de vacas y otro de personas no es válido desde la perspectiva humana. Establecer una especie de símil entre ambas situaciones ofende a nuestra especie; es tomado como una obscena y procaz afrenta pública. Al respecto, son más que elocuentes las palabras del Papa Francisco el 21 abril de 2015, que avalan estas conclusiones: "Pensemos en nuestros hermanos degollados en una playa de Libia. Pensemos en ese chiquillo quemado vivo por sus compañeros. Pensemos en esos migrantes que, en alta mar, fueron echados al agua. Pensemos en esos etíopes asesinados, antes de ayer, y en tantos otros que no sabemos, que sufren en cárceles..."


Por supuesto que los animales no entran dentro de estos sufrimientos, pues, de acuerdo a este criterio, parecería que a estos les encantara que los degollaran, que fueran tirados al mar, asesinados o confinados en cárceles. Nuestro sello especista antropocéntrico creó un eslogan poco elaborado que es utilizado con total desparpajo por los hombres: "el trato humano". De él se derivan vocablos como "humanidad" o "inhumano". Estos se perfilan hacia el sentido de que abusar de un hombre es inhumano. De esa manera, si asesiné en legítima defensa a un ladrón que estaba en mi dormitorio mientras yo descansaba plácidamente, las autoridades, sin mediar palabra me llevarán preso, con el discurso que suele escucharse en las películas del cine estadounidense: "tiene derecho a

permanecer callado, tiene derecho a nombrar a un abogado y todo lo que diga podrá ser usado en su contra". Me pondrán las esposas y me llevarán detenido. Ya habrá tiempo después para determinar si fue crimen o defensa propia y si caeré preso o me absolverán. Por otro lado, si soy el rey de una nación, mato con mi rifle a un elefante y todavía me saco una foto testimoniando el acto criminal, no me acarreará ninguna consecuencia negativa. Algunos pocos me condenarán moralmente, pero nada importante.


La expresión Weltanschaung, acuñada por el filósofo alemán Wilhelm Dilthey, significa la manera de ver e interpretar el mundo que tiene una persona, una comunidad o una cultura determinada. El término causó sensación y fue traducido literalmente al castellano con el vocablo "cosmovisión".


¿Los veterinarios -por una cuestión de lógica pura y apego a su código deontológico- no deberían ser todos veganos? Si no lo fueran, ¿podríamos afirmar (sin que nadie se haga el ofendido) que se comen a sus propios pacientes? ¿O será que son solo médicos de perros y gatos y les importa un bledo la suerte de vacas, pollos y cerdos?


Cuestiones de este tipo son las que me planteo desde que accedí a este nuevo mundo. Esta humilde manera de sintetizar mi realidad, mi cosmovisión, en una serie de preguntas urticantes para una sociedad que vive de la mentira, trato de compartirla permanentemente con el mundo lego que me rodea para nutrirme de las respuestas y de la consabida ignorancia de mis interlocutores. Estas tienen el carácter y la fuerza impetuosa de la inmediatez y la irreflexiva grosería: "¿Qué tendrá qué ver una cosa con la otra?, ¿No estarás volviéndote loco de comer tanta zanahoria?"


A veces mi esposa me dice que me tendría que ir a vivir a una isla porque día a día mi discrepancia con mis hermanos de especie va en aumento. En el hipotético caso que me fuera a vivir a un remoto atolón del Pacífico, seguiría conectado directamente con el mundo globalizado, pues permanentemente estaría levantando cadáveres de aves asfixiadas por una tapa plástica de refresco que algún ciudadano del continente americano hubo arrojado a las aguas del Océano Pacífico cuatro años antes, o tapados y contaminados de petróleo por derrames de buques transportadores de hidrocarburos. Poner distancia no sirve de nada, pues todos vivimos en el mismo mundo y lo que sucede a diez mil kilómetros de mi hogar puede repercutir en mi calidad de vida en apenas segundos. Por lo tanto, todo está relacionado con todo en esta cadena llamada vida y en este equilibrio llamado naturaleza.


¿Cómo se le puede otorgar el premio Nobel de la Paz a una persona que come carne? Lo que mi entorno interpreta como un contrasentido, para mí no deja de ser una verdad incontrastable. Es cierto, para entenderla es necesario respirar unos segundos y reflexionar sobre su mensaje. A mí no me basta que a una persona le otorguen ese galardón internacional solo porque busca la conciliación de la especie humana. No entiendo esa paz selectiva y a medias, pues no vivimos solos. Y el pensar que vivimos solos nos lleva a este estado de permanente beligerancia entre nosotros mismos y, por supuesto, salpicando todo lo que nos rodea. Así como todo lo que tocaba el rey Midas se convertía en oro, todo lo que el ser humano capta con sus sentidos se transforma por arte de magia en injusto y reviste cientos de "cualidades" nefastas y fatídicas.


Como para mí el respeto a los animales no es una moda o algo pasajero que se hace para aparentar, sino una plena convicción basada en fuertes principios éticos, decidí hacer el cambio sin ponerle dramatismos ni frases rimbombantes. Solamente echar a andar una nueva y emocionante forma de vida basada en la equidad. Si uno viviera en una isla sin contacto con sus semejantes humanos, sería este un hecho inadvertido, pero hacerlo en una sociedad absolutamente estructurada desde hace miles de años no es de buen recibo. A la gente no le gusta los cambios y si se hacen, estos deben efectuarse en forma paulatina, para que se vaya acostumbrando.

Fue así que la primera "puñalada" cuando empezaba a hurgar este nuevo mundo me la asestó mi hermano menor: "¿tienes idea en lo que te estás metiendo?" -con tono dramático, que sabía a preocupación-. Simplemente le sonreí. Cuando uno está convencido de emprender un nuevo camino, no queda otra alternativa que empezar a recorrerlo con el aditamento que requiere cada empresa: la alegría. Dicen los que todo lo saben que para practicar esos cambios "drásticos" para que el cuerpo "se adapte", es necesario hacerlos en forma gradual. Partiendo de la premisa que en el reino vegetal se encuentran todos los nutrientes indispensables que requiere el cuerpo humano para vivir sanamente, el cambio puede venir de un momento a otro. Un simple pestañeo a tales efectos es una eternidad. La necia preocupación de la gente acerca de cómo serán sustituidas las proteínas animales no entra dentro del razonamiento vegano.


A pesar de que no conozco muchos veganos, por supuesto que he leído mucho este último tiempo y tengo que reconocer que el espectro de las necedades que se dicen es amplio. Se manifiestan, por ejemplo, veganos arrepentidos después de nueve años, aduciendo flojera o falta de fuerzas. ¿Cómo tengo energía para montar bicicletas cinco horas seguidas sin cansarme si supuestamente tengo carencia de "proteína" animal? Puedo entender a aquellos que de asesinos se transforman en "siervos de Dios", me entra en la cabeza que una persona decida cambiar de sexo cuando toda la vida llevó una aparente vida normal con matrimonio e hijos, pero lo que no puedo creer es que un vegano de larga data vuelva a masticar carne. De lo único que me podría arrepentir es de no haber adoptado esta filosofía de vida antes. Lamentablemente, los grilletes culturales que mantenían mi cerebro cautivo en asuntos banales hicieron un gran trabajo ocultándome la verdadera esencia de las cosas. Pero como suele ocurrir, de repente esas "cadenas" manifestaron cierto desperfecto y, sumado a un destello de lucidez de mi parte, fue que logré esa liberación y ese cambio radical de vida.




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