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¡Señora Vaca, usted sabe "trabajar"!


La imagen que nos vende la publicidad es siempre la de una vaca lechera pastando libremente en las praderas -como la de una prestigiosa fábrica de chocolate de origen suizo-, en plena armonía con la naturaleza, junto a sus crías. Mediante ese embuste se oculta la realidad, que habla de embarazos y trabajos forzados, hacinamiento, falta absoluta de higiene, etc. Las vacas que aparecen dibujadas con una sonrisa contagiosa, en la vida real están sometidas a todos los atropellos mencionados anteriormente con un único objetivo: producción incesante.


Aquella forma manual de extraer leche quedó en el olvido, pues con la llegada de la Revolución Industrial también llegó el ordeñe a gran escala, que permite el procedimiento hasta tres veces al día. Este método industrial provoca serias heridas en las ubres, inflamación, además de ser doloroso y molesto. Para contrarrestar estas contingencias, los veterinarios de estos establecimientos fabriles deben administrar permanentemente a los animales medicamentos y antibióticos, cuyos vestigios quedarán en el vaso de leche que usted bebe a cualquier hora del día.


Pese a la creencia popular de que la vaca nació para dar leche de por vida, esto no es así. Como todo mamífero, deberá parir para generarla, pues será el único alimento de su cría recién nacida. Debido a que las industrias tienen como objetivo único ganar dinero, no pueden esperar a que la naturaleza decida cuándo será el momento en que la vaca estará lista para otro embarazo. Para apresurar el proceso, el humano inventó la preñez forzada, es decir, una por año. Esto garantiza una producción superlativa de leche durante diez meses, lo que hace posible su "fabricación" de forma ininterrumpida. La inseminación artificial es el procedimiento más rápido para iniciar ese proceso de gestación.


El otro punto de vista son los terneros. Un vídeo en el que se filma el parto de una vaca en cautiverio, resulta conmovedor y en la misma medida, elocuente: una persona está a la expectativa con las manos listas para recibir la cría que está por llegar al mundo, a la usanza de un portero de fútbol. Cuando esta es expulsada del vientre de su madre nunca toma contacto con el suelo, pues ese hombre la recibe en sus brazos y se la lleva inmediatamente. La vaca instintivamente sigue unos metros a la persona que está robando su cría. De acuerdo al lenguaje corporal que podemos interpretar los humanos, se puede inferir que le está diciendo: ¡Oye, ese es mi hijo! La escena dura muy pocos segundos, suficientes como para entender el tormento de la vaca. Ese ternero jamás tomará contacto con su madre, ni con ninguna madre sustituta. Ya de partida empezará su vida como esclavo, con vida y alimentación totalmente artificiales. Será enclaustrado en corrales especiales con suelo de cemento o metal. En su celda tendrá permitido estar solamente de pie; darse la vuelta sería como poesía. De conformidad con su naturaleza, debería alimentarse de pastizales, pero a fin de que crezca en el menor tiempo posible, su alimentación estará basada en leche en polvo y aditivos. Por último, su liberación estará garantizada cuando su dueño considere que es momento de pasarlo a mejor vida. En esa nueva y última etapa milagrosamente se transformará en hamburguesa.


Mientras en condiciones normales la expectativa de vida de la vaca es de veinte a veinticinco años, tras cuatro o cinco lactancias -cuando desciende su productividad lechera- son enviadas al matadero. En ese infierno, a la vaca se la cuelga boca abajo de una sola pata. Inmediatamente se le hace una especie de "incisión" en la garganta con un cuchillo fino para que se vaya desangrando. Un método simple y eficaz que algunas religiones tienen la desfachatez de calificar de "balsámico", pues según el mandato divino está comprobado "científicamente" que los animales no sufren.


La verdad absoluta es que a las vacas (y a todos los animales) los retiramos de su entorno natural y acortamos sus vidas a guarismos que rayan en la indecencia. Las sacamos de su casa a la fuerza y nos apropiamos de sus crías. ¿Cuál es la estrategia para que esta realidad no salga a relucir? ¿Sobre quién hay que influir para conservar el mundo dentro de esta perspectiva? Indudablemente, sobre los niños. Enseguida que pisan el umbral del jardín de infantes se les inculca una realidad absolutamente diferente. El niño crecerá dentro de la burbuja inflada por maestros y padres, y si en su vida este no llegara a presentar interés alguno sobre la temática acerca del maltrato animal, quizás jamás se entere de la verdad. A tales fines y para distraer su atención, les enseñan canciones pegadizas, "tiernas y humanas" alusivas a la vaca como sinónimo de entrañable amiga:


"Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche condensada, para toda la semana.

"Un cencerro le he comprado, y a mi vaca le ha gustado, se pasea por el prado, mata moscas con el rabo.

"Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me da leche merengada, ¡ay que vaca tan salada!

"Tengo una vaca lechera, no es una vaca cualquiera, me hace torta de cereza, ¡ay que vaca tan traviesa!"


No solo el texto de la canción es de una indecencia difícil de describir, los vídeos animados son de un descaro inusitado porque a la vaca siempre se la ve en la pradera regalando sonrisas por doquier y velando que los niños beban su leche, que ella brindó con tanto amor.


Pero la canción que realmente es un canto a la hipocresía y que define la verdadera esencia del ser humano es la siguiente:


"Señora Vaca: yo le doy gracias por todo lo que nos da. Hoy mi maestra nos ha enseñado que en su cuerpito usted trabaja sin cesar. Y nos da la leche, el dulce de leche y mantequilla que siempre le pongo al pan, también el queso que es tan sano y un yogurt para mi hermano. ¡Señora Vaca, usted sabe trabajar!


"Señora Vaca: cuando en el campo yo la veo a usted pasear con sus hijitos, le tiro un besito, pues me doy cuenta que es una buena mamá".


A una sarta de mentiras concatenadas muy fáciles de rebatir, se le adiciona una música poderosamente atractiva para los infantes. Con esos dos ingredientes, más la figura "educativa" de la maestra, se echa a rodar el copo de nieve que degenerará en el alud incontrolable que significa la demencial dependencia que tenemos de un animal cuyo único punto en común con nosotros es que ambos somos mamíferos.


Si esta canción no fuera una verdadera patraña, se la podría calificar de altamente estúpida. No encuentro sino razones culturales y las anteojeras que llevamos puestas para explicar este cúmulo de falsedades. ¿Acaso los maestros tendrán acciones en las multinacionales orientadas hacia el rubro lácteo por su denodada labor publicitaria? ¿Los padres pasarán a retirar a fin de mes el cheque de estas mega empresas por obligar a sus hijos a consumir ese veneno? Por supuesto que no pasa por ahí el tema, sino por la desidia, la falta de empatía y la pereza de cambiar nuestro "estructurado" mundo, que hacen que canciones como estas sean apadrinadas y vistas hasta con cariño por los mayores.


Sería redundar sobre lo mismo, pero se me hace difícil no hacer alguna que otra referencia sobre la canción. En primer lugar, la vaca no nos da nada. Una cosa es dar y otra muy diferente, expropiar. Dar es voluntario, es decir, la antítesis de la esclavitud. Si la maestra enseña que "su cuerpito trabaja sin cesar", está en lo cierto, pues se la exprime de sol a sombra en condiciones dramáticas. Así como los esclavos negros producían a base de latigazos, a la vaca no le queda otra alternativa que aprender a "trabajar" desde muy temprana edad. Con respecto al paseo con sus hijos "que hace de ella una buena mamá", en párrafos anteriores manejé el concepto que el ternero cuando nace ni siquiera toca el suelo, mucho menos conocerá a la madre que lo trajo al mundo. Vuelvo y repito: esos terneros jamás posarán sus patas sobre la grama de una pradera.


La idea a vender es que el animal es bueno por todos los regalos que nos brinda, y nosotros enormemente agradecidos por los servicios prestados. Nuestro modo de vida especista siempre nos llevará a mirar hacia un costado cuando se quieran modificar ciertos dogmas tan eternos como el tiempo. Para fortuna de las industrias cárnica y láctea, la vigencia les está más que garantizada, puesto que las bondades que nos obsequia la vaca son siempre bienvenidas y "contribuyen a la buena salud". El argumento más convincente (y a la vez más débil) para denostar estos "sentimentalismos baratos" para con los animales siempre dejará entrever nuestra rancia filosofía antropocéntrica: ¿si erradicáramos estas industrias que emplean a millones de personas alrededor del mundo, qué vamos a hacer con tanta desocupación? De poco sirve la argumentación de que vidas inocentes se están sacrificando sin ningún justificativo, puesto que toda esa "proteína" se puede obtener en el reino vegetal y además de mejor calidad.

https://www.youtube.com/watch?v=xWjBiUSNxeA

https://www.youtube.com/watch?v=s7LWD0ebo2Y

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