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Cuando la redes sociales imparten justicia



Si hay algo que me divierte sobremanera son los vídeos que involucran a gatos y perros. Solo quien convive con ellos sabe sobre su enorme capacidad para despertar nuestro asombro y admiración. A propósito, hace algún tiempo comenté un vídeo en donde un niño es socorrido por su gato cuando es atacado por el perro del vecino, mientras se paseaba en solitario con su pequeña bicicleta. Transcurridos varios días, cuando el gato se había transformado en una celebridad debido a su arrojo, me encontré con la infausta noticia de que el perro, el "terrible" victimario del vídeo, había sido ejecutado. Era la cereza en el pastel que eleva a la enésima potencia la indiscutible debilidad mental que padecemos los humanos. Parece que la única medida para garantizar la obediencia a la Ley es el rifle sanitario. Nuestra tiranía tiene su peculiar sentido de la justicia para con el reino animal, de esa manera decidimos qué animales nos sirven como comida, cuáles nos tienen que divertir y aquellos que consagramos como mascotas.


El nuevo siglo está amaneciendo con el trastorno sui géneris de que las redes sociales pautan nuestro quehacer cotidiano. En ellas se determinan los nuevos hábitos sociales, lo que está bien y lo que está mal. Todo el mundo opina en forma gratuita y aquel que no participa de ellas, literalmente no existe. Ese perro dejó de existir porque el vídeo que "protagonizó" en el rol del villano fue visto por millones de personas y esa presión humana lo equiparó con el lobo feroz de "Caperucita Roja", dejando establecido categóricamente que su mejor castigo era la pena de muerte. Esa sandez humana que necesita encontrar en cada historia héroes y villanos, consagró como paladín de la justicia al gato y mandó al matadero al perro. Si este incidente no hubiese sido filmado, sería uno de tantos miles que ocurren a diario que quedan en el anecdotario del cotidiano vivir. ¿Quién no ha sido mordido por un perro al menos una vez? El que lleva un gato a su casa, corre el riesgo que le saque un ojo a un bebé de un arañazo. Aquel que incorpora un perro a su hogar no está exento de que le desgarre el brazo a un pequeño niño, cuando sin querer meta la mano en el comedero del animal, en el preciso momento en que este se está alimentando. Cuando se trata de animales, nada está garantizado y el riesgo siempre está latente.


Cuando terminé de ver el vídeo quedé gratamente satisfecho con la ejemplar respuesta del gato persiguiendo al perro, pero sabedor del triste final, de las varias interrogantes que se me plantean, rescato una: ¿será que el perro tuvo esa reacción agresiva por el constante maltrato que le pudo haber propinado su vecino? Saber la respuesta es harina de otro costal, y por otra parte no interesa a nadie, pues quien murió no deja de ser un simple perro, con muchas obligaciones, pero carente de derechos.


https://www.youtube.com/watch?v=0NvEFhwJ8mI


Íntimamente relacionado con el tema anterior, la sociedad panameña amaneció esta semana "conmovida y ultrajada" porque un grupo de adolescentes terminó de la manera más cobarde con la vida de un pequeño gato, en plena vía pública. Las redes sociales pidieron que fueran expulsados de sus escuelas y los más osados, la cabeza de estos jóvenes "asesinos". Hasta los periodistas más encumbrados se sumaron al show y organizaron un gran debate. A tal punto es el grado de locura, que se prevé una manifestación en pro de los derechos de las mascotas. La razón de todo este movimiento social –al igual que el caso anterior- es que el vil asesinato del pequeño animal fue filmado y subido a las redes sociales, y de una crueldad que se comete todos los días y a cada instante, se hizo una bola de nieve que nadie quiso detener.


No hay que desplazarse mucho para ver cómo se va moldeando la personalidad de los hombres del mañana. ¿Cuántas veces habremos visto a niños que matizan el hastío jugando con vídeos en los que los actores mueren como moscas? A menudo, en los Estados Unidos aparece un "loco" que mata sin causas aparentes a decenas de personas. Se comprueba luego que muchos de ellos eran aficionados a esos violentos juegos cibernéticos. En un mundo en donde se pasa de esa realidad virtual a la explícita a la velocidad de un simple parpadeo, es doloroso comprobar que ese ingrediente de disfrutar del sufrimiento ajeno forme parte de nuestro ADN.


Estas dos breves historias dejan en evidencia que para nuestra especie están en el plano supremo de la escala los perros y los gatos y en el inferior, pollos, cerdos y vacas. A los primeros se los alimenta y se les dispensa cariño, mientras que a los segundos se les mata para que nos sirvan de "alimento". El artista polaco Pawel Kuczynski -que entremezcla con maestría el arte, el sarcasmo en estado puro y la crítica social- tuvo la genialidad de plasmar en un dibujo la manera cómo diferenciamos a los animales y ya de paso nos invita a reflexionar acerca de nuestros más arcaicos hábitos. La pintura nos muestra a un granjero con un delantal salpicado de sangre con sus dos manos ocupadas: una acariciando un gato y la otra con una cuchilla de gran tamaño. Mientras el gato recibe el arrumaco de su dueño, esperando tranquilamente su comida con una servilleta al cuello para no ensuciarse, del otro lado observan la escena con consternación: un caballo, una vaca, un asno, un cerdo, una oveja, un pato, una gallina y otras aves de corral.

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