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La "desinteresada" contribución del reino animal a la causa humana


México atraviesa una de sus peores pesadillas y todo el mundo se muestra consternado por la catástrofe que ocasionó en su geografía la seguidilla de devastadores terremotos. Siempre que ocurren estas calamidades, emergen historias de arrojo, solidaridad y valentía. Los que se llevan los más altos reconocimientos son los perros al servicio de la causa humana; no en vano se trata de nuestro mejor "amigo". Múltiples han sido los "merecidos" homenajes que estos recibieron y su sola presencia garantiza una superlativa carga emotiva.


A raíz de esta generalizada muestra de gratitud hacia estos abnegados seres, la brecha ya existente entre "omnívoros" y veganos, lejos de arribar a un acercamiento, se enquistó definitivamente. El debate estalló en redes sociales de forma grandilocuente y la carga virulenta hacia los que bregan por el respeto a la vida animal se tornó desmedida, hasta demencial, diría yo. A criterio del grueso de la humanidad, solamente un cerebro enfermo (y carente de proteína, ya que estamos) puede elucubrar pensamientos tan perversos como tóxicos. ¿Cómo pueden los veganos tener el tupé de declarar a viva voz que los derechos de los perros rescatistas son brutalmente vulnerados cuando se les hace participes de esta misiones "altruistas"?


Se calcula que decenas de millones de animales sirven anualmente de cobayas para todo tipo de pruebas de investigación, a saber: biomédica, investigación básica, testeo de todo tipo de productos, tecnología militar, limpieza, industria alimenticia, cosmética, farmacología, agroquímica, y decenas de aplicaciones más. Una gran variedad de especies "presta sus servicios" a la causa humana.


El corolario de la “humanidad” es especificar que todo y todos están a nuestro servicio, así que desde esa perspectiva, el razonamiento más lógico es: ¿para qué experimentar en hombres si se pueden sacrificar animales? Esos valores éticos y morales que guardamos para el exclusivo relacionamiento de nuestra especie, hacen que el abuso de animales -sometidos a todo tipo de cruentas pruebas- confluya en una muerte que no genera nuestro menor síntoma de remordimiento. Si bien los resultados obtenidos no garantizan en absoluto que producirán los mismos efectos en los humanos, la práctica es habitual y por lo general de buen recibo. En pocas palabras, todo aquello que nos colma de beneficios siempre habrá sido testeado antes en animales de laboratorio. Junto a aquellos que defienden los derechos de los animales a ultranza, están los que dejan establecida su discrepancia argumentando que no necesariamente los animales reaccionan de la misma manera que nosotros, así que para estos últimos, dichos experimentos serían inválidos desde un plano estrictamente científico.


Adentrarse en este mundo de ciencia, adelantos, martirio y muerte sería derramar ríos de tinta; por tanto, me parece atinado que un solo ejemplo ilustrará de manera clara y contundente cómo un animal sacrificado se convierte en "héroe" para nuestra especie. Aplicando con singular maestría esa "aptitud", limpiamos nuestras culpas de manera burda y desfachatada.


Mientras transcurría la Guerra Fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética comenzaron a sondear mediante satélites artificiales el espacio exterior. El inicio de esa carrera espacial se dio con el lanzamiento del primer satélite artificial "Sputnik 1", el 4 de octubre de 1957. Nuevamente el gobierno soviético envió al espacio otro cohete, el "Sputnik 2", con el agregado especial que la nave era tripulada solamente por una perra callejera, a la que se denominó "Laika". La fecha histórica del "magno" acontecimiento fue el 3 de noviembre de 1957.


Hasta ese momento ningún ser vivo había sido puesto en órbita y como era la primera experiencia en esa materia, su viaje fue solamente de ida. Fue elegida como cobaya y antecedente inmediato de la Unión Soviética, que se aprestaba a enviar los primeros humanos al espacio. Para tener la certeza de que la integridad de los cosmonautas iba a estar salvaguardada, era obvio e imprescindible para el conocimiento científico saber cuál iba a ser la reacción y el comportamiento final de la perra.


Pocas semanas antes del lanzamiento del cohete, Laika fue interceptada mientras deambulaba por las calles moscovitas. Junto con otros perros capturados para la misión, fue conducida a un centro de entrenamiento, en el que fue seleccionada gracias a su complexión mediana y su carácter dócil. La tortura de Laika comenzó con jornadas exhaustivas de entrenamiento en las que era confinada a espacios reducidos -similares a la cabina del Sputnik 2- para que los científicos tuvieran la convicción absoluta de que podía resistir las condiciones extremas de vuelo. La perra fue colocada en una centrifugadora que simulaba la aceleración del lanzamiento del cohete y el impresionante rugir de los motores. Dicho torbellino trajo como consecuencia las disparadas de su ritmo cardíaco y de su presión arterial.


Como era previsible, presa del pánico y del recalentamiento de la nave espacial, pocas horas aguantó con vida tras su despegue. Cinco meses más continuó orbitando hasta que en abril de 1958, al entrar en contacto con la atmósfera terrestre, el cohete se desintegró. En esa época no existían los adelantos tecnológicos para que Laika pudiera retornar con vida a la Tierra. Solo tres años después, las perras rusas Belka y Strelka orbitaron la Tierra y regresaron con éxito. Mientras tanto, los estadounidenses importaban chimpancés para el mismo propósito: allanar el camino a los humanos que habrían de conquistar la Luna. La muerte de Laika fue de gran aporte, pero irónicamente no en el plano científico, sino social, pues promovió la defensa de los derechos de los animales y llamó la atención a los gobiernos sobre el maltrato al que son sometidas millones de víctimas cada año en nombre de la ciencia.


La desgraciada historia de Laika convirtió a su protagonista en toda una celebridad, a la par de otros famosos canes como Pluto, Lassie, Rin Tin Tin, Scobby Doo y Snoopy. Toda una "laikamanía" se desató en el mundo para "homenajear" a la desdichada perra, con sellos postales alrededor del orbe, relojes y una amplia gama de souvenirs.


Dos monumentos de grandes dimensiones destacan la figura de Laika. En el más antiguo, comparte cartel con todos aquellos que hicieron posible la grandeza de la URSS en el plano científico, y en el inaugurado hace pocos años, en el centro de Moscú, como protagonista absoluta. En el nuevo, la enorme estatua de bronce representa uno de los segmentos de un cohete espacial, que se transforma en mano humana, sobre la cual está la esbelta figura de Laika. Una rosa roja se destaca a un costado de la perrita, simbolizando de esa forma el "agradecimiento" de la nación soviética a la "inmolación" de Laika para engrandecer aún más al país.


Cuesta entender la manera tan básica con la que los humanos lavamos nuestras culpas. Lo peor de todo es que nos creemos nuestras propias mentiras. ¿Era necesario tanto aspaviento, tanto circo, tanto monumento para un simple perro escogido al azar que moriría dentro de una nave? Laika murió con premeditación y alevosía -como cualquier vaca, pollo, pato, ganso o pejerrey que andan por allí- y su muerte no contribuyó en nada para el avance de la ciencia. Pero esa desagradable necesidad humana de inventar héroes donde no los hay, hace que compremos con gusto el paquete de la cruel hipocresía, que siempre procura dejar claro que el deceso de Laika -así como los millones de animales masacrados a diario- era tan necesario como inevitable, pues detrás de ese sacrificio había una causa "muy noble".


Dice un viejo refrán que ese tipo de distinciones tiene otro sabor si se realizan en vida. Lamentablemente Laika no pudo "disfrutar" de esos "homenajes", pero sí "Lucca", en abril de 2016. Los niveles de cinismo esgrimidos en el caso de la perra moscovita quedan absolutamente opacados con la "distinción" otorgada a Lucca por parte del ejército estadounidense. Un periódico cita de la siguiente manera dicho reconocimiento al “héroe”:


Las guerras no deberían existir, pero lamentablemente existen. Y tienen un costado que engloba historias de valor en combate. Se conocen miles de nombres de aquellos que muchas veces hasta entregaron sus vidas para salvar la de sus compañeros. Pero hay shéroes anónimos y olvidados que también participan en los conflictos armados: los animales entrenados.


Hay uno que no será olvidado. El gobierno de Estados Unidos acaba de condecorar a Lucca, un pastor alemán de 12 años que fue gravemente herido por una explosión, en una misión en Afganistán. Por el hecho, perdió una pata. Hasta ese momento, Lucca había participado con máximo valor en más de 400 misiones en los más duros frentes de guerra, como Irak, y sus habilidades contribuyeron a salvar la vida de miles de personas.


Y después de haber sido dado de baja, Lucca recibió su premio. La máxima condecoración que se entrega en su país, la Medalla al Valor, que en el caso de los animales se denomina Pdsa Dickin Medal. Lucca es el 67° animal en ser honrado con una condecoración, pero el primero en la historia que pertenece al cuerpo de Marines.


Ahora, Lucca podrá disfrutar su vida de pensionado en su casa de California, junto a su dueño, el sargento Chris Willingham, a quién también le salvó la vida en el frente. Las guerras no deben existir, pero animales como Lucca, sí. "Un héroe", que en este caso, no quedó anónimo.


La infame nota periodística va acompañada de la foto del perro con el siguiente texto: "Lucca luce orgulloso su condecoración. La falta de su pata delantera izquierda fue el precio que pagó".


Lo único que se me ocurre balbucear con consternación es que si Lucca hubiese tenido la posibilidad de elegir, no me cabe la menor duda que hubiese preferido quedarse con su pata y haber desarrollado otro tipo de vida muy diferente a la de esclavitud a la que fue sometido. La misma reflexión acerca del pobre destino que tuvo Lucca, la aplicó a todos los perros que a merced de la barbarie humana no tienen un momento de paz. En ese paquete se encuentran los lazarillos, los rescatistas y aquellos que pertenecen a las brigadas antinarcóticos.

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