Carne y leche: veneno letal para la especie humana
De las enfermedades que más muertes provocan en el mundo, casualmente todos los estudios e indicios apuntan a un factor determinante en el consumo de carne y leche. Existen otros agentes como el tabaco y el alcohol. La gran diferencia es que estos dos últimos están catalogados como letales para la salud, mientras que la carne y la leche parecería que fueran todo lo contrario. De la misma manera que existe la información, también existe la desinformación, es decir, el ocultamiento a toda la sociedad de que la carne provoca diabetes, obesidad, perjudica los huesos, es un factor de alto riesgo para contraer cáncer, incrementa el riesgo de infarto, problemas coronarios, arterioesclerosis y osteoporosis. Si se produjo esa revolución informativa acerca de los severos daños que acarrea el tabaquismo, ¿será posible soñar con un mundo en el que los envases de la leche y las hamburguesas vacunas lleven impresos sus verdaderos informes nutricionales? Indudablemente se encenderían todas las alarmas. Pero como aún no están dadas las condicionantes para que esto acontezca -pues muchos intereses se mueven en torno a ese encubierto envenenamiento- seguiremos adelante con las coordenadas establecidas en la Biblia.
A tal punto esto es así que el informe de la Organización Mundial de la Salud respecto de la equiparación de la carne con el veneno tuvo sus tres semanas de gloria y enseguida se quedó "sin baterías". Después de esa "conmoción" todo volvió a la "normalidad"; difícil derribar miles de años de historia que respaldan las "bondades" de la carne. Recuerdo el testimonio de una joven madre que me decía permanentemente que yo tenía razón en mis planteamientos, pero que no iba a utilizar a sus hijos como cobayas; es decir, que a pesar de todos los informes y "sentidos comunes" les seguiría dando de comer carne.
Desde ese plano, esta es una batalla perdida. La mayoría de los países depende del sufrimiento animal para subsistir y enormes fortunas se invierten en publicidad para que todos degustemos las "exquisiteces" que nos "regala" ese reino. Los factores culturales, la tradición y hasta el sabor derrotan categóricamente estos ensayos "insurrectos" de salud y sentido común, por lo que seguiremos consumiendo carne, leche y huevos. Se trata de romper paradigmas y atrevernos a trasponer la frontera de lo consuetudinario. No puede tratarse de una mera coincidencia que las personas que menos sufren osteoporosis y cáncer en el mundo sean budistas, hindúes y veganos.
A propósito, hay un trabajo excepcional de los científicos estadounidenses Caldwell Esselstyn y Colin Campbell acerca de la conexión indisoluble entre la ingesta de productos derivados de los animales y las enfermedades descritas anteriormente. El dato sobrecogedor que marcó el punto de inflexión para que Esselstyn definitivamente confirmara que sus sospechas eran ciertas fue una estadística constatada durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando la locura hitleriana de conquistar el mundo pasó a ejecutarse de manera implacable a partir de 1940, a los países sometidos les fue confiscado todo el ganado y los animales de granja para cubrir las necesidades "proteicas" de las tropas alemanas. Un país como Noruega, habituado a comer animales, de buenas a primeras no tuvo otra alternativa que volcarse exclusivamente a los vegetales. Pues bien, sus habitantes desde 1940 a 1945 tuvieron un estrepitoso descenso en la estadística de defunciones por problemas cardíacos y derrames cerebrales. Una vez acabada la guerra, la gráfica volvió a la "normalidad" y la gente comenzó a morir por las mismas causas que antes de la guerra. La ecuación era matemáticamente perfecta: retornaron los animales y con ellos las muertes por motivos cardíacos.
Así como hoy en día no sabemos leer la avalancha de mensajes que nos alertan a diario que la carne, la leche y los huevos nos están matando, tampoco lo supieron interpretar los noruegos hace setenta años.
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