¡Déjala a la pobrecita, déjala que ponga diez!
Si los animales tuvieran la capacidad de sentir odio, este estaría canalizado hacia Benjamín Franklin, pues con su descubrimiento de la electricidad aceleró el proceso de faena a millones de animales por día. Si nos remitiéramos al caso específico de las gallinas, estas sin dudas tendrían que sentir aversión por el actor Silvester Stallone.
Este universo en el que todos estamos bajo sospecha y cuyo único fin perseguido es la acumulación de riqueza, yo sería el último en mostrarme sorprendido si no hubo un contrato preestablecido antes de la filmación de Rocky (1976) -premiada con el Oscar de la Academia como mejor película- entre el actor y las grandes corporaciones estadounidenses orientadas a la producción de huevos de gallina.
Sumergiéndonos en las sutiles profundidades de la ironía, hay una escena que marca el punto de inflexión para las desafortunadas gallinas. En ella, Rocky se despierta temprano a la mañana y con un gran cansancio se levanta de la cama para dirigirse directamente a la nevera. Abre la puerta, extrae un huevo crudo de su interior y con sobrada experiencia -utilizando exclusivamente la mano derecha- lo quiebra con un golpe seco sobre un vaso de vidrio, vertiendo su contenido en él. La operación la repite en cinco oportunidades, culminando la escena con la deglución consecutiva de la totalidad de los huevos, con el corolario del infaltable eructo.
https://www.youtube.com/watch?v=WXWJtzIhMrk
El ambiente del fisicoculturismo todavía cree en la escena de la película y sigue recomendando a sus pupilos ingerir huevos crudos a la usanza de Rocky. Lo trágico es constatar que la gente, en lugar de usar su cerebro para resolver situaciones, lo único que sabe hacer es imitar. Los atajos están a la orden del día y lo más fácil para obtener una buena musculatura es abusar de los esteroides. Si no se tiene el dinero para la droga, Rocky enseñó y echó a rodar el mito -aunque esa quizás no fuera su intención- que la ingesta de huevos crudos es la mejor solución.
En contra del consumo de huevos crudos cabe destacar que son un producto animal altamente sucio. La salmonela es una bacteria muy agresiva que puede acabar con la vida de los humanos, y su presencia en los huevos es común debido al contacto con los excrementos del ave, infecciones o la mala manipulación de los mismos. Deglutirlo crudo es una práctica de riesgo que invita a una salmonelosis. Por tanto, y para concluir, comer huevos crudos no es una buena opción. Comerlos cocidos tampoco.
La cultura popular cree en el postulado de que dejando de consumir carne evitamos ser partícipes de toda manifestación de violencia y maltrato animal. Dicha premisa abre de par en par el gran pórtico para que podamos comer todo lo demás, que sí nos "regalan" nuestros hermanos terrícolas y libera nuestra alma de todo dilema. Esta manera de dirigir los pensamientos contribuye a que la gente se sienta en paz con su conciencia a la hora de consumir productos de origen animal. Con suma facilidad se compra la idea de que los animales están bien cuidados y que su bienestar es compatible con su esclavitud y explotación. La realidad se encarga de demostrar que viven confinados en jaulas, sin poder desarrollar una vida normal acorde con su naturaleza, y que cuando dejan de ser rentables, se les mata para aprovechar económicamente su carne.
Dentro de esa categoría entran los lácteos, los huevos, la miel y la lana. En honor a la verdad, la idea está totalmente equivocada. Alguna vez expresé en artículos anteriores que lo mejor que le puede pasar a un animal maltratado es la muerte; esta implica la liberación del dolor, de una vida triste signada por la tortura. Y esto mismo es lo que sucede con las gallinas y sus huevos.
Estas aves -junto con las vacas- son las más explotadas del reino animal, después de los peces. Nuestras "necesidades" nutricionales no nos permiten verlas como animales, sino como comida; por tanto, la consigna es producir cada vez más y descartar aquellas "piezas" que no sirven. Los pollos machos son inservibles para el productor. Si no pueden poner huevos y tampoco convertirse en carne, criarlos supone un despilfarro, y ningún empresario tiene ganas de andar perdiendo tiempo y finanzas en sentimentalismos tontos. La verdadera ley de los humanos nos enseña que a los negocios se les pone la razón, no el corazón. Si apelamos a la parte sentimental, el negocio será un rotundo fracaso. Una forma rápida de descarte es introducir cientos de pollos machos recién nacidos dentro de una bolsa de desperdicios, hacerle un nudo y botarla a la basura. Proceso por demás expeditivo: los recién nacidos mueren asfixiados, sin más trámite que ese. Otra estrategia es gasearlos durante medio minuto en una cámara cerrada. La industria requiere de eficiencia y el tiempo no se puede malgastar en nimiedades cuando la cuestión es producir. Para tal fin, a los gallineros se les enciende la luz artificial una hora después del crepúsculo y otra antes del alba, para obtener la ganancia absoluta de dos horas diarias más de producción de huevos.
De otra forma no podrían ser cubiertas las necesidades de un mundo que reclama de forma estentórea huevos fritos, omelette y tortillas, y que se ha erigido en materia prima fundamental para grandes cocineros. Otra forma de ganar tiempo es embutiéndoles comida para que crezcan y engorden rápidamente. Cuando alcanzan la madurez sexual (alrededor de los cinco meses de vida) las gallinas ovulan aproximadamente una vez por día, poniendo un huevo aunque no hayan sido fecundadas. El huevo es la menstruación de las gallinas, y solamente de los fecundados nacerán pollitos.
Consumir huevos implica ser partícipe del sufrimiento y la muerte de estos indefensos animales salvajemente explotados. La posible existencia de un bienestar real dentro de la esclavitud de los animales no deja de ser una entelequia. Es una gran mentira pensar que los animales viven una vida saludable, cuando la única misión impuesta por los hombres es que estén subordinados a los intereses de aquellos que se consideran sus dueños. Desde ese punto de vista, los animales no tienen necesidades ni intereses más que servir a la causa humana. El hecho de consumir productos de origen animal -aunque no hubiera un aparente daño físico y psicológico- resultaría igualmente inmoral por varias razones. Si decidimos apropiarnos de los huevos de otros animales para nuestro propio beneficio eso implica también irrespetar aquello que procede de sus cuerpos. El consumo de huevos mantiene y refuerza la idea de que los demás animales existen solamente como recurso para nuestro provecho. Esa eterna dependencia es la que establece que sus intereses siempre serán avasallados por los nuestros. Ellos quieren vivir -aunque no puedan expresarlo con palabras- y nosotros comer. El principio de igual consideración cuando se parte de premisas tan antagónicas solo puede estar referenciado por un "chiflado".
Los animales utilizados en la industria de explotación masiva son vistos como mera materia prima y únicamente se les tendrá en cuenta mientras sean productivos. Las gallinas, cuando dejan de "fabricar" huevos, van directamente al matadero para que sus restos mortales sean aprovechados económicamente. Por tanto, no es correcto señalar que las utilizadas para la producción de huevos son "libres" de algún modo. "La Gallina Turuleca está loca de verdad" no porque no puede poner su décimo huevo, sino porque no puede desarrollar una vida digna.
Se da aquí el mismo caso que el de la "Señora Vaca". Cuando los afamados payasos españoles Gaby, Fofó y Miliki compusieron la canción "La Gallina Turuleca" nunca pensaron que esta se podría asociar con el maltrato animal. Dicha canción -supuestamente inofensiva- es enseñada por las maestras a los niños que empiezan a dar sus primeros pasos en los jardines. No digo que en forma intencionada, pero cuando sus cerebros están todavía desprovistos del gregarismo de sus mayores, se comienza a desarrollar ese sórdido proceso de tergiversarles la realidad de las cosas, como por ejemplo que nada tiene de malo tomar los huevos de las gallinas, pues no hay sufrimiento para ellas y además nosotros los necesitamos como excelente fuente de proteínas. Le llamo gregarismo, pues esto se transmite de generación en generación y nadie tiene un segundo para reflexionar que ese simple error de dejarse llevar por hábitos remotos conduce a la masacre diaria de millones de aves. La mayoría es sometida a vejámenes desde su nacimiento y otras -que no pidieron nacer, ni tampoco morir- tienen un infernal paso por la vida -montaña rusa incluida- de tan solo minutos.
https://www.youtube.com/watch?v=XQaKFU3Fh_M
Los seres humanos no necesitamos comer animales ni nada que provenga de estos para estar sanos, fuertes y bien alimentados. Por tanto, no hay excusa válida que justifique consumir artículos que provengan de la explotación de otras especies. Se puede vivir perfectamente sin ese sabor en la boca. El "dolor" por no consumir huevo frito puede ser sofocado con el pensamiento positivo de que gracias a ese "boicot" se estaría salvando la vida de millones de animales. Un pensamiento negativo puede ser neutralizado solamente por otro positivo. El único camino es el de la bondad y la tolerancia.
Si entendiéramos que esos huevos son propiedad exclusiva de las gallinas y que no obtuvimos un consentimiento explícito por parte de estas para que se los quitemos, estaríamos ante una figura delictiva. Sin eufemismos, se trataría de un robo. Sería otra flagrante violación a lo dispuesto en las Tablas de la Ley -además del mentado "no matarás"-, pues en ciertas ocasiones las gallinas comen dichos huevos para recuperar el calcio que pierden en cada puesta.
En definitiva, si seguimos consumiendo lo que proviene de animales estaremos perpetuando la idea, en nosotros mismos y en los demás, de que los necesitamos para vivir y de que su misión en la Tierra es satisfacer nuestros caprichos -eufemísticamente llamados "necesidades"-.