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Las religiones monoteístas y el vegetarianismo


¿Será posible que las religiones y el respeto a la vida de los animales puedan confluir en el mismo sendero? Considero que debería ser una corriente filosófica unificada. Sin embargo, a pesar de que ambos dogmas comparten supuestamente la misma ideología, lo que vemos desde hace miles de años es que en la práctica van en direcciones opuestas, por lo que se torna inevitable que choquen de forma frontal y permanente, con el lamentable saldo de cientos de víctimas inocentes por segundo.


Al hacer un recorrido breve y panorámico por sobre las religiones más populares, nos encontramos con que la iglesia Esenia -cuyo postulado es defender las ideas del cristianismo más recalcitrante- cree que los animales son almas perfectas cuya misión en el mundo es ayudarnos a aprender y a desarrollar nuestra conciencia.


Los humanos dispusimos del planeta y de todas sus criaturas a nuestro entero albedrío, interpretando equivocadamente la palabra de Dios. Recibimos la misión divina de administrar con inteligencia y misericordia los recursos naturales, y nuestra falta de capacidad para entender los mensajes hizo que transcurridos varios milenios todo se mantenga de igual forma a la que se detalla al comienzo de la Biblia: "La tierra era un caos total, las tinieblas cubrían el abismo, y el espíritu de Dios iba y venía sobre la superficie de las aguas".


Para el Islam, los animales son milagros de la creación divina: una prueba de su bondad y omnipotencia. A pesar de ello, la religión islámica permite su mercadeo y obliga a que sean objeto de sacrificios rituales. El Corán establece escrupulosamente que los únicos animales que se pueden comer son los rumiantes, y que los estrictos procedimientos para su faena vayan acompañados de plegarias de consuelo pronunciadas por un matarife ortodoxo. El incumplimiento de estas normas hace del animal impropio para el consumo de un musulmán devoto. Maltratarlo es un pecado que provoca la ira de Alá y se paga con el infierno. En cambio, tratarlo bien es una forma de redimir los pecados y ganar el Paraíso. Por eso se lo mata "con cariño"; los exégetas musulmanes afirman que el cuchillo afilado con el que se provoca su deceso hace que estos mueran con "alegría y agradecimiento", por no tener que atravesar un innecesario calvario.


La manera como el judaísmo denomina a las fieras y a los animales está íntimamente ligada con la palabra "vida"; es decir, la vida creada por Dios. Hasta que aconteció el diluvio, el hombre era estrictamente vegetariano y debería volver a serlo cuando alcance la paz y acceda al paraíso. Tal postulado se sustenta con la sentencia bíblica "el lobo vivirá con el cordero". Entre los animales aptos para el consumo se encuentran los rumiantes de pezuña doble, y su sacrificio ritual debe ser ejecutado por una persona idónea que "minimice hasta lo imperceptible" el dolor de la víctima.


Tanto la posición musulmana como la judía son irreflexivamente contumaces, pues descartan de plano la remota (y evidente) posibilidad de que el animal pudiera llegar a sufrir. La verdad absoluta -que en este caso sí la hay- es que el animal sufre, siente y huele la muerte una vez que traspuso el umbral del matadero, ergo, del infierno. He visto cientos de películas alusivas y no puedo entender cómo un ser pensante pueda abstraerse tanto como para considerar que los animales no se dan cuenta de lo que les va a suceder en contados minutos.


El cristianismo, por su parte, no profesa la cultura vegetariana en la práctica, aunque sus enseñanzas parecieran apoyar la idea. Los primeros discípulos de Cristo seguían atentamente las escrituras que ordenaban una forma de vida estrictamente sin carne. En la actualidad no poseen restricciones de ningún tipo, por lo que tienen libertad para comer lo que les venga en gana.


La humilde conclusión a la que arribo es que por un lado, las tres grandes religiones monoteístas fomentan la compasión, el amor y el respeto a los animales, pero por otro, sus líderes espirituales y fieles "borran con el codo lo que escriben con la mano", pues desobedecen deliberadamente y con descaro estos preceptos, transformándolos de forma que resulten más convenientes a sus apetencias, "necesidades" y zonas de confort. En este plano, se diferencia notoriamente el budismo, pues las tres primeras han hecho de la ingesta de animales verdaderas factorías de vejación, desborde y carencia total de escrúpulos, mientras que esta última aboga por un mundo de paz y fraternidad, en donde todas las especies debemos interactuar para vivir una vida plena.


La religión -presente y vigente en todas las etapas de la experiencia humana- no permite la muerte de una persona, pero sí el derroche de océanos de sangre de las demás especies. ¿Cuándo nació toda esta normal y consuetudinaria locura? ¿Los dioses que adoramos nos crearon a su imagen y semejanza con el "don" de la insensibilidad ante el sufrimiento ajeno? ¿Quién nos otorgó el privilegio de monopolizar el derecho a la vida? Aquello que vemos como una rancia e incuestionable tradición tuvo que tener un punto de partida. En algún momento de nuestra existencia quedamos atrapados sin salida y desesperadamente tuvimos que aplicar un plan de contingencia para sobrevivir.


En virtud de que no podemos determinar a través de la ciencia cuál fue el punto de inflexión que llevó al ser humano a ingerir cadáveres, y dado que aún seguimos siendo dominados por la partitura religiosa, me resulta sugestivo volcarme a las Sagradas Escrituras para tratar de buscar algo de luz entre tanta oscuridad.


Basándonos en la Biblia -libro que trasmite la palabra de Dios para los judíos y base de las religiones monoteístas cristiana y musulmana-, al comienzo el ser humano no podía comer carne. Dios se dirigió a Adán: "aquí les doy todas las plantas de la tierra que producen semillas y todos los árboles que dan fruto. Todo eso les servirá de alimento. Pero los animales salvajes, a los que se arrastran por el suelo y a las aves, les doy la hierba como alimento..." (Génesis 1:29-30). Solo hierba y árboles y nada de carne; al hombre y a los animales les estaba vedado comer del reino animal. Durante diez generaciones la ingesta de los humanos se desarrolló sin modificaciones, hasta que Noé abandonó el arca, tras el diluvio: "Fructificad, multiplicaos y llenad la Tierra. Infundiréis temor y miedo a todo animal sobre la Tierra, a toda ave de los cielos, a todo lo que se mueva sobre la Tierra y a todos los peces del mar; en vuestras manos son entregados. Todo lo que se mueve y vive os servirá de alimento, lo mismo que las legumbres y las plantas verdes. Os lo he dado todo. Pero carne con su vida, que es su sangre, no comeréis".


Se puede considerar este cambio radical como un plan de contingencia debido a la escasez de alimentos, transcurrida la calamidad. Ese plan de "contingencia" llegó para quedarse y le hace honor al irónico proverbio: "No hay nada más definitivo que algo provisorio". El diluvio quedó atrás, pero la fruición por la carne por parte de la gran mayoría de los humanos nos lleva a interpretar que la divinidad dio en la tecla y no se equivocó ni un ápice: "Infundiréis temor y miedo a todo animal sobre la tierra..." Presumiblemente, antes de la inundación el hombre tenía una relación completamente diferente con los animales. Dios no interpuso el miedo entre animales y humanos debido a que el hombre no los veía como alimento.


Esta clara instrucción para vivir en el nuevo mundo encendió la luz verde para que las grandes religiones monoteístas desataran la barbarie, contradiciendo -a mi juicio- otro mandato fundamental: "No matarás". Reconozco que no soy muy versado a la hora de interpretar las Sagradas Escrituras, pero la sentencia "no matarás" significa honrar la vida. Lamentablemente, esa máxima cae en desuso cuando entran a tallar factores tales como la debilidad de los paladares de los creyentes y su férrea negativa a abandonar la mentada zona de confort. Son solamente dos palabras y no creo que haya mucho espacio para el debate y la interpretación. De la única manera que yo no consideraría ese postulado incongruente, contradictorio y absurdo sería si se refiriera pura y exclusivamente a la especie humana, con lo que quedaría de manifiesto el carácter especista antropocéntrico de la Biblia. Quizás pueda ser esta la explicación filosófica a tanta desdicha que padece nuestro mundo. Mientras el deseo divino es de amar a su prójimo, el humano busca el artilugio de hacer de la muerte una fiesta gastronómica. La sabiduría china lo explica sin tapujos: "aquel que festeja el asesinato, no cumple su voluntad en este mundo".


Está científicamente comprobado que se puede prescindir de lo que nos "regala" el reino animal, pero lamentablemente no veo ni escucho a los grandes líderes religiosos del mundo -que tanto se llenan la boca con la palabra amor- clamando para que se detengan estas mega masacres de cada día. Decía el activista por los derechos humanos Martin Luther King Jr.: "No existe peor tragedia que saber lo que es correcto y no hacerlo". La tragedia radica en que todos ven y callan, y ese silencio cómplice provoca la banalización de la muerte y la indiferencia a su estela de sufrimiento. Estos atributos que nos identifican negativamente son las respuestas a tantas guerras y colosales catástrofes naturales que nos flagelan sin piedad y nos hacen vivir a los tumbos. "El Secreto" y la tan mentada Ley de Atracción pasan únicamente por el respeto a la vida; todo lo demás es pura cháchara. Es imposible que crezcamos como personas si cada vez que tenemos hambre recurrimos a la idea de matar.

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