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Las "simpáticas" salchichas


Es especialmente espeluznante el tema de las salchichas y su fabulosa despersonalización del sufrimiento. Es el ejemplo patente de cómo la industria disfraza sus productos como algo inocuo y divertido.


¿Cuántos niños saben el verdadero proceso de la fabricación de este producto? La otra pregunta relevante es: cuando una persona de avanzada edad se entera y ve de dónde provienen, ¿tendrá la suficiente fuerza de voluntad para erradicarlas de su dieta, o la flojera mental desestimará todo arrebato de rebeldía? La mayoría dirá: "toda la vida he comido lo mismo y no tengo fuerzas para estar cambiando a esta edad". Una vez conocido el "gran secreto", quizás coman las salchichas con un dejo de remordimiento, que durará, como mucho, menos de dos semanas. Después, el tiempo, y sobre todo la publicidad, harán la tarea de revertir en la mente de los "circunstanciales sensibles" lo que alguna vez pudo llegar a generar más de una pesadilla. Los veganos, en contraposición, convivimos con esa pesadilla todo el tiempo y no tenemos esa facultad de abstraernos; no sabemos diferenciar lo que otros ven como comida, pues para nosotros todo es muerte y sufrimiento. Vemos muertos en las parrillas, en los fiambres, en los pollos al horno, en las "simpáticas" nuggets, y por supuesto, en las salchichas.


Al ser la cara más encubierta del proceso de matanza que involucra animales, esta industria cuenta con el respaldo de una vigorosa campaña publicitaria en la cual siempre aparecen niños sonrientes deleitándose con un "sabroso y nutritivo" "hot dog". Todos los logotipos apuntan hacia lo mismo: a los más jóvenes, los más inocentes, los más vulnerables.


La siguiente anécdota le sucedió a una amiga. Cumplía años su hijo Marianito y el agasajo para todos sus amigos habría de ser en un salón de fiestas infantiles. Próximos a salir, la mujer se percata que olvidó pedir a su marido las simpáticas mini salchichas para el evento. ¡Es que los niños tienen especial predilección por esta especie de bocadillo! Lo llamó desde su teléfono celular y en tono de súplica le solicitó que comprara cuatro kilos. Todas las contingencias pudieron ser subsanadas a tiempo, y la fiesta resultó todo un éxito: los niños jugaron, cantaron y por sobre todas las cosas, se deleitaron con las mini salchichas de puro cerdo. Hete aquí que a la noche, visitando páginas de internet, se dio de frente con un vídeo que muestra el proceso de la fabricación de las salchichas que su hijo y compañía acababan de degustar esa misma tarde. Tan colosal fue el asco que sintió al ver las imágenes, que tuvieron que hospitalizarla de manera urgente por la seguidilla impresionante de vómitos -a la usanza del afamado chef Gordon Ramsay cuando uno de sus pupilos sirve una comida a la que le falta cocción-. A las tres semanas exactas de que casi se muere, volvió a comer esas salchichas, y aquel ingrato recuerdo resultó ser no más que un efímero mal recuerdo.


No puede ocasionar otra reacción que una repugnancia descomunal enterarse que los cerdos muertos son arrojados en una máquina infernal que los triturará hasta su desaparición, transformándolos en una pasta en donde entran las pezuñas, la sangre, los excrementos y los ojos; es decir, el cadáver en su totalidad.


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