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"Amo a los animales, pero me fascina la carne"


ADVERTENCIA: El siguiente artículo contiene textos e imágenes no aptas para personas "sensibles", también requiere la orientación a niños y adolescentes por parte de sus padres. Se requiere discreción.


Se hace imprescindible agregar a la exhortación anterior una máxima de la rica paremiología castellana: "no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere escuchar". Vale, además, la aclaración que si eres vegano –que intenta vender su visión del mundo de una manera “prudente” y no invasiva- vas a querer asesinarme por los vìdeos que verás a continuación; si eres carroñero te harás el ofendido y preguntarás con indignación: ¿cómo se puede tener estómago para publicar semejantes atrocidades? Lo cierto es que a pesar de que desde ambas riberas me mirarán con recelo y odio, bien vale la pena rendir tributo a la sinceridad absoluta y llamar a las cosas por su nombre, pues el mensaje de este sitio web es intentar explicar al mundo que ya es hora de dejar de tapar el sol con un dedo, de que el árbol no nos permita ver el bosque y de desterrar el añejo refrán que está destruyendo el planeta: "ojos que no ven, corazón que no siente". Decía Goerge Orwel: "en una época de engaño universal decir la verdad es un acto revolucionario".


Es verdad que los vídeos que verás a continuación son altamente repulsivos y estremecedores, pero gracias a ellos es que la gente -cuyo corazón aún palpita y siente- se toma la iniciativa de comenzar a investigar, para terminar optando por el veganismo como fuente de inspiración e ideal de justicia. El objetivo de dejar al descubierto el maltrato animal, además del mensaje educativo -pues te muestra la crudeza sin circunloquios y desenmascara los disfraces publicitarios-, te brinda la posibilidad de que se te vuelva a encender la casi extinguida llama del altruismo, que todos los humanos llevamos en nuestro ADN y que la perniciosa educación nos va quitando desde que abrimos los ojos al mundo.


Está claro que a medida que uno se adentra en el fascinante mundo del veganismo, irremediablemente comienza a mostrar cierta veta misántropa, que tarde o temprano lo llevará a descartar la posibilidad de compartir una mesa con sus pares "omnivoros". Esa tendencia se va dando de forma natural, pues el solo hecho de ver que en su mesa hay cadáveres humeantes de animales, irremediablemente invadirá su ser de un asco monumental. Dentro de mi frondoso anecdotario, rescato la vez que no me quedó otra alternativa que concurrir -a regañadientes- a una cena de "gala". Cuando llegaron en forma simultánea los restos mortales cocinados de centenares de pollos, tuve que hacer una carrera frenética hacia la salida más próxima -como cuando hay que escapar de un incendio a través de la salida de emergencia-, en medio de un mar de arcadas y tratando de esquivar comensales pletóricos de felicidad a punto de empuñar las armas sociales de destrucción masiva, ergo, cuchillos y tenedores, para obtener esa bocanada de aire fresco que me devolviera la vida.




Para el vegano se trata la única forma de ver el mundo y todo lo que esté emparentado con el maltrato animal le causará la misma repugnancia. Así, mientras la gente se ofende o dice que es de muy mal gusto que un supermercado exponga en las fiestas tradicionales de fin de año un cerdo cocinado con una manzana en la boca, pasa por el alto los jamones que cuelgan del techo ¿Qué nos hace ver que una cosa es espantosa y la otra simple tradición si estamos hablando de exactamente de lo mismo? A este tema se refiere el presente artículo: cómo la educación, la tradición, los hábitos y la cultura van minando nuestra mente hasta bloquearla por completo.


Por supuesto que dichos argumentos ofenderán a las huestes "necrófagas" que imperiosamente buscarán cualquier recurso para defenderse. En primer lugar, demostrarán su “solidaridad” para con el reino vegetal, utilizando el trillado “las plantas también sienten”. Una especie de mecanismo de defensa infantil, para que los veganos también sientan culpa. Luego emplearán juicios emparentados con los más ilustres pensamientos de tolerancia y respeto: “vivir y dejar vivir”. En otras palabras, acusarán a los veganos de intolerantes: "que cada uno coma lo que le venga en gana". Para los "carnívoros", los veganos no viven ni dejan vivir y para estos últimos, los primeros tampoco dejan vivir -en el sentido literal de la palabra-, pues para comer no conocen otra alternativa que la matanza industrializada.


Las preguntas que surgen espontáneamente son: ¿por qué se sienten ofendidos con ciertas imágenes? ¿Cómo poseen la magia para desligar cosas idénticas? ¿Por qué criminalizan a los veganos cuando estos muestran sin tapujos la realidad de los mataderos y de las granjas lecheras?


La psicología lo explica de manera precisa a través de la teoría de la disonancia cognitiva, la cual se produce cuando una persona percibe una inconsistencia lógica entre sus cogniciones. Esto sucede cuando una idea implica lo contrario de otra. Se trata de una sensación desagradable causada por sostener dos ideas contradictorias al mismo tiempo. En síntesis, la disonancia cognitiva es cuando nuestro proceder no va de la mano con nuestras creencias. Un ejemplo esclarecedor es que la gente aplica con total liviandad el sobrecogedor contrasentido: “amo los animales, pero me fascina la carne”. La contradicción es total y absoluta y conduce a la disonancia, por lo que experimentarán ansiedad, culpa, vergüenza, ira, estrés y otros estados emocionales negativos. Cuando las ideas de las personas son coherentes entre sí -como la de los veganos-, están en un estado de armonía o concordancia.

La mentalidad del vegano recorre senderos que de a poco se empiezan a explorar: ¿cómo podemos hablar de reglas de etiqueta si estamos comiendo animales muertos? ¿De qué sirve vestir la mesa con elegantes manteles y finos cubiertos si vamos a llenar nuestro organismo de sangre, tortura y muerte? ¿Qué diferencia hay entre beber leche directamente de la ubre de la vaca o de un vaso limpio?











¿Acaso no es lo mismo desfigurar el rostro de un cerdo cocinado mediante feroces dentelladas que comer un simple sándwich de jamón y queso? ¿Qué me hace ver que comer un pollo crudo con las manos sea una falta total de de delicadeza y comer la pata cocinada de ese mismo animal (sea con cubiertos o no) cumpla con la aprobación social? ¿Cómo se puede entender que una sociedad protectora de animales venda una rifa cuyo premio sea un lechón?


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https://www.youtube.com/watch?v=XDZwdq5FaCc

(comiendo pollo curdo)


La pregunta del "omnívoro" será: ¿qué tiene que ver una cosa con la otra? La respuesta es que se trata del mismo crimen, con la única salvedad de que uno está maquillado por la aceptada sociedad de consumo. Así como todos los veterinarios deberían ser veganos, no se puede rechazar la tauromaquia y comer carne al mismo tiempo. El veganismo es frontal y no reconoce dentro de su cosmovisión la palabra eufemismo; aplica a rajatabla una frase atribuida a Albert Einstein: "si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez y la elegancia déjasela al sastre".


Dos películas bastan para ejemplificar el modo cómo la mente humana es un cúmulo de contradicciones. El filme “Babe, el cerdito valiente” (1995), trata de un cochinito que llega a una granja y no quiere que su destino sea transformarse en un simple plato para el banquete de navidad. Al haberse criado con los perros ovejeros de la hacienda, Babe aspira a ser uno más de ellos y no habrá de cejar hasta haber convertido su sueño en realidad. Pero, lo que más sorprende es la capacidad, el arte innato que tenemos para separar cosas que por cierto van indisolublemente ligadas. Por un lado, el director logra el cometido de que Babe zafe de una muerte inevitable y por añadidura, que la gente salga con un sabor dulce en el alma por esa circunstancia, mientras que por otro, aquellos que festejan ese final feliz, ¿de qué manera lo hacen?, seguramente saborean- do una salchicha de puro cerdo con abundante mayonesa y mostaza.


El taquillero filme animado de la compañía Pixar, “Buscando a Nemo”, relata la historia de un pez payaso que cae prisionero en la pecera de una niña despiadada, mientras el entorno de familiares y amigos de Nemo hace denodados esfuerzos para lograr su liberación. Por supuesto que el épico final feliz llega con el ansiado rescate, logrando como corolario que todos los espectadores de la película salgan del cine esbozando una amplia sonrisa.


¿Cuál fue la realidad paralela que se gestó a raíz de la tierna película? Simplemente que todos salieron despavoridos a las tiendas de mascotas para acabar con las existencias de peces payasos. Todo los niños (¿y los adultos no?) querían su Nemo en la sala del hogar familiar. En lugar de que la película creara el efecto contrario, es decir, erradicar por completo el cautiverio de especies marinas, se produjo un encarcelamiento en masa de esa especie, creando el contrasentido de que el único que resultó libre fuera el dibujo animado.


Así como los espectadores de la película del cerdito Babe celebraron el final feliz de la película degustando salchichas de cerdo en la plaza de comida contigua al cine, los felices espectadores de Nemo festejaron la liberación del personaje, tomando en cautiverio a todos sus hermanos de la vida real. Cualquier espectador con un de sentido común debería concluir que el mensaje de la película es que la práctica de tener peces encarcelados en minúsculos receptáculos es inmoral. Sin embargo, cuando se trata de humanos la lógica no va de la mano con la razón. ¿Qué mejor manera de trasmitir valores de padres a hijos que aprovechando el mensaje de la película? Pues bien, el resultado fue diametralmente opuesto -además de nefasto- debido a que los padres también cayeron en la pueril tentación de comprar una criatura "bonita y famosa" para engalanar el hogar. Parece demencial, pero es la triste y dolorosa realidad.


¿Llegará el día en que la cólera que provoca el descuartizamiento de delfines en Islas Feroe, la venta de perros callejeros en China, la rápida agonía de un toro de lidia o la muerte del león Cecil en alguna sabana de África sea la misma que cuando veamos una humeante milanesa de pollo acompañada de patatas fritas en el plato de un restaurante o un simple vaso de leche de vaca?



















Lamentablemente, el rol que desempeñan las diferentes especies en nuestra vida nos hacen medir con diferente vara el trato que les dispensamos y si su muerte despierta o no nuestra sensibilidad.

Para que la gente sienta empatía con el sufrimiento animal o preste cierto interés a los argumentos "ridículos" de un servidor, habría que elaborar un nuevo orden, basado en la equidad y el respeto a la vida por parte de los humanos. Como ni siquiera respetamos nuestras propias vidas ni nuestros derechos inalienables, toda esta quimera no deja de pertenecer a la ciencia ficción.


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