¿Si no te consideras racista entonces por qué compras perros de "marca"?
¿Existe alguna duda que toda la educación que nos brindan nuestros padres está enfocada hacia el pernicioso trastorno mental que significa el racismo? No es una característica innata de ninguna especie, pero la nuestra lo va incorporando desde que abre sus ojos al mundo y a semejante abominable “cualidad” -que nos acompañará durante toda nuestra vida-, la tomamos como la cosa más natural del mundo. ¿Si somos racistas y xenófobos con nuestros propios semejantes, no vamos a serlo con los animales? La empatía hacia los más vulnerables y desvalidos es la única receta para sacudirse y desempolvarse de esa carga negativa llena de rancios prejuicios.
Considerado el animal doméstico por antonomasia, el perro acompaña al hombre desde el comienzo de la civilización y es el animal que presenta mayor número de razas en el mundo. Los animales salvajes casi no tienen diversidad de razas dentro de cada especie, mientras los domesticados y aquellos que están al servicio de la humanidad, una para cada necesidad. Una vez que el hombre apreció sus habilidades innatas (fino sentido del olfato y de la visión, inteligencia aguda, socialización), comenzó a desafiar los dictámenes de su naturaleza y a partir de la premisa de que podía "servir" a la causa humana, elaboró un perverso programa de manipulación genética, logrando crear la exorbitante cifra de ochocientas razas. Los hay de todos los tamaños y colores, y prestan diversos servicios, a saber: policía, rescatista, lazarillo, mascota, guardián, trabajador agropecuario, cazador, etc.
Su enorme variedad hace imposible encontrar un arquetipo de perro. No hay patrón ninguno para determinar tamaños o pesos estándar. Como ejemplos extremos podemos encontrar al Gran Danés y al Chihuahua, cuando hablamos de los de mayor y menor tamaño, y nuevamente al Chihuahua y al San Bernardo, cuando hacemos referencia a los más livianos y pesados, respectivamente. Al igual que la manipulación genética a la que son sometidas las vacas (Angus, Charolesa, Holando, Hereford) para sacarles el mayor provecho, el perro es de las pocas especies cuya manipulación excede todos los límites e imaginación. En este proceso nada tiene que ver la naturaleza o la teoría de la evolución de las especies; se trata de un plan exclusivamente humano que data de miles de años. Diferentes clubes a lo largo del planeta se encargan de certificar esas razas con análisis minuciosos de cada ejemplar, lo que le otorga al perro examinado la cédula de identidad o el salvoconducto para ser considerado puro o, en su defecto caer en el "ostracismo" del mestizaje; algo así como el contraste entre la realeza y la plebe, lo que sin duda traslada a nuestras mascotas el mismo racismo recalcitrante que aplicamos con total naturalidad -desde el comienzo de la civilización- entre humanos.
Si bien fue "inventado" un perro para cada tarea, la gran mayoría de las razas se utiliza como mascota. Las tiendas afines disponen de un menú variopinto y un especialista en la materia se encarga de elegir la mejor raza para el perfil de cada individuo o núcleo familiar. Un factor preponderante a la hora de la elección va de la mano con una de las disfunciones psicológicas más notorias de los seres humanos: la vanidad. Es tanta la necesidad que tenemos de alardear que salpicamos en esa demencial obsesión a nuestro mejor amigo: "¡No, un tipo como yo no puede andar por la calle con un perro cualquiera! Como merezco lo mejor, opté por uno de clase, de raza". Para que no le vendan "gato por liebre", al momento de adquirirlo le solicitará al vendedor los papeles que acrediten su rancio abolengo, el famoso pedigrí. Esa locura lleva también a que las empresas sucumban ante tanta “belleza” y contraten para sus pautas publicitarias a canes “legítimos” y no la “escoria” híbrida que acompaña a los indigentes.
La pérdida de perspectiva hace que un verdadero perro sea un apátrida de su propia raza, mientras que aquellos que se forjaron en laboratorios sean los considerados puros. La gente de hoy no tiene perros, tiene Golden Retriever, Yorkshire Terrier y American Staffordshire. La palabra perro va desapareciendo del lenguaje y aquel que hacía las delicias de sus amos tiempo atrás, hoy se lo ve deambulando por las calles, tratando de alimentarse de basura y mirando con lánguido semblante si alguien se percata de su luctuosa presencia. En el mundo de hoy es raro ver un perro "a secas" llevado en una correa por su amo. Por cada ejemplar que se compra en la tienda de mascotas, cientos mueren en las perreras debido a que nadie los quiere. El enfoque equivocado radica en que el perro no es una mascota, sino un amigo, un integrante de la familia. En defensa de esos seres que no fueron dotados con los cánones de "belleza" de las razas "puras", enfáticamente afirmo que son un encanto de "personas" y muy versátiles en sus cualidades: ofician de timbre, de recepcionistas, de enfermeros, de compañeros, de amigazos, de juguete, etc.
Es desolador constatar que hay tantos cachorros cuyos dueños quieren obsequiarlos al módico precio de que les dispensen cariño, pero no, la gente paga -a veces hasta lo que no tiene- por un perro de "sangre azul". ¡Por lo menos, si el humano pertenece a la plebe, que el perro sea de la realeza!, sería la consigna. Todo ese incontrolable descalabro mental hace que nos olvidemos que esos pobres animalitos -despreciados por carecer de un frondoso árbol genealógico o una ilustre prosapia- son los más cariñosos, espontáneos, leales y agradecidos.
El triángulo formado por los criadores de razas, las tiendas de mascotas y los clubes que salvaguardan la pureza, hace de esta una industria muy lucrativa que nunca pasa de moda. Rara la persona que llegue a un refugio de perros abandonados para escoger la mascota de su hogar. Los clubes cinológicos se encargan de la estandarización de las razas tomando patrones y medidas establecidas desde hace muchísimos años. Jueces y expertos se encargan de calificar los ejemplares como si fueran cosas y no seres vivos que carecen de ese ideal de perfección que se busca en ellos. Para dar seriedad a tanta pomposidad y "glamour", el trabajo de estos clubes es muy "serio". La forma de caminar y quizás la textura de las heces son fundamentales para calificar si el ejemplar es digno de obtener las credenciales de pureza. Si el perro no obtuviere el preciado documento, su valor de mercado será insignificante respecto de uno de su misma clase, pero con papeles. Lo curioso es que los ejemplares son exactamente iguales y lo infausto -desde la perspectiva humana- es que a la hora de comprarlos, la gente optará siempre por el "genuino", el "legítimo", aunque su valor sea diez veces más caro.
Cuando los alemanes empezaron a experimentar en los campos de exterminio con "semi" humanos -basándose en el enunciado de la supremacía de la raza aria-, hacía tiempo que manipulaban genéticamente a los perros, para crear las "mejores" razas. Así fueron apareciendo el Pinscher (1879), Gran Danés (1880), Dachshund (1888), Boxer (1895), Schnauzer (1895), Pastor Alemán (1899), Doberman (1900) y Rottweiler (1910), entre otras menos conocidas. Esa locura de buscar la excelencia les llevó a crear la Federación Cinológica Internacional, en mayo de 1911, con el "plausible" propósito de "fomentar y proteger a los perros de pura raza por todos los medios que encuentra deseables". Después vino el "Kennel Club", que les mide hasta la pupila dilatada del ojo derecho para determinar si son "pura raza" o no. Ese estado de enajenación se propagó rápidamente por todo el mundo, dando origen a ese ponderado y exacerbado racismo de la sociedad por el cual se paga muy bien.
En un mundo obstinado y alocado en la vertiginosa carrera hacia el éxito y la perfección, la consigna es hacer la diferencia y son los grandes estadistas los que dan el ejemplo. La gran mayoría de los presidentes y monarcas del orbe optan por la tendencia del racismo y eligen como mascota a un perro de raza pura. La más emblemática fue "Blondie", una ovejera alemana que acompañó hasta sus días finales a su amo, Adolph Hitler. Se sabe que le prodigaba un gran cariño, pero su desquicio -que mantuvo en vilo al mundo- hizo que ordenara su envenenamiento pocos días antes de que él supuestamente se suicidara en el bunker berlinés. En las antípodas está el caso del expresidente del Uruguay, José Mujica, cuya perra, Manuela, no solo carece de raza, sino que un accidente le cercenó una pata, constituyéndose en una de las raras excepciones en que un dignatario posee un perro lisiado y carente de linaje.