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Vegano: enemigo público Nº1 de la sociedad

“Los veganos son como una secta y habría que matarlos a todos”

(Gianfranco Vissani)

Mucho se habla de la veta misántropa que se va apoderando del vegano a medida que se afirma en sus convicciones. El proceso se le presenta de forma natural: al principio trata de adaptar su nueva cosmovisión al entorno que le rodea, pero

paulatinamente comienza a sentir aversión por todo aquello que antes le fascinaba. Por tal motivo, busca afanosamente apartarse de aquellos lugares, aromas y sabores que antes le daban placer. Ese nuevo y repentino rechazo a costumbres y hábitos enraizados de cientos (¿miles?) de generaciones transforma al vegano en personaje impopular y antipático, muchas veces despreciado, otras tildado de enajenado mental y algunas hasta de terrorista.


Cuando el vegano siente que su nueva vida lo zamarrea y subyuga sin consideraciones, comienza a catalogar a sus prójimos "omnívoros" como verdaderos criminales. No le da vergüenza reconocer que dentro de esta calificación entran sin miramientos sus más grandes afectos. Eso hace que se genere una situación sui géneris, en la que se ve rodeado de asesinos y esa circunstancia genera rispidez y violencia en el ámbito familiar, laboral y en el del círculo de amistades, por lo que es segregado y ridiculizado permanentemente por formar parte de una "secta" cuasi "satánica".


Es muy raro encontrarse con un vegano en alguna reunión casual. No abundan, no alardean de su condición y siempre tratan de pasar desapercibidos, pues una discusión con ellos lamentablemente no llegará a buen puerto, y la celebración se verá empañada por discusiones viscerales.


Los humanos hemos sido manipulados desde la primera infancia para no pertenecer a esa "secta" (aunque nos sea natural, fisiológicamente hablando) y encontrarse con uno de estos “fanáticos” debe resultar bien molesto. Nadie tiene ganas de que "gente rara" les esté atomizando el cerebro de que es necesario e imprescindible empezar a cambiar ahora porque el mundo se nos diluye entre las manos sin que nos demos cuenta. A la gente le gusta sumergirse en programas baratos de televisión porque "necesita" evadirse, no quiere pensar, no quiere involucrarse en ideas "alocadas".


El aparato publicitario para contrarrestar el pronunciado avance del veganismo los tiene en la primera trinchera a los grandes consorcios multinacionales que trafican con la muerte y el sufrimiento de los animales. El trabajo sucio de promover estos productos lo ejecutan las empresas de publicidad. La TV y los medios nos venden sin pudor las “fantásticas” propiedades de la leche y las “proteínas” de la carne y esa "verdad" pasa a ser inapelable. Para estas empresas lo único que importa es lucrar a base de falacias, mientras calman la gula y satisfacen la zona de confort de nuestra especie; el sufrimiento atroz de los animales no es un problema humano, ya que Dios los puso en nuestro camino para que hagamos con ellos lo que nos plazca.


Por último, están los gregarios consumidores que -al estar bombardeados desde la cálida cuna hasta el frío sepulcro- carecen de los recursos mentales para abrirse al cambio. Grace Murray Hopper fue muy oportuna y visionaria cuando expresó: “la frase más peligrosa es: siempre lo hemos hecho así". El poder de dicha sentencia es inconmensurable; posee un efecto anestésico y no hace otra cosa que socavar todo intento de insurrección intelectual. Nunca antes en la historia nuestra mente se ha visto tan brutalmente avasallada. Estamos distraídos, nos han robado la conciencia y definitivamente hemos bajado la guardia. Le regalamos el poder a estas empresas para que gobiernen nuestra psiquis, y ¡vaya si lo han logrado!


A tal punto esto es así, que cuando comencé a difundir estas reflexiones semanales, muchos amigos me solicitaron muy respetuosamente que no les mandara más material. Uno de ellos me dijo textualmente: “a mi edad (cincuenta años) no estoy para que me estén lavando el cerebro”. Tuve que reunirme con mi mujer y mi hija para debatir si le respondía o no. Ganaron las mujeres, pero la respuesta estaba en la tapa del libro y servida en bandeja de plata: “los veganos no lavamos cerebros, solo tratamos de enjuagarlos”.


Conspicuos profesionales de diversas disciplinas salen en defensa del consumo de animales y la mejor estrategia es mediante un furibundo ataque. En tal sentido, el renombrado chef estadounidense Anthony Bourdain afirma que "los veganos son enemigos de todo lo bueno y decente del espíritu humano".


(http://archivo.elcomercio.pe/gastronomia/internacional/anthony-bourdain-defiende-su-pasion-carne-noticia-423785).


Un “poco” más incisivo fue el conocido chef italiano Gianfranco Vissani cuando sentenció: “los veganos son como una secta y habría que matarlos a todos”.


(http://www.diariovasco.com/sociedad/201608/23/veganos-como-secta-habria-matarlos-gianfranco-vissani-italia-chef-20160822182749.html)


Otro epíteto descalificador es que los veganos somos radicales o fundamentalistas, y lo descarto de plano, puesto que para mí el extremismo pasa por recurrir a la muerte de un animal como aporte fundamental a nuestra alimentación. Un argumento más que sencillo para justificar tanto crimen (¿y por qué no?, sofocar cualquier sentimiento de empatía hacia los animales) es aquel que pregona cierta misericordia falsa y socarrona para con el reino vegetal: "¡las plantas también sufren!" Se trata de un mecanismo de auto defensa propio de un niño para justificar que lamentablemente todos debemos matar para lograr la supervivencia. La respuesta es que naturalmente nacimos herbívoros y en algún momento el curso de la vida fue drásticamente alterado, por lo que fuimos "obligados" culturalmente a consumir carne. En realidad hay una catarata de argumentos que trata de destruir el vegetarianismo; uno de ellos dice: "sin muerte, no hay vida", factor que enciende la luz verde para que se masacren millones de vidas diariamente. Traducido a lenguaje coloquial sería: ¿Si todas las especies matan, por qué la nuestra no puede tener ese derecho?


Los detractores del vegetarianismo quieren, necesitan auto convencerse de que las plantas son seres que sienten, que poseen conciencia y que sería una hipocresía netamente vegana hacer una distinción entre seres vivos. "¿No sería mejor y más justo seguir matándolos indiscriminadamente por igual?", sería la consigna.


Para terminar, es más que conocido el artilugio que emplea el vulgo carnívoro para denostar a los vegetarianos, afirmando errónea y perversamente que Adolph Hitler era uno de sus más importantes adeptos. La idea subliminal es clara: si el personaje más nefasto de la historia de la humanidad era vegetariano, nada bueno se puede esperar de esa práctica. Dicen también que se levantaba muy temprano, de madrugada. Si me dejara llevar por este postulado carente de sentido, ¿tengo que dejar de salir a hacer ciclismo a las 3:50 a.m. porque Hitler era un madrugador nato?


Lo claro y concreto es que estamos al borde del precipicio y ese paso al frente para caer al abismo está ahí mismo, muy cerca. Dar un paso hacia atrás, hacia las fuentes, los orígenes, nos dará el impulso para recuperar la confianza y encarar la salud del planeta con la alegría y la tranquilidad de que estaremos en la senda correcta.

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