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Cambio climático: inminente apocalipsis


El cambio climático no es un tema baladí. En realidad, es el mayor inconveniente al que se enfrenta la humanidad en estos tiempos de capitalismo salvaje. No se trata simplemente de si habremos de pasar un poco más de calor o si se intensificarán las lluvias. El drástico cambio del clima planetario al que nos fuimos acostumbrando las últimas décadas, conlleva a los desastres ambientales que arruinan enormes extensiones de tierras y a los ulteriores e incalculables daños al desarrollo económico, especialmente de las naciones más vulnerables, incapaces de combatir los estragos de estos fenómenos meteorológicos. Inundaciones -a causa de lluvias torrenciales o por la subida del nivel del agua de los océanos-, ciclones y huracanes, sequías, tormentas, oleadas severas de frío y calor, deslizamientos de tierra y terremotos, incendios, actividad volcánica, avalanchas, derrumbes y aludes, son parte de las catástrofes naturales que hacen peligrar aún más la deteriorada salud del planeta.


Se denomina cambio climático a la alteración del estado del tiempo respecto de su estadística a una escala global o regional que se va produciendo en diferentes períodos. Se toman en cuenta patrones meteorológicos tales como temperatura, presión atmosférica, precipitaciones y nubosidad.


Hay otras causas harto conocidas que explican de manera convincente nuestra petulante y nefasta administración del planeta. Consecuencia directa de la vergonzosa e irracional explotación de la biodiversidad, la extinción del delfín baiji es atribuible únicamente a la especie humana. El delfín de aleta blanca del río Yangtzé (China) fue declarado extinto el 13 de diciembre de 2006. Métodos de pesca ilegales a base de descargas eléctricas y detonaciones, la excesiva captura incidental de ejemplares, la desmesurada navegación que provocaba los accidentes con esta especie, las grandes cantidades de basura industrial y agrícola que causaron un aumento dramático en la contaminación del agua y la construcción de la obra hidroeléctrica más grande del mundo -la represa de las Tres Gargantas- son las causas que terminaron por extinguir al referido cetáceo.


Cuando quedaba muy poco por hacer, hubo un vano intento, "un manotón de ahogado" de decenas de científicos de los países más desarrollados del mundo por recuperar la especie, pero lamentablemente la suerte ya estaba echada para este singular delfín. Quisieron trasplantarlo de hábitat, pero el intento fracasó. A pesar de los esfuerzos de conservación fuera de su entorno natural, la extinción del baiji demuestra una vez más que la mejor estrategia para salvaguardar una especie es la conservación escrupulosa y efectiva de su hábitat, además del manejo sustentable de las actividades humanas que allí se desarrollan.


Aun cuando la contribución de dióxido de carbono proveniente de la industria pecuaria ocupa el tercer o cuarto lugar dentro de las actividades humanas más contaminantes, los efectos negativos de esta no solo se circunscriben a este daño: además agota los recursos naturales de primera necesidad. Los alimentos y el agua -además de escasear en países desarrollados- prácticamente no existen para gran parte de la población mundial, lo que provoca hambrunas y sed extrema en los sectores más desvalidos. Siempre llevo en el recuerdo el testimonio desgarrador de una pobre mujer de un remoto paraje de la geografía argentina llamado Pozo de Tigre, que lloró desconsoladamente ante las cámaras de televisión: "Tenemos hambre de agua". Una aberración desde el punto de vista idiomático se transformó en una explicación prodigiosa de lo que significa convivir diariamente con ese flagelo.


Para tener una idea cabal de lo trágico de la situación, basta ilustrarla con el dato que para producir un solo kilo de carne se necesitan más de quince mil litros de agua. A título comparativo, para elaborar ese mismo kilo de alimento, pero de origen vegetal, solo se necesitan ciento ochenta. Si trasladamos ese kilo a toda la producción mundial de carne, prácticamente se necesita un océano para satisfacer la demanda de la gula humana. No por cuestiones del azar el agua escasea en todas las geografías y por ende, la biodiversidad planetaria peligra. Uno de los quehaceres que impacta directamente al cambio climático son las actividades agropecuarias. A muchos le sorprenderá enterarse que esta industria genera muchos más gases de efecto invernadero que el sector transporte. A pesar de que los alegatos se intensifican contra lo perjudiciales que son la carne y la leche desde todo punto de vista, la humanidad cierra filas consumiéndolas obtusamente cada vez más.


El mensaje apocalíptico de cómo estamos llevando las cosas lo sintetizó de manera lacerante el Rey del Pop Michael Jackson, en su "Canción de la Tierra" (Earth Song), en donde se formula una cascada interminable de preguntas retóricas, que se podría fundir en una sola: ¿qué hemos hecho?


"¿Qué hay del ayer? ¿Qué hay de los mares? Los cielos están cayendo. Ni siquiera puedo respirar. ¿Qué hay de la Tierra sangrante? ¿No podemos sentir sus heridas? ¿Qué hay de los valores de la naturaleza? Es el seno de nuestro planeta. ¿Qué hay de los animales? Hemos convertido reinos en polvo. ¿Qué hay de los elefantes? Hemos perdido su confianza ¿Qué hay de las ballenas que lloran? Estamos destrozando los mares. ¿Qué hay de los senderos del bosque? Quemados a pesar de nuestras súplicas. ¿Qué hay de la Tierra Santa? Apartada por creencias. ¿Qué hay del hombre común? ¿Podemos liberarlo? ¿Qué hay de los niños que mueren? ¿Puedes oírlos llorar? ¿Dónde nos equivocamos? ¡Que alguien me diga por qué! ¿Qué hay de los bebés? ¿Qué hay de toda su alegría? ¿Qué hay del hombre? ¿Qué hay del hombre que llora? ¿Qué hay de Abraham? ¿Qué hay de la muerte, otra vez? ¿Nos tiene sin cuidado?"


https://www.youtube.com/watch?v=XAi3VTSdTxU


Pero no es tan así como lo plantea el malogrado artista. Los países se reúnen en "cumbres" para buscar inmediatas soluciones al problema. Las Naciones Unidas, con el siguiente mensaje recibe a los presidentes: "Les retamos a venir a la cumbre con promesas audaces. La innovación, la ampliación, la cooperación y la ejecución de medidas concretas reducirán las emisiones y nos pondrán en el buen camino hacia la firma de un ambicioso acuerdo a través del proceso de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático".


En esas reuniones se debatirá que es necesaria la regulación de la industria pecuaria, que hay que establecerle límites que nos conduzcan al bienestar de nuestra y de todas las especies. Los grandes dignatarios tratarán de despertar conciencias para lograr establecer, exigir y desarrollar políticas ambientales para vivir en el mundo que nos merecemos, pero ¿qué credibilidad se les puede dar si ninguno de ellos es capaz de cambiar los hábitos con los que fueron educados?


¡Tampoco es cuestión de ser pesimistas!, pues desde 1970, el 22 de abril se celebra el "Día del Planeta", para despertar conciencia de que solo tenemos este y que no queda otra alternativa que cuidarlo. ¡Enorme logro de la especie humana! Dejando de lado los sarcasmos, es necesario reconocer que los adultos de este mundo -salvo honrosas excepciones- estamos sentenciados física y mentalmente a cadena perpetua. Por más que haya un día al año para recordar que el mundo es una cloaca gracias a nuestra propia impericia, las estadísticas marcan que en 1950 el continente europeo consumía veintiséis kilos de carne per cápita al año; en 2012 la cifra se disparó a sesenta y cinco. ¿Quién se animará a vaticinar qué nos deparará el futuro para 2050?


Los gobiernos no pueden sugerir la suba del precio de la carne mediante impuestos, ni tampoco poner rótulos chocantes a sus productos -de la manera que se hizo con el tabaco- porque habría sangrientas revoluciones. Los adultos no estamos preparados para estos cambios, pero los niños sí, y es a ellos a los que tenemos que educar, pues sus intelectos carecen de esa contaminación progresiva que se convierte en irreversible a muy temprana edad. No hay mejor manera de hacerle honor a la verdad que explicándoles las cosas tal como son; a tales efectos una manera extraordinaria de comenzar sería erradicando las "canciones de la granja". Otra fórmula fantástica sería introducirlos con alegría en el mundo del reciclaje.


Este mundo que nos fue entregado para cuidarlo y amarlo, lo convertimos en un verdadero vertedero en donde las especies van desapareciendo en progresión geométrica, mientras los humanos seguimos rindiendo pleitesías a los descubrimientos premiados por la Fundación Nobel, meros y tristes paliativos a la devastación que estamos obsequiándole.


Todos estos argumentos me conducen a considerar sin vacilaciones que la alimentación vegetariana es la única beneficiosa para la salud del planeta. Sería el punto de partida sólido y capaz de restablecer el orden natural, pues nos permitiría alcanzar dos preciadas panaceas: no morirían inocentes (tanto animales como humanos) y habría comida para todos.

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