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La leche de vaca es vida solamente para el ternero; para la especie humana es la muerte lenta y dolo


Soy hijo de una familia que tenía una explotación láctea. Me crié y pasé décadas creyendo que los lácteos y la proteína animal eran muy saludables, pero otras tantas décadas de investigación, analizando la alimentación y enfermedades en diversos puntos del mundo, me dejaron claro que nos equivocamos. La proteína de origen animal, carne, pescado, lácteos, huevos... es la causa de la mayoría de las enfermedades mortales.

Colin Campbell

Solo un insensato puede imaginar que con la leche y la carne podría suceder algo similar a lo que está aconteciendo con el cigarrillo. Hasta hace muy pocos años, la publicidad de las empresas tabacaleras apuntó con rigor hacia generaciones enteras de adolescentes (a mi juicio los más vulnerables de la especie humana) y logró el cometido de pulverizar sus cerebros en formación. El objetivo de mostrar en las pantallas de tv a jóvenes altos, fuertes, atléticos, bonitos y de buena posición fumando y riendo tenía su gran rentabilidad, pues los niños comenzaban a encarar su adultez dependiendo del tabaco. Las ganancias se traducen en millones, debido a que el niño inicia su vicio con la llegada de la pubertad y -salvo raras excepciones- lo deja con la muerte. Pero ciertos hábitos fueron modificándose. Ayudó sobremanera la prohibición de fumar en espacios públicos, además de la erradicación de la publicidad que lo promueve.

Lo que antes era símbolo de estatus, hoy es tomado como ignominia. Años atrás toda mesa de comedor en el hogar familiar llevaba como centro un cenicero de cristal; hoy solo pueden servir para ofrecer caramelos a los niños. ¿A quién se le ocurriría en estos tiempos pedir permiso para fumar en casa ajena? ¿Hace veinte años se pedía permiso, o simplemente se solicitaba al dueño de casa un cenicero para poder fumar?


Lo cierto es que a alguna mente privilegiada se le ocurrió decir en voz alta que el tabaco era perjudicial para la salud -pese a que todos lo sabíamos- y allí comenzó un proceso de reconocimiento que hoy equipara al fumador con una suerte de delincuente. Se le prohibió fumar en recintos cerrados, en lugares públicos, en buses, aviones, restaurantes; se lo persiguió y aisló como si se tratara de un leproso.


Además de que la publicidad referida al tabaco fue eliminada de los medios, aquellos mensajes impresos que debían llevar las cajillas de cigarrillos comenzaron a elevar su tono hacia lo apocalíptico: "la muerte lenta y dolorosa" o "acorta tu vida fumando". Esa nueva normativa acaba con los rótulos que lo único que hacían era engañar aún más a la gente: light, ultra light, "bajo en nicotina", "bajo en alquitrán" y "suave" ya no podrán aparecer en los paquetes de tabaco. El orden actual considera inexistentes todas las "variantes" de cigarrillos por el simple hecho que matan por igual. La publicidad vendía que los cigarrillos ultra light eran menos nocivos que los light. ¿Qué más fácil de vender que lo que queremos comprar? ¡Si el cigarrillo te está matando y no puedes dejarlo, aquí tienes una opción menos dañina!



Esos mensajes disuasorios que aparecen en las cajillas pasan a ocupar más espacio y endurecen su advertencia: "fumar mata", "le perjudica seriamente a usted y a los que están a su alrededor", "provoca envejecimiento de la piel", "es altamente adictivo, no empiece" o "puede dañar el esperma y disminuye la fertilidad". Es fácil concluir que quien decide fumar después de leer estos agoreros mensajes no lo hace en su sano juicio, sino influido por arcaicos hábitos sociales difíciles de combatir y debido a la rápida adicción que esta actividad genera. Estas dos grandes razones hacen que las corporaciones que comercializan tabaco gocen de buena salud, y poco les importará si usted padece de enfermedad pulmonar obstructiva crónica (epoc), cáncer o infartos de miocardio. Es necesario entender que esas empresas no están administradas por la Madre Teresa de Calcuta; su misión en la vida es acumular fortuna y lo harán pese a quien pese, pisando -si fuere necesario- los cadáveres de las personas que mueren diariamente. Ese golpe "letal" a la industria tabacalera no ha sido tal, pues siguen incorporándose al mundo miles de nuevos fumadores al año, aunque se cuenten por millones los que continúan falleciendo por esta causa.

¿Se me puede tildar de osado si comparo los efectos devastadores del tabaco con los de la carne y la leche?


Al igual que el tabaco, la publicidad con respecto a los lácteos es masiva, invasiva y confunde deliberadamente al consumidor con las sugestivas propiedades de sus productos. La visión entrañable que por lo general emplea a niños jugando, es la cara visible de lo que no es cierto. A la leche de vaca -que de acuerdo a las publicidades es uno de los alimentos más nutritivos que hay en la naturaleza- cada semana se le está agregando minerales y vitaminas, lo que la convierte en una especie de aparente elixir para todas las enfermedades. Solo de acuerdo a las publicidades, claro está.


Los fabricantes de productos lácteos son uno de los puntales que mantienen los medios de comunicación. Las cordilleras de dinero que movilizan hacen que sus mensajes no pasen por los filtros legales que verifican al menos si hay fraude o engaño en sus pautas publicitarias. Cada vez que sale un nuevo producto al mercado, debe estar acompañado de ciertos informes médicos que avalen la autenticidad de la propuesta. Sin embargo, cuando de lácteos se trata, todas las novedades son recibidas de brazos abiertos, porque las empresas de publicidad, los medios de comunicación y por supuesto, los consumidores, crean ese marco adecuado. Esa maniobra nos concierne a todos, y como el consenso de las partes involucradas es íntegro, nadie va a salir con desmentidos que tendrán irremediablemente sabor a demencia. Por lo pronto, esta industria sigue con esa vorágine de anuncios de descubrimientos fantásticos y múltiples beneficios, y en contrapartida están las voces inaudibles de la oposición que jura y perjura que la leche nos está matando.







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